Cómo me convertí en obsesivo-compulsivo

Cómo me convertí en obsesivo-compulsivo
Gema Sánchez Cuevas

Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.

Escrito por Francisco Pérez

Última actualización: 15 febrero, 2024

Por extraño que parezca, un buen día decidí experimentar en mi cuerpo y cerebro los síntomas que llegaba a padecer uno de mis pacientes, que había sido diagnosticado de obsesivo-compulsivo. Esto me daría la oportunidad de conocerlo mejor. Me pondría en su lugar de una manera más exacta igualmente. Me ayudaría a ser más empático…

En las líneas que vas a leer expongo qué es lo que no hay que hacer para desarrollar un trastorno obsesivo-compulsivo. Quizás te saque alguna que otra sonrisa. También te puede dar unas claves importantes para no llegar a desarrollar este trastorno.

Pero… ¿cómo se define a un obsesivo-compulsivo? La personalidad obsesivo-compulsiva se define como un patrón global de preocupaciones respecto al orden, la perfección y el control mental e interpresonal, a costa de la inflexibilidad, la franqueza y la eficiencia.

obsesivo-compulsivo

Objetivos a alcanzar para ser obsesivo-compulsivo

Para llegar a ser obsesivo-compulsivo tuve que buscar información de qué cosas debía cambiar de mi personalidad, hasta ahora algo ansiosa, pero nada fuera de lo común. Una vez que me puse “manos a la obra”, lo primero que hice fue analizar los rasgos que en conjunto hacían que una persona fuera definida como obsesiva. Así que busqué información en libros de psicología y esto fue lo que encontré. Si quería ser un buen obsesivo tendría que conseguir lo siguiente:

  • Preocuparme por los detalles, reglas, listas, etc. de forma desproporcionada.
  • Ser tan perfeccionista que interfiera en la ejecución de mis tareas.
  • Dedicar excesiva devoción al trabajo. Excluir la relaciones interpersonales y actividades de ocio.
  • Ser extremadamente concienzudo, escrupuloso e inflexible.
  • Ser incapaz de tirar objetos usados o sin importancia.
  • No delegar tareas o trabajar con otros sin que se sometan a mi manera de hacer las cosas.
  • Adoptar un estilo avaricioso conmigo mismo y con los demás.
  • Ser rígido y terco.

Sembrando la semilla para convertirme en obsesivo-compulsivo

Lo primero que hice fue convencerme de que yo era perfecto y superior a todos. Esto me iba a llevar a una vida desgraciada y dolorosa, pero la ventaja moral de ser superior a los demás es una recompensa suficiente. Ayuda mucho ser el hijo pequeño modélico, aquel que nunca se equivoca y al que todos adoran. Me acostumbré, desde muy temprano, a saber lo que hay que hacer para alcanzar la perfección.

También tuve que tener cuidado con las decisiones que tomaba. Siempre tuve que sopesar todos los factores y consecuencias, no fuera a tomar alguna decisión equivocada. El único problema era tener que pensar demasiado antes de tomar una decisión, lo que me llevaría a decidir en raras ocasiones. Pero es ahí donde el obsesivo asienta sus costumbres.

Cuando pensamos demasiado antes de tomar una decisión, ahí es donde empieza la verdadera carrera del obsesivo

Tuve que aprender, sobre todo, a controlar las emociones: no llorar, no reírme, no manifestar hostilidad, no mostrar miedo y nunca exteriorizar lo que deseaba. Yo no podía ser vencido por “los placeres de la carne”, y lo mejor era esconder los deseos en un lugar al que ni yo mismo pudiera acceder. Así, era mejor imaginar las enfermedades que podía contraer, contar una y otra vez hasta cien, hacer algo para distraerme o incluso hacer lo contrario de lo que me apetecía.

La rutina, la culpa y la limpieza

La rutina debía instalarse en todos los campos de mi vida. Descubrí que no podía pasar sin ella. Para adquirir destreza, conservé las más diversas colecciones, ya se tratara de sellos, monedas, cacharros o simplemente papeles con garabatos. Tenía siempre tareas que realizar y pocas probabilidades de perder el control. La perfección estaba a mi alcance ¡bien!

