Nuestro cerebro arcaico está desfasado para el mundo actual
¿Para qué retar y entrenar a nuestro cerebro milenario? Aunque nuestro cerebro arcaico intenta protegernos, en muchas ocasiones las señales de alarma que nos envía tienen poco sentido en el mundo en el que nos desenvolvemos.
En un entorno hostil y de amenazas incesantes, nuestro cerebro desarrolló mecanismos muy útiles . Todo esto se ha consolidado en la corteza cerebral, que nos permite pensar, soñar, recordar, creer y prever.
El cerebro emocional lo rige todo, hasta las emociones que nos permiten sobrevivir. De ahí, por ejemplo, que tengamos muy desarrollada la capacidad para prever y recordar lo malo o que determinadas emociones tengan el poder para secuestrar nuestro sistema atencional.
Uno de los problemas es que la energía que gastamos en preocuparnos la ahorramos en reflexión y creatividad. Tenemos que comprender los mecanismos básicos de la mente, para que el cerebro, que es un órgano milenario, caduco en cierta medida para el mundo actual, pueda actualizarse. En este sentido, las investigaciones dicen que con nuestros hábitos podemos influir en la configuración de nuestro cerebro.
“Pensamos básicamente en ver la televisión para desconectar el cerebro, y utilizar en el ordenador cuando quieres volver a encenderlo”.
-Steve Jobs-
Nuestro cerebro tiene un mecanismo de defensa primitivo
José Saramago explicaba que él aunque no era filósofo ni científico, no creía que hubiera un principio del mal ni del bien. Lo único que pensaba conocer es que todo estaba dentro de nuestro cerebro. Nuestro cerebro arcaico tiene un mecanismo de defensa capaz, por ejemplo, de negar realidades que nuestro organismo no podría soportar.
Por otro lado, nuestro cerebro está desorientado a la hora de generar alarmas y de funcionar en una rutina en la que el ejercicio físico es muy pobre. Este mecanismo de defensa desajustado está en la base de muchos trastornos de ansiedad.
“Si nuestro cerebro fuera tan sencillo como para poder entenderlo, seríamos tan tontos que, de todos modos, no lo podríamos entender”.
-Jostein Gaarder-
El cerebro primitivo, 250 veces más rápido que el racional (Antonio Damasio, 2009), es conocido también como el cerebro reptiliano, el del instinto de la supervivencia. Sus decisiones o inclinaciones van acompañadas de una gran energía, de manera que es muy difícil contrarrestarlas.
Son varios los científicos que defienden una hipótesis: el órgano reptil con más de 400 millones de años de antigüedad es el que domina y decide lo que hacemos buscando los beneficios más inmediatos. Entrenar nuestro cerebro, aprovechando su plasticidad, nos podría ayudar a mejorar aspectos característicos de nuestro cerebro arcaico, como la toma de decisiones.
La neuroplasticidad es la potencialidad del sistema nervioso de modificarse para formar conexiones nerviosas en respuesta a la información nueva, la estimulación sensorial, el desarrollo, la disfunción o el daño.
El cerebro puede ser reprogramado
Aunque nuestro cerebro arcaico sea milenario, el conocimiento y la inteligencia pueden ser sistemáticamente expandidos. Si a esto le añadimos que la mente y materia no están separadas y que los humanos podemos usar la voluntad, el conocimiento y la inteligencia para influir en el mundo físico, la esperanza para imponernos sobre nuestras limitaciones se amplía.
Del cerebro vienen las alegrías, el placer, la risa, el ocio, las penas, el dolor, el abatimiento y las lamentaciones. Es posible cambiar nuestra mentalidad creando nuevas conexiones o “cableados” en el cerebro y fortalecerlos con nuestro pensamiento.
En general, la neuroplasticidad suele asociarse al aprendizaje que tiene lugar en la infancia, pero sus definiciones van más allá y tienen un recorrido histórico.
Hay diversos componentes bioquímicos y fisiológicos detrás de un proceso de neuroplasticidad y esto lleva a diferentes reacciones biomoleculares químicas, genómicas y proteóm que afectan a nuestro comportamiento.
José Saramago explicaba que él no era filósofo ni científico, pero no creía que hubiera un principio del mal ni del bien. Lo único que sabia es que todo estaba dentro de nuestro cerebro
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- Immordino-Yang, MH, McColl, A., Damasio, H. y Damasio, A. (2009). Correlatos neurales de la admiración y la compasión. Actas de la Academia Nacional de Ciencias , 106 (19), 8021-8026.
- Vieira, M. V. G., & Escudero, J. C. S. (2014). Neuroplasticidad: aspectos bioquímicos y neurofisiológicos. Ces Medicina, 28(1), 119-132.