No tienes que cambiar, sino poner a tu favor todo lo que eres
Cambiar es un verbo que conjugamos cada día. Todos los seres humanos llevamos un malestar que queremos superar, en mayor o menor medida. Vivir no es fácil y desde que nacemos estamos sujetos a privaciones y pérdidas que se mantienen hasta que nuestro corazón deja de latir. Siempre habrá algo que deseemos y que no podamos lograr. Siempre habrá una nostalgia asediando o alguna frustración cocinándose.
El malestar frente a la vida en sí no es negativo, porque es precisamente a partir de él que encontramos motivaciones para evolucionar. Pero la inconformidad sí se vuelve dañina cuando toma unas dimensiones desproporcionadas y se convierte en un obstáculo. Cuando nos lleva a culparnos por no ser “mejores” o a renunciar a los sueños porque sentimos que estamos excluidos del mundo de los logros.
El malestar que sentimos a veces se vuelca contra nosotros mismos. Es un error de enfoque, ya que de lo que se trata no es de fustigarnos. En ocasiones nos culpamos por no alcanzar “x” logro, o no ser de “x” manera.
“Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”
–Alexei Tolstoi–
Pero, en realidad, de lo que se trata no es de cambiar, de ser diferentes o de renegar de lo que somos. El asunto va más bien por el lado de asumir una perspectiva más inteligente y comprensiva con nosotros mismos para poder sacar mejor provecho de nuestros talentos e incluso de nuestras carencias.
Lo que se debe cambiar y lo que no
Podemos cambiar nuestra forma de actuar, pero no nuestra forma de ser. Venimos al mundo con un temperamento, un patrimonio genético y unas condiciones socio-culturales que van a marcar para siempre la manera como se edifica nuestro ser en el mundo.
El temperamento y el carácter básico se pueden pulir, mejorar, potencializar, pero en términos esenciales, no se puede cambiar. Sin embargo, hay una especie de “mercado de la personalidad” que se ha impuesto y que insiste en promover la idea de que hay UNA forma de ser adecuada, UNA forma de vivir “correcta”.
Esa idea de que existen unas formas de ser adecuadas y otras inadecuadas es lo que termina convirtiéndose en un lastre para que cada uno pueda aceptarse tal y como es. No es mejor ser extrovertido que introvertido, ni es más loable ser audaz que cauto, ni es tampoco más admirable ser cerebral que sensible. Simplemente se trata de formas de ser distintas, que resultan adecuadas o inadecuadas en relación con circunstancias específicas.
Cada quien se desarrolla y florece de una manera diferente. La opción de cambiar solo es válida frente a los hábitos, los aspectos de la personalidad que no están suficientemente cultivados, o las conductas que pueden causar daño a sí mismo o a otros. Pero el núcleo central de lo que somos debe preservarse, ya que es lo que nos define.
Las virtudes que se convierten en defectos y viceversa
Alguien que habla de más puede ser muy problemático para trabajos que exigen confidencialidad, como el de detective privado o investigador de seguros. Otra persona que sea muy reservada, seguro no funciona bien como promotor o animador de eventos. Por lo tanto, lo que es una virtud en un ámbito, puede ser un terrible defecto en otro. Ni lo uno, ni lo otro son buenos en sí mismos, sino diferentes. Ni el uno, ni el otro tendrían que cambiar, solo ubicarse en el entorno que más les favorezca.
En el plano personal suele darse un patrón de polaridad o complementariedad. Esto quiere decir que, en ciertos aspectos, dos personas que sean muy parecidas no se entienden o no funcionan bien. Los mejores equipos se forman entre personas que tienen rasgos complementarios y no iguales. Nadie tiene que cambiar para pertenecer a un grupo, sino, más bien, aprender a ubicarse para poder operar dentro de él.
Por ejemplo, alguien a quien se le ocurren muchas ideas se complementará bien con otro que tenga habilidades para organizar o llevarlas a la práctica. Alguien impulsivo puede inspirar y motivar a otro que sea más calculador y este, a su vez, puede poner un límite realista a las iniciativas aventuradas del primero.
Cada uno tiene la tarea de aprender a ver el valor de lo que es. No permitas que se filtren mensajes vacíos que busquen inducirte a dejar de ser quien eres. Si algo hay que cambiar, siempre debe ser respetando tu esencia. Si algo hay que cambiar es posiblemente el entorno en donde estás instalado: puede ser un medio que no te permite ser quien eres.
Imágenes cortesía de Francine Van Hove