La culpa es un sentimiento con el que me manejo de forma magistral. Se volvió tan importante para mí que hice todo lo posible para evitarlo. Si hacía algo malo, daba vueltas a la cabeza para asegurarme de que tenía razón. ¿Quién no va a sentirse culpable ante su honradez, su devoción, su rigor, su competencia, en suma, su perfección?

Un verdadero obsesivo-compulsivo no tira nada. Todo lo guarda, incluso aquello que es inservible

Mi trabajo era mi paraíso, pero mi casa se transformó en un infierno. Una casa impecablemente ordenada y limpia tiene menos probabilidades de convertirse en un caos (cosa que nunca desearía un obsesivo-compulsivo). Las cosas materiales que adquirí eran limpias y perfectas. Guardé todo lo que pude, no tiré nada. Todo me podría llegar a resultar útil en un futuro.

Mis síntomas de neurosis obsesivo-compulsiva

Mis amigos me emborracharon y me hicieron cometer algún que otro “pecado” (lo dejo a la imaginación del lector). También tuve un escarceo amoroso con una mujer que no era mi pareja. Se quedó embarazada al primer descuido y ahí comenzó mi destino. Me preocupé tanto por los detalles, que ya no tenía tiempo para todo y empecé a tener fallos de memoria y a cometer grandes errores en mis tareas. Sabía que no podía improvisar si quería llegar a ser un perfecto obsesivo.

Así, no me quedó otra alternativa que empezar a verificar minuciosamente todo lo que había hecho. La duda me llevaba a la verificación y a un aumento del control. Preguntaba a las personas si estaba actuando bien y las inducía a adoptar comportamientos tranquilizadores. Recontaba frecuentemente las llaves, comprobaba las cerraduras, y le daba tres veces al interruptor para comprobar que estaba desconectado.

La impureza, lo absurdo y la medicación

Empecé a pensar que me estaba volviendo impuro, pero la impureza también se lava y eso fue lo que empecé a hacer. Rituales y más rituales de comprobación, de limpieza, de orden… Como era impuro, no tenía otro remedio que lavarme una y otra vez. Empezaron a existir una serie de pensamientos impuros a los que temía y no daba tregua. Los exorcizaba con un ritual (lavarme para combatir la idea de impureza) o pasaba a otro pensamiento que, a su vez, debía ser más absurdo que el anterior. Esto hacía que me entraran dudas y entonces me veía obligado a pasar a otro, y así sucesivamente.

Los rituales y comprobaciones son síntomas nucleares del trastorno obsesivo-compulsivo.

Mujer pensando

Mi cabeza era una veleta perfecta: huía de pensamiento en pensamiento, aunque me pasasen por la cabeza las cosas más absurdas. Como mi cabeza se estaba volviendo cada vez más absurda, puede pensar que alguien moriría por mi culpa si no hacía determinado número de recuentos.

Pronto supe que había medicamentos que ayudaban a combatir mi tendencia a la obsesión. Cuando algún psiquiatra me hablaba de ello, huía de él. Si no lo hacía, corría el riesgo de que se me pasasen los encantos de mi neurosis. Tendría que enfrentar las dificultades e imprevistos de la vida, aceptar sus imperfecciones, dejar de ser un objeto de estima y vivir como cualquiera de los mortales.

Para finalizar…

Como habéis podido ver, el trastorno obsesivo-compulsivo normalmente tiene un comienzo disimulado y no incapacitante. El problema aparece cuando va tomando protagonismo y puebla nuestra mente de ideas absurdas. Pensamientos que nos llevan a conductas repetitivas que solo buscan frenar una ansiedad a corto plazo, mientras que refuerzan que se mantenga e intensifique a largo plazo. 

Así, ahora que has leído este relato, ficticio por supuesto, estarás en una mejor disposición para entender a las personas que padecen este trastorno, que lo pasan realmente mal, y además estarás en disposición de poner los medios suficientes a tiempo para que a ti no te ocurra.


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.