Los terrores nocturnos en los niños
Los problemas relacionados con el dormir no son un mal menor. Muchos son los adultos que, fruto de las tensiones cotidianas, niveles de estrés, ansiedades o rumias mentales tratan infructuosamente de conciliar el tan preciado descanso a través del sueño.
Los intentos como el vaso de leche tibia, leer un libro, ver la televisión, contar ovejitas, cerrar los ojos, dar vueltas y vueltas en la almohada hasta el consumo de psicofármacos inductores al sueño son una amplia gama de recursos a los que el adulto apela para solucionar el problema.
Lo cierto es que cuando estos recursos fracasan, se incrementa la desesperación y la adrenalina mantiene en un alerta hipervigilante al buscador del sueño. Pero cuando este fenómeno sucede en los niños tal desesperación se multiplica. Veamos a continuación.
¿Qué son los terrores nocturnos?
Los temores nocturnos, más precisamente llamados terrores nocturnos, forman parte del cuadro de las parasomnias que son fenómenos que perturban el desarrollo normal del sueño. Entre estos fenómenos se hallan el sonambulismo, las pesadillas, el bruxismo (castañeteo de los dientes) y la somniloquia (hablar durante el sueño).
Por lo general, las parasomnias no constituyen un trastorno de gravedad; son de factible aparición entre los 3 y 6 años y suelen desaparecer espontáneamente en la adolescencia. De prolongarse más allá de este período, deberá consultarse a los especialistas en la temática del sueño.
No obstante, y más allá de estas apreciaciones, es importante considerar al trastorno como un síntoma y tratarlo desde esta perspectiva para erradicarlo lo antes posible o, por lo menos, tomarlo como una señal de alarma de que algo fuera de lo común está sucediendo en la vida del niño o en los grupos en los que interactúa (familia, escuela, etc.).
Los terrores nocturnos se producen, generalmente, en la primera mitad de la noche y muestran la imagen de un niño que abre sus ojos, pero no ve, parece despertarse alterado y de manera brusca. Manifiesta gritos de desesperación, sudor frío y no conecta con la realidad.
Los padres, ante la desesperación del hijo, también se desesperan en el intento de que el niño los reconozca o se conecte, algo que resulta infructuoso y que incrementa la ansiedad en ellos ante la necesidad de ayudarlo. Si estos papás no conocen qué son los terrores nocturnos, pueden tener la fantasía de que su pequeño hijo puede morirse.
Sin embargo, lo que en realidad sucede es que el niño no reacciona porque está en un sueño profundo y no es consciente de su estado. Todo el proceso puede durar hasta 10 interminables minutos.
Los padres deben ser pacientes y no tratar de despertar a su hijo porque será imposible y solo tenderán a empeorar las cosas: se llenarán de angustia y ansiedad y, por lo tanto, prolongarán la descarga emocional del niño que transitará en un estado confusional que no llega a ser una semivigilia ni un sueño profundo.
Los niños o niñas esponja
Muchos de estos trastornos, pueden interpretarse como conductas sintomáticas que aparecen en hijos que operan como fusibles de un sistema familiar aquejado por problemas de mayor valía.
En este sentido, tales perturbaciones del sueño denuncian las anomalías de una pareja de padres en tensión por conflictos, de cambios estructurales como mudanzas, muertes, nacimientos, accidentes, enfermedades graves y diversos tipos de problemas. En este caso, es necesario recurrir a las consultas psicológicas con el ánimo de comprender y descifrar tales síntomas.
Los chicos esponja son aquellos niños muy sensibles que se hacen cargo de lo que sucede en su contexto, que absorben las tensiones y angustian que se producen en él. Si no pueden expresar el malestar abierta y explícitamente, estos chicos lo expresan de manera indirecta a través de diversas sintomatologías. Desde trastornos alimenticios, trastornos de conducta, aprendizaje, concentración, agresividad hasta como en este caso, trastornos del sueño.
En esta línea, es fácil afirmar que frente a las situaciones de crisis pueden acelerarse las perturbaciones del sueño. Cualquiera de los cambios enumerados a los que se somete el sistema familiar puede producir o acrecentar los terrores nocturnos en los niños.
Por ejemplo, la desocupación y los problemas económicos subsecuentes generan un estado de tensión permanente en los miembros de una familia que -como bola de nieve- alcanza a diferentes áreas de relación del sistema familiar. Este estado, por ejemplo, es el que se resume en conductas sintomáticas en las que los terrores nocturnos pueden ser una forma de manifestar que algo no funciona correctamente.
El niño, en este caso, tal como si fuese una esponja asimila las tensiones del grupo y las expresa con semejante y doloroso trastorno del sueño.
Terrores nocturnos en los niños: cómo actuar
Si los terrores nocturnos en los niños no son tratados y contemplados de manera respetuosa, pueden convertirse en rutinarios y producir una preocupación permanente que realimenta el malestar en el seno de la familia y principalmente en los padres. Entonces, lo que era un trastorno esperable se ha convertido en una conducta patológica que -de no ser tratada profesionalmente- puede ocasionar mayores dificultades.
Ese trastorno lleva a que el niño tenga miedo de dormirse y los padres, como contrapartida de conductas, estén llenos de expectativas y pendientes de que su hijo pueda tener un buen sueño esa noche. “¿Estás bien hijo?”, ¿Juli dormiste tranquila hija…?”, “¿Pedrito, mi amor has dormido?”.
Todas estas remarcaciones se realizan sobre la base de que estos padres piensan que el niño puede tener un ataque de terror nocturno. Incluso, esta tensión a la hora de conciliar el sueño puede producir dificultades a la hora de dormir, ya que para conseguirlo debe haber tranquilidad.
Así, en ocasiones esta situación se resuelve cuando el niño pide e insiste en dormir en la cama de los padres. Lo que ocurre es que este intento de resolver se sistematiza en el tiempo, si los padres no toman otro camino en la solución del problema.
El niño toma por hábito el dormir en la cama de los padres y alguno de ellos termina durmiendo en un diván, en un cuarto de servicio o en la cama del niño para evitar el mal dormir por ser tres en una cama.
Por lo tanto, los padres, en el momento del ataque de terror, DEBEN mantenerse tranquilos y no asustarse. Solamente tienen que quedarse al lado de la cama del niño cuidándolo para que no se lastime con sus reacciones o que no se caiga de su cama. Seguramente, al día siguiente no recordará nada. Por ello, es recomendable evitar la tensión antes del momento del sueño mediante preguntas o insistencia para que el niño duerma bien.
También los padres deben revisar si en la familia o en la pareja pareja hay situaciones que no están funcionando correctamente y si es factible que su hijo tome esa patata caliente, siendo así el terror nocturno parte de una sintomatología de la cual son responsables todos.
De cualquier manera, es importante que se consulte a un especialista en sueño o un psicólogo que pueda analizar qué está viviendo esa familia -no solo durante el momento del terror, sino a nivel general- que pueda originar la base del síntoma del trastorno del sueño.