¿Cómo nos convertimos en seres sociales?
Somos seres sociales, criaturas destinadas a vivir en sociedad. Nuestra vida consiste en encontrar nuestro sitio dentro de la comunidad de seres humanos. Nada más nacer, alguien interactúa con nosotros; nos cuida, nos alimenta, y en el mejor de los casos se establece un fuerte vínculo a través del contacto piel con piel.
Los seres humanos somos seres sociales por naturaleza y necesitamos el contacto con otros mamíferos. En las últimas décadas se ha comprobado que cuando estamos bloqueados y este bloqueo es tan fuerte que nos impide relacionarnos con otras personas, las relaciones con otros mamíferos pueden ayudarnos a estar mejor con nosotros mismos.
Todos los mamíferos, incluidos nosotros, los seres humanos, se agrupan para sobrevivir: aparearse, criar, defenderse, alimentarse… Así, suele cumplirse que cuanto mejor sintonizado está el sistema nervioso autónomo de cada individuo, mejor es la relación con el resto de los miembros de nuestra familia, tribu, vecindario, grupo…
Ser seres sociales
Las emociones (emovere; ‘moverse’ en latín) orientan y dan forma a todo lo que hacemos. Darwin describió la organización común de todos los mamíferos, incluyendo a los seres humanos en los cuales observó algunos signos físicos de la emoción animal como por ejemplo los celos.
Podemos afirmar que los humanos somos seres sociales porque somos sensibles a los sutiles cambios emocionales que se producen en las personas que nos rodean. Desde un ligero cambio en la tensión de una ceja, hasta una curvatura diferente en los labios nos pueden indicar valiosa información sobre el estado de los demás. Además, se trata de un tipo de información que no procesamos de manera separada, sino como un todo.
Nuestro cuerpo transmite mensajes a los demás seres sociales como si se tratasen de pistas de un juego relacional. Por otro lado, nuestro cerebro está programado para funcionar como miembros de un grupo social.
El cerebro social
Aspectos característicos del ser humano, como la empatía, la imitación, la sincronía o el desarrollo del lenguaje son explicados en buena medida por nuestro “wifi neuronal”, es decir, por las nuestras neuronas espejo. Gracias a ellas podemos captar el movimiento, el estado emocional y las intenciones de otra persona.
Stephen Porges (1994) introdujo la teoría polivagal basada en los descubrimientos de Darwin. La teoría polivagal (sobre el nervio vago) nos permite comprender la biología de la seguridad y el peligro en las personas. Como somos seres sociales, existe una interrelación entre las experiencias viscerales del cuerpo y la expresión (verbal y corporal) de las personas que nos rodean.
La teoría de Porges nos explica cómo los recién nacidos comienzan el proceso de convertirse en seres sociales a través de la regulación natural que ejercen los cuidadores primarios. Día a día, cada arrullo, cada sonrisa, cada mimo, estimula el crecimiento de la sincronicidad de su CVV (Complejo Vagal Central) con su entorno. El CVV controla la succión, la deglución, la expresión facial y los sonidos de la laringe, funciones que al ser estimuladas van acompañadas de sensaciones de placer, conexión y seguridad.
El apoyo social y su función protectora
El apoyo social no significa simplemente estar rodeados de personas. Cuando tenemos que responder a situaciones de peligro o desastres, el apoyo social es la protección más potente contra el estrés y el trauma que pueden anular a las personas.
La clave del apoyo social es la reciprocidad, es decir, ser escuchado y visto, sentir el apoyo en la mente y en el corazón por parte de alguien es la mejor receta y además el mejor incentivo para que nosotros devolvamos este mismo apoyo. Para calmarnos, curarnos y crecer necesitamos la sensación visceral de seguridad, que suele sentirse desde que nacemos y estamos en brazos de alguien que nos quiere y nos cuida incondicionalmente.
A los niños les cautivan los rostros y las voces, son muy sensibles a la expresión no verbal (rostro, postura, tono de voz, cambios fisiológicos, acción incipiente…). John Bowlby observó esta capacidad innata como producto de la evolución, que resulta esencial para la supervivencia de estas indefensas criaturas. La mayoría de los progenitores se relacionan con los bebés de un modo tan instintivo y espontáneo que no son conscientes de cómo se produce la sintonización entre ellos.
Así, como seres sociales que somos, el proceso de socialización marca nuestra calidad de vida. Ser capaces de sentirnos seguros con otras personas es uno de los mejores protectores para nuestra salud mental.
“Cada vida es una obra de arte, creada con todos los medios disponibles”.
-Pierre Janet-
La Inteligencia Interpersonal
Según Howard Gardner, padre la Teoría de las Inteligencias Múltiples. El ser humano, entre otras inteligencias, goza de la Inteligencia Interpersonal. ¿En qué consiste? En saber cómo se sienten los demás. Captar su estado de ánimo, sus emociones, sentimientos… De alguna forma, se capta más allá de las palabras.
El regalo más preciado que podemos dar a otros es nuestra presencia. Cuando nuestra atención plena abraza a los que amamos, florecen como flores.
-Thich Nhat Hanh-
Esta inteligencia nos ayuda a convertirnos en seres sociales ya que facilita nuestra comprensión de los demás. Sin duda, se trata de una teoría interesante ya que plantea si el ser humano es social de forma inherente. Según Gardner, uno de los factores para considerar una habilidad o capacidad como inteligencia es que posea un sustrato fisiológico. Por lo que si en nuestro cerebro se encuentran zonas que nos ayudan a socializar, podría llegar a decirse que somos seres sociales por naturaleza.
Desde esta inteligencia también podría contemplarse la empatía, es decir, la capacidad de ponernos en la piel de los demás. Así pues, a través del desarrollo de la Inteligencia Interpersonal podemos convertirnos en seres sociales.