Soy una de esas personas raras que no saben cómo rendirse
Puede que tú también lo seas: una de esas personas raras, cabezonas y chapadas a la antigua que no saben cómo rendirse. Porque aunque duela el cuerpo y pesen las cicatrices, la mente nunca da nada por perdido… No nos deja renunciar a nuestros sueños porque, aunque esta renuncia simplemente sea un acto teatral, nos alejará de ellos.
Hablamos sin duda de perseverancia, lo opuesto a la pereza del alma. Lo contrario a ese derrotismo que en ocasiones nos sugiere la propia sociedad con sus muros y sus alambradas. Sören Kierkegaard, por su parte, también nos lo dejó muy claro en sus textos: cuando nuestro entorno nos sume en la desesperación, solo cabe un antídoto, la esperanza. Una esperanza gracias a la que puede funcionar el motor de la perseverancia.
Soy de ese tipo de personas: de las que saben qué quieren y qué no quieren en su vida. De las que no saben rendirse, de las que entienden que nada cae del cielo…. Y que a veces, aunque todos nos hayan abandonado, solo cabe una opción: seguir avanzando.
En la actualidad, y debido al complejo marco económico y social en el que vivimos, es común dejarnos llevar por la deriva del derrotismo. Perder un empleo, fracasar en un proyecto o dejar atrás un horizonte de expectativas con una pareja estable y un plan de vida, supone en muchos casos experimentar un derrumbe total y absoluto de nuestros cimientos, e incluso de nuestra identidad.
Es comprensible. Sin embargo, como suele decirse, si el fracaso nos hizo caer hemos de levantarnos de nuevo por nuestros sueños. Lejos de sucumbir a la desesperación es necesario asumir una actitud proactiva como escudo ante el sufrimiento.
Así que respira hondo y sigue avanzando. Porque queda prohibido rendirse.
Cambiar la inercia y convertirnos en “movimiento”
Los poetas, en su arte excepcional para dar forma a las emociones, han definido la depresión con términos tan impactantes como “la boca del lobo”, “pozo sin fondo”, “vientre de ballena” o “la noche oscura del alma“. Estos conceptos aluden a una idea que la propia neurociencia ha estudiado durante años: el factor tiempo en el cerebro depresivo.
Hay un enlentecimiento. Es como si la vida, su sonido y el propio segundero de los relojes se hubieran detenido. La química cerebral nos sume en ese estado de melancolía perpetúa donde nada avanza. Comentamos esto por un dato muy objetivo: la propia incertidumbre ante el futuro, cuando perdemos un trabajo o cuando rompemos una relación afectiva, nos “arrincona” en estas esquinas emocionales donde quedamos prisioneros y nada avanza.
Todo se detiene y es entonces cuando la ilusión se atrofia y aparece ese invitado no deseado: la depresión. Si es lo que sientes en estos mismos momentos, recuerda algo: rendirse es una opción, pero ponerse en movimiento una obligación.
Esto mismo es lo que nos explican en El pequeño libro de las grandes decisiones. En este interesante manual, nos detallan hasta 50 modelos de tomas de decisión ante estos laberintos personales tan complejos.
La llave de la mayoría de estas estrategias siempre suele ser la misma. Hay que tener voluntad. Aunque… ¿cómo conseguirla ante tanto sufrimiento emocional? Hemos de tener claro un aspecto desde ahora mismo: la voluntad se trabaja, se educa y se fortalece con atención plena y con esfuerzo.
El coraje de no rendirnos debe ser un valor. Como un pilar en nuestra alma. Como una raíz que nutre nuestras esencias.
A veces, rendirse es saber cuándo es suficiente
Hemos visto hasta ahora que para hacer frente a la adversidad, es necesario dar pasos hacia delante. Evitar la quietud y ese cerebro anestesiado por la falta de ilusiones, de perspectivas y esperanza. Ahora bien, hay otro detalle que es necesario tener en cuenta.
En ocasiones, rendirse es necesario, en especial para asumir cuándo un proceso ha llegado a su fin. Cuando no cabe más opción que dejar a un lado una parte de nuestra vida, y una vez más, avanzar. Incluso, reiniciar a riesgo de perder lo que no hemos guardado.
“Lo intentaste. Fracasaste. No importa: inténtalo de nuevo y fracasa MEJOR”
-Samuel Becket-
Aquí la dificultad es doble y aún más delicada. Uno puede luchar cada día para ascender en su trabajo. Para mantener a su lado a la persona que ama. Sin embargo, si no hay amor, de nada sirven las batallas. Si no hay opción a mejora profesional, de poco sirve seguir soñando con un imposible. Asumirlo también es de valientes, superarlo, de auténticos vencedores.
Hay batallas que, sencillamente, están perdidas desde el propio inicio. Saber verlo o haber llegado hasta ese límite donde no cabe más que el paso hacia atrás, nos hace igual de dignos. Todas estas luchas nos ofrecen alguna enseñanza, incluso aquellas en las que nos quedamos lejos del objetivo inicial.
No obstante, recuerda: rendirse ante un hecho o una persona en concreto