Nuestra tristeza necesita empatía, no ignorancia
Empatizar con la tristeza propia a veces es una tarea complicada. Empatizar con la tristeza que sentimos implicaría, en primer lugar, admitir que existe. No avergonzarla por aparecer, ni machacarla por existir. La tristeza nos habla de un dolor que ha tocado nuestra alma, un dolor que duele y que necesita dolerse.
Resultaría sencillo acoger nuestra tristeza y darle cabida si no fuera porque estar triste en muchas ocasiones está mal considerado. “No hay tiempo para las tristezas. Solo hay una vida y esta es para estar alegres y sonreír. No vale la pena estar triste”. ¿Cuántas veces has escuchado esto? ¿Te suena?
Por supuesto que solo hay una vida, y por supuesto sería lo ideal estar alegres la mayor parte del tiempo, y no tener problemas que carcomieran nuestra existencia. Pero el hecho es que los hay. Porque la vida es luz y es oscuridad. Y ambas coexisten en el mismo espacio y en el mismo tiempo.
La tristeza necesita ser escuchada para ser entendida
Percibimos la nitidez de la luz gracias a los momentos en que hemos estado a oscuras. Gracias a la oscuridad la luz se hace salvadora y nos muestra con su brillante sabiduría. Por tanto, continuando con esta bella metáfora, ¿cómo no vamos a entender la tristeza de la misma manera?
Gracias a las decepciones, a las despedidas y en general a los golpes que nos da la vida podemos abstraer significados, otorgar un sentido. Gracias a ello aprendemos las lecciones que nos irán conformando como personas, al igual que los granos de arena van formando la playa.
Las experiencias dolorosas se van filtrando en un pozo de sabiduría. La oscuridad inevitablemente se convierte en luz. Se convierte en aprendizaje y nos muestra lo que debíamos entender de esa experiencia. Por eso, tómate tu tiempo para estar con tu tristeza, para entenderla. Para entender qué es lo que te está doliendo y cuál es el significado de ese dolor en tu vida.
Rodéate de personas que no le quiten valor a tu tristeza
Nadie nos puede arrebatar nuestro sentir. No con argumentos tan manidos como “no vale la pena que llores”…¡Llora si es lo que necesitas!, porque vale la pena, porque tu pena vale. Tu pena tiene valor en este momento de tu vida. Llora si lo necesitas. Llorar alivia y desestresa. Ayuda a calmar el tormento interior. Drena tu dolor.
Ponte la música que desees. Acompaña tu dolor como te sientas más tranquilo. Cuídate, cuida cada una de tus emociones. Dales cabida para poder entenderlas. Si aparecen es porque hay algo en tu alma que necesita ser escuchado y tenido en cuenta. Rodéate de personas que sepan valorarte a ti y a tus emociones.
Personas que no te tachen de débil por estar triste ni que quieran arrancar tu tristeza sin haber empatizado con ella. No hay dolor más grande que compartir información de la herida y que no sea acogida y que sea ignorada o menospreciada. Esa sensación de no sentirse escuchado ni valorado incrementa todavía más la tristeza y la hace más pesada.
Compartir el dolor alivia más que ignorarlo
Recuerda, si no, aquella vez que compartiste tu dolor con ese gran amigo que tenías y que lejos de querer quitarte tu sentir con una frase hecha y “normalizada”, estuvo a tu lado y al lado de tu tristeza. Dejándola existir, y acogiéndola durante un rato en le grupo que formabais los tres. Hablasteis, llorasteis e incluso el humor acabó colándose entre las palabras y frases sin orden.
Esa es la verdadera compañía del dolor. La compañía que acoge y que cuida. Una compañía que respeta tiempos y no entiende de prisas. Una compañía sabia que abraza el dolor. Lo abraza tanto que incluso lo hace un poco más pequeño. El sentir se calma y el sentido de ese dolor aparece con mayor nitidez.
Sentido este que jamás aparecerá si quitamos la tristeza de cuajo, sin miramiento y sin profundizar en ella. Por tanto abrázate en tu dolor y deja que te abracen en este. El alivio será una consecuencia inmediata cuando des con la correcta (primera) compañía, y esa compañía…como bien sabrás a estas alturas, no es otra que la TUYA.