Margaret Mead y sus sorprendentes estudios sobre roles de género
Nuestra existencia es arrojada a un tablero predeterminado y lleno de leyes establecidas: en una sociedad u otra, las personas nos vemos abocadas a desarrollar nuestra personalidad dentro de una serie de construcciones sociales que a unos contentan y a otros ahogan como aquellas que tienen que ver con los roles de género.
La verdadera libertad individual se define como la habilidad, casi el arte, con la que nuestra trayectoria vital deconstruye lo que ya viene construido socialmente, tomando para nosotros mismos lo que nos hace sentir bien y desechando lo que nos hace sentir mal. Así de fácil, así de complicado.
Aunque la presión social es sumamente condicionante y en algunos lugares casi asfixiante, la psicología, especialmente la que se centra en el desarrollo de las diferencias individuales, pone de relieve que, pese a todas las demandas, es el ser humano con su individualidad el que transforma el mundo y no a la inversa.
La diferencia de ser una persona “tipo/masa” a alguien genuinamente libre proviene de la ausencia de miedo en confrontar la represión para promover tu propia forma de hacer y entender el entorno. Mucha de esta represión viene determinada por los estereotipos y construcciones de género, que son universales pero variables de una cultura a otra.
Conviene por tanto hacer un repaso de cómo varían estas construcciones de una cultura a otra para saber en qué conceptos contradictorios de nuestra vida nos “atascamos” porque no podemos contemplar con perspectiva el origen de cada uno de ellos.
Los estudios de roles de género y maternidad
Los estudios de muchos antropólogos nos han brindado datos fascinantes acerca del papel que desempeñan la mujer y el hombre en las diferentes culturas del planeta, aunque sería más correcto referirnos al papel desempeñado por el género femenino y masculino y cómo ha sido asumido por miembros de la misma cultura.
Además de jerarquizar de alguna forma los roles de género, las sociedades organizan minuciosamente estos roles dentro de un espectro que permita, precisamente y a su juicio, la evolución como sociedad. Un espectro que alecciona, oprime y resulta poco satisfactorio para casi toda persona que busque su propia identidad.
Podría decirse que normalmente lo masculino se ha asociado a lo cultural y lo femenino a la naturaleza. El poder del hombre sobre la mujer ha estado generalizado, si bien existen numerosas sociedades matriacarles o en las que sencillamente no se puede dilucidar en predominio de poder de un género sobre otro.
Lévi-Strauss ya señalaba que la antropología “revela que aquello que consideramos ‘natural’, fundado en el orden de las cosas, se reduce a limitaciones y hábitos mentales propios de nuestra cultura”.
La construcción histórica del género y del rol de la maternidad
Creemos que normalmente a las mujeres no les inquieta nada que pueda ser explicativo de su femineidad porque la tienen asumida en base a determinados parámetros casi dictados. Pero la realidad nos dice algo radicalmente distinto: las mujeres están ansiosas por conocer el análisis de elementos de su realidad que, por otro lado, empiezan a resultarles sumamente contradictorios.
Somos lo que vivimos, lo que escuchamos pero también lo que asumimos como válido. En las mujeres, asumir como realidad universal lo que se dice de nosotras y de lo que nos toca vivir es comprar por adelantado un billete hacia la frustración.
Es por ello que la publicación reciente de “La mujer y la madre” de Elisabeth Badinter, con casi 300.000 ejemplares vendidos en Francia y un impacto en la sociedad, pone de relieve la necesidad de hablar de lo que muchos ya sospechan que es un mito: el mito maternal.
En este libro Badinter desarrolla magistralmente lo que varios investigadores han apuntado: el rol de la maternidad es una construcción puramente social y que el amor de una madre hacia sus hijos no viene por una pulsión innata. Será el vínculo que se cree y el mero contacto con el bebé el que provocará el despliegue de ese cariño, que no viene ni mucho menos determinado genéticamente.
La imposibilidad de balancear los distintos roles femeninos en la actualidad está provocando un fenómenos indeseables: la mujer opta por replegarse en el hogar renunciando a su independencia económica con todo lo que eso implica.
Badinter señala la importancia de que el deseo de tener descendencia forme parte del proyecto de construcción conjunta de una pareja y que no sea el resultado de la necesidad de reafirmación social de la misma, alimentado en ocasiones por las preguntas y las demandas sutiles del entorno.
Explica la idea de esclavitud absoluta que se está gestando en la actualidad respecto a la maternidad en base a una hipótesis: se vuelve a los conceptos de instintos innatos maternales para poder suplir las dudas existenciales de una mujer actual que no sabe compaginar el rol de madre y profesional a la vez.
Margaret Mead y sus investigaciones sobre el género y la maternidad
Las revolucionarias investigaciones de la prestigiosa antropóloga Margaret Mead demostraron hasta qué punto puede ser determinante la construcción del género en el desempeño de labores como la crianza de los hijos o las tareas domésticas.
“Las mujeres en nuestra sociedad han aprendido que el matrimonio y la maternidad se dan conjuntamente y que evitar la maternidad significa evitar responsabilidad”
-Françoise Heritier-
Henrietta Moore investigó acerca de las diferencias en el significado que tiene, por ejemplo, el hecho de dar a luz en diferentes sociedades y la antropóloga Eleanor Laecock trató este hecho desde la filosofía marxista. Existen diferentes innumerables enfoques y puntos de vista acerca de este hecho, se trata de dar a conocer todas estas investigaciones.
Margaret Mead y sus investigaciones
Mead estudió, en dos años, a tres sociedades diferentes en Nueva Guinea: los arapesh, los mundugumor y los tchambuli. Con la información obtenida, Mead escribió y publicó en 1935 su libro Sexo y temperamento en las sociedades primitivas. Mead estaba interesada en estudiar las diferencias entre hombres y mujeres en sociedades que fueran muy distintas culturalmente.
En los arapesh encontró que no existen diferencias entre sus miembros según su género porque se asume el género que asociamos con lo femenino: se modela al niño arapesh para que se convierta en un individuo tranquilo, amable, receptivo, plácido, fácil de contentar, pacífico y apocado.
En los mundugumor se encontró que no existen demasiadas diferencias entre hombres y mujeres porque el único género predominante es lo que en nuestra sociedad occidenatal denominamos masculino: se espera que, tanto hombres como mujeres, sean violentos, batalladores, sexualmente agresivos, celosos y prestos a vengar el insulto rápidamente captado, gozando en el exhibicionismo, la acción y la lucha.
Los hombres y las mujeres tchambuli parecían tener personalidades opuestas a las de los occidentales: ellas eran dominantes y ellos sensibles
En cambio, en los tchambuli encontró un fenómeno impactante: existían dos modelos de comportamiento atendiendo a lo que nosotros entendemos como masculino pero asumido a la inversa: los hombres se plegaban hacia la realización de las tareas domésticas y en muchas ocasiones el cuidado de los hijos y las mujeres se dedicaban a la principal actividad productiva, como la pesca, los asuntos comunitarios y los “negocios”.
Estos sorprendentes hallazgos nos revelan ciertas reflexiones, las más aclaratorias apuntan a que no existen grandes diferencias entre las apetencias de mujeres y hombres, que la maternidad es una capacidad biológica pero no un único destino para el género femenino y que la construcción de los roles de género en la sociedad viene determinado por el afán de ejercer poder y eliminar posible competencia económica de un género sobre el otro.