Un padre puede jugar muchos papeles, pero nunca dejar de ser padre
El rol del padre ha ido cambiando con los años y en tiempos actuales no parece estar muy definido. Antes lo tenían más claro: eran los proveedores económicos del hogar y los que tnenían la última palabra. Eran la voz cantante y sonante de la autoridad, pero poco se ocupaban de la crianza de los chicos y mucho menos de las tareas domésticas. Todo parecía estar en orden.
Las últimas décadas han transformado radicalmente la figura masculina y, por supuesto, también la figura paterna. Sin embargo, hay un punto en el que, tanto antes como ahora, los padres se sienten profundamente involucrados: en el éxito de sus hijos.
“Gobierna tu casa y sabrás cuánto cuesta la leña y el arroz; cría a tus hijos, y sabrás cuánto debes a tus padres”
–Proverbio oriental–
Anteriormente se preocupaban por formar personas honestas y trabajadoras que se convirtieran en ciudadanos de provecho. Ahora, pero desde esa misma lógica, algunos padres han optado por convertirse en una especie de “managers” para sus hijos. No solo quieren que sean buenos ciudadanos, sino que también aspiran a que se conviertan en los mejores dentro de un área determinada. El deporte, por ejemplo.
Se aprecia con claridad en las gradas de los torneos infantiles de fin de semana. Ahí están siempre, entre bambalinas, encauzando la actividad de su hijo para que se convierta en el mejor. Se involucran tanto en esto que enfocan toda la crianza hacia estos logros e incluso administran su afecto en función de ellos. Son padres que proyectan sus fantasías de éxito hacia sus hijos y que, hasta cierto punto, dejan de ser padres para convertirse en entrenadores del talento de sus hijos.
La presión directa e indirecta del padre
La visión masculina del éxito es mucho más exigente y limitada que la femenina. Por eso a muchos padres les cuesta trabajo establecer una diferencia entre criar un hijo exitoso y criar un hijo feliz. Para buena parte de ellos, lo uno es sinónimo de lo otro y por eso, de muy buena fe, enfocan la educación de los hijos hacia los logros, especialmente si implican competencia.
Estos padres quieren sentirse orgullosos de los logros de sus hijos. A veces, no pueden diferenciar su propio deseo de los deseos de sus chicos. Los hijos, por lo general, quieren complacer a estos padres y aprender a leer sus sonrisas y expresiones de satisfacción cuando alcanzan una medalla, o llegan más rápido, o hacen un gol, o sacan 10 en matemáticas. Que su padre se enorgullezca de ellos les hace sentirse seguros. Así que fácilmente se pliegan a esas aprobaciones o a esas reprobaciones.
Suele suceder que si el hijo no se destaca en aquello que el padre espera, emerge una oleada de indiferencia. Quizás no los recriminen directamente, aunque muchas veces sí lo hacen. En todo caso, rara vez se ahorran las expresiones de desilusión. Y frecuentemente toman distancia de ese hijo que los decepcionó.
El padre que no ha terminado de educarse a sí mismo
Los padres que en muchos casos caen en este tipo de conductas son en realidad niños que buscan reivindicarse. Es probable que hayan sido víctimas de una educación similar: tenían altas expectativas puestas sobre ellos y quizás no las cumplieron todas. Y si las cumplieron, lo hicieron a partir de duras renuncias o grandes sufrimientos.
Sus hijos les remiten a esos chicos que ellos también fueron. Quieren reparar lo que “falló” en ellos, lo que no les permitió ser el “Messi” del equipo, o el prodigio de la clase, o el empresario más adinerado. Se sienten en deuda y trasladan esa falta a sus propios hijos. Lo hacen de manera inconsciente y con la mejor intención. En verdad creen que su deseo es el de conseguir que sus hijos sean mejores que ellos mismos, que tengan una vida más elevada.
El problema en toda esta ecuación es que se excluye un factor crucial: el amor genuino. Ese amor es el que es capaz de respetar los procesos, los tiempos y los errores. Es también el que, fundamentalmente, acepta al otro como es, con todo el paquete completo: aciertos, errores, triunfos y fracasos.
El amor del padre “manager” puede ser muy profundo, pero no por ello deja de ser egoísta. Un padre así está más preocupado de sí mismo y de su felicidad, que del bienestar real de su hijo. Antes que nada, un padre debe proveer una mano firme que llene de confianza a su hijo y que le proporcione una certeza: sin importar las circunstancias, es alguien valioso que merece ser reconocido tanto en los logros como en cualquier otra eventualidad de la vida.
Imágenes cortesía de Brett Cole