No me quieras dócil... ni sumisa ni ordenada
Quiéreme así, libre, desordenada a veces, atrevida, caótica a instantes, imperfecta, luminosa siempre. No me desees dócil, ni sumisa ni callada, no idealicemos un amor de panfletos ni nos borremos esos matices que nos hacen únicos a ti y a mí. En caso de que lo quieras así, mejor déjame ir, devuélveme a mi mundo, a mis corrientes, a mi nutritiva soledad, a mis raíces…
Decía Benjamin Franklin con gran acierto que en nuestro mundo hay tres cosas especialmente duras, una era el acero, otra el diamante y la tercera el llegar a conocerse a uno mismo. Queda claro que semejante tarea no es fácil, que sumergirnos en los arrecifes de nuestras inseguridades, de nuestros miedos, inquietudes, virtudes y oscuridades requiere de una artesanía paciente a la vez que valiente.
“Uno debe conocerse a sí mismo. Aún si esto no sirviera para descubrir la verdad, al menos es útil como regla de vida, y por lo tanto no hay nada mejor”.
-Blaise Pascal-
Sin embargo, pocas cosas son tan valiosas como delimitar esas fronteras personales, que conquistar espacios privados y auto-conocimientos para mantener una auténtica fidelidad a nosotros mismos. Solo así lograremos establecer relaciones afectivas más satisfactorias, solo así daremos forma a una existencia más íntegra y acorde a nuestros valores, ahí donde conductas y pensamientos están siempre en riguroso equilibrio.
Ahora bien, hay un dato que deberíamos tener muy presente. Hace poco, el doctor Yi Nan Wang, conocido investigador de la psicología de la personalidad, explicó en uno de sus trabajos que una buena parte de las parejas llegan a “diluir” parte de su yo para alcanzar una mejor sintonía con la persona amada. Un deseo de comunión que pasa por mostrar una actitud más dócil y priorizar las necesidades del otro mientras llevamos las propias al cajón del olvido.
Así, el doctor Wang lo que nos sugiere es que seamos capaces de desarrollar lo que él mismo ha acuñado como “autenticidad equilibrada”. Se trata de un concepto basado en la teoría psicosocial de Erikson, donde se nos recuerda que toda relación mutuamente satisfactoria pasa antes por una fase donde uno haya sido capaz de delimitar su identidad.
La necesidad de practicar una autenticidad saludable
Puede que en el pasado fueras dócil, manejable, complaciente… La mayoría lo fuimos durante unos años porque así nos educaron, porque lo querían otros. De este modo, cómo no, resultábamos más fáciles de tratar, de controlar; éramos buenos ajustándonos a los engranajes de una sociedad donde en ocasiones tener voz propia es poco más que una osadía.
Todo ello hace que tengamos cierto miedo o reticencia a mostrar nuestro auténtico “yo”. Asimismo, y a pesar de tener claro que esos pensamientos, voces y sentimientos son esenciales para nuestra integridad, nos decimos a nosotros mismos que no, que es mejor que no se vean, que no se escuchen, que no se noten demasiado. Tememos ser rechazos por ellos, tememos contrariar a los demás, dañar sus sentimientos, romper los esquemas que se habían hecho sobre nuestra persona…
Sin embargo, ¿en qué estado queda nuestro propio esquema personal o nuestra identidad? Queda boicoteada. Nos convertimos en nuestro propio francotirador emocional por no ser capaces de practicar una autenticidad saludable. Nos convertimos en víctimas de nuestra propia ingenuidad por pensar que ser auténticos puede ocasionar algún daño a quienes conforman nuestro entorno, cuando no es así.
Mostrarnos al mundo tal y como somos, tal y como pensamos y sentimos no es ningún acto de agresión. Todo lo contrario. Con ello delimitamos fronteras y creamos espacios más francos, saludables y dignos.
Fue Aristóteles quien dijo una vez que la autenticidad más saludable pasa por lo que él llamó un “equilibrio dorado”, ahí donde ser franco no tiene por qué dañar, ni causar rechazos, puesto que aquello que practicamos en realidad es la honestidad.
No me quieras dócil, quiéreme con mis matices, con mis luces y oscuridades
El doctor Yi Nan Wang de la Universidad Normal de Beijing, creó hace poco la interesante escala “AIRS” (Authenticity in relationships scale), la cual tiene como finalidad medir el nivel de autenticidad de los dos miembros en una relación de pareja. Algo con lo que se ha concluido es que una de las claves del bienestar social en la población es precisamente el que los individuos sean capaces de practicar esa honestidad personal antes citada y ese sentido auténtico de identidad donde no boicotearnos a nosotros mismos ni dejar tampoco que otros lo hagan.
Así, los 9 ítems que componen la escala “AIRS” y que deberíamos responder con un “sí” o un “no” son los siguientes:
- Siempre escondo mis verdaderos pensamientos por temor a la desaprobación de los demás.
- Me gusta atender a los demás.
- No me atrevo a decirle a los otros la verdad para no dañar sus sentimientos.
- Soy plenamente consciente de que debo comprometerme conmigo mismo.
- Siempre encuentro formas de conciliar mis necesidades y las de los otros.
- Jamás renunciaría a mi verdadero yo ni permitiría que quien esté conmigo lo hiciera por mí.
- Por lo general digo la verdad sin preocuparme por cómo puedan reaccionar los demás.
- Me priorizo, los sentimientos de los demás no son importantes
- Casi siempre ofendo a la gente al hablar con franqueza.
Cómo valorar la escala de la autenticidad
Seguramente ya nos habremos hecho una ligera idea sobre cómo se puntúa la escala. No obstante, cabe decir que mide tres dimensiones:
- Los ítems 1-3 representan autenticidad distorsionada, ahí donde las personas solemos renunciar a nuestros propios sentimientos e identidad por los de los demás.
- Los ítems 4-6 representan la autenticidad equilibrada o la capacidad de expresarnos en libertad y con respeto, teniendo en cuenta tanto nuestras necesidades como las de los demás.
- Los ítems 7-9 representan la autenticidad egocéntrica o esa tendencia más extrema donde podemos caer en el egoísmo o la agresión al priorizarnos a nosotros mismos hasta el punto de lastimar u ofender a otros.
Para concluir, tal y como hemos podido ver no solo en las relaciones de pareja debemos ser capaces de practicar esa autenticidad equilibrada donde se conjuga la honestidad con el respeto, la libertad con la afiliciación y la autoestima con el propio crecimiento de la pareja. Se trata en realidad de una dimensión que practicar en todos los ámbitos de nuestra vida, ahí donde no vale ser dócil, ni sumiso, sino luminosos, con carácter, únicos y cómo no, maravillosos.
Imágenes cortesía de Kelly Smith