Cuando los padres fallan a sus propios hijos

Los padres también fallan a sus hijos, pues son seres humanos que arrastran sus propias experiencias, y estas toman relevancia a la hora de dar una educación.
Cuando los padres fallan a sus propios hijos
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 31 enero, 2022

Se habla de cómo los hijos decepcionan a sus padres. Sin embargo, cuando los padres fallan a sus propios hijos, con voluntad o sin ella, se extiende un velo más invisible. Así, aspectos como la falta de respeto, de apoyo, de atención o de protección son secuelas silenciosas que a menudo nos acompañan hasta la edad adulta en forma de heridas y carencias.

Sabemos que ni la crianza y ni la educación de un hijo no son tareas fáciles. Son pocos los cursos y muchos los retos; ni se dan premios a los mejores padres ni se sanciona a los peores. Los fallos, al igual que los aciertos, quedan impresos en la vida de los propios hijos de forma silenciosa y en el secretismo del tejido familiar. Más tarde, esos pequeños crecerán y madurarán lidiando mejor o peor con todo lo vivido.

“La decepción es una especie de bancarrota: la bancarrota de un alma que gasta demasiado en esperanza y expectativa”.

-Eric Hoffer-

Por otro lado, y como dato curioso, cabe decir que por término medio muchos progenitores tienden a subestimar la influencia que llegan a tener sobre sus pequeños. Así, tal y como nos lo explica un estudio que se llevó a cabo en el departamento de psicología de la Universidad de Stanford, a menudo se descuida el impacto que puedan tener ciertas conductas, el tipo de lenguaje utilizado o incluso el modo en que un padre o una madre trata a otras personas fuera del entorno familiar.

Criar a un hijo es algo más que ofrecerle sustento. Un niño se alimenta también de lo que ve, de lo que oye y de lo que siente. Nada queda al azar en la crianza y en la educación, todo se procesa y se integra en el propio ser en forma de marca o de impulso positivo de crecimiento.

Hijo mirando figuras de padres pensando en los padres fallan a sus propios hijos

Cuando los padres fallan a sus propios hijos

El amor no siempre es suficiente a la hora de hacer familia: hay que saber amar. En ocasiones, el afecto desmedido deriva en una sobreprotección que entorpece su desarrollo emocional y personal. Otras veces, ese amor que busca siempre lo mejor para el niño o la niña, da forma a una crianza marcada por férreas directrices, mandatos inflexibles y una educación autoritaria.

Los padres fallan a sus propios hijos de muchas maneras, muchas veces sin ser conscientes, por una razón muy simple: tienen una visión distorsionada y poco pedagógica de lo que es el afecto. Así, el amor inteligente de unos padres hacia sus hijos es aquel que impulsa el crecimiento en todos los sentidos, en especial el emocional, el psicológico: ese que fomenta la autonomía y conforma una identidad segura y feliz.

Ahora bien, a pesar de que en muchas ocasiones esos padres lo hacen lo mejor que pueden, no es suficiente. Y no lo logran por muy diversas razones. Veamos algunas de ellas.

Padres inmaduros

Hay parejas, hombres y mujeres con una personalidad claramente inmadura que les incapacita para  criar de forma adecuada a sus hijos. La irresponsabilidad, la incoherencia en las pautas educativas, la falta de hábitos y de estrategias pedagógicas generan sin duda situaciones muy complicadas y con graves consecuencias.

Cuando los padres fallan a sus propios hijos, se origina una herida, la de la decepción. Es una marca que no siempre se borra y que puede condicionar incluso la forma en que nos relacionamos con los demás: con mayor desconfianza o desapego.

Padres con pasados traumáticos

Hay madres y padres que se enfrentan a la crianza con el peso de un pasado traumático muy evidente. En ocasiones, con el recuerdo aún tortuoso de los malos tratos, de adversidades o de heridas no resueltas y aún abiertas. Todo ello, suele afectar a la calidad de la crianza de un hijo. Queda claro que no todos los casos son iguales, pero en estas situaciones suelen darse conductas muy extremas.

Hay padres que no pueden digerir el peso de su propia infancia traumática y proyectan esa desafección en los propios hijos. Otros, en cambio, obsesionados aún con esa sombra del ayer, tienden a sobreproteger en exceso.

Hijo enfadado con su padre

Padres que se proyectan en sus hijos

Sueños fallidos, proyectos incumplidos, ideales no alcanzados, metas no conquistadas… Todo ese poso de frustración, en ocasiones almacenado en el interior de un padre, halla su esperanza con la llegada de un hijo. Es entonces cuando empiezan a poner las bases de su mejor proyecto: conseguir que ese niño o esa niña alcance lo que el padre o la madre no pudo en su día.

Esa dinámica educativa niega por completo las necesidades de los pequeños, se coarta sus deseos e incluso la propia infancia y adolescencia. Es otro modo en que los padres fallan a sus propios hijos.

Padres que no saben responder a las necesidades de sus hijos

Al igual que nosotros no podemos elegir a nuestros padres, tampoco ellos pueden elegirnos a nosotros. Los niños llegan con sus propios matices, sus propias personalidades, particularidades y necesidades. Saber responder a ellas del mejor modo posible es sin duda la mayor obligación de todo padre y todo madre.

Por el contrario, descuidar esas necesidades o incluso vetarlas es un atentado contra la integridad de ese pequeño. Así, a veces, tras una conducta rebelde, contestona o desafiante de un niño suele haber muchas carencias no atendidas, vacíos no saciados y huecos que la crianza de esos padres no ha sabido llenar y resolver con efectividad. Todo ello conforma, sin duda, otro modo en que los padres fallan a sus propios hijos.

niña con las manos en el rostro sufriendo cuando los padres fallan a sus propios hijos

Para concluir, sabemos que las decepciones son marcas que de algún modo todos llevamos a nuestra espalda. A veces pesan y nos oprimen en exceso, no hay duda. No obstante, esos errores conscientes o inconscientes cometidos por nuestros padres no tienen por qué vetar o limitar la calidad de nuestra vida.

En nuestra mano está el poder perdonarlos o no, pero saber dejar a un lado el peso del ayer para transitar por el presente del mejor modo posible es, sin duda, una obligación primordial que tenemos por delante. Otra (y no menos importante) es evitar que esos fallos cometidos por nuestros progenitores no afecten a la crianza de nuestros propios hijos. A nuestro alcance está hacer del pasado un aprendizaje que nos sirva para construir el mejor de los futuros.


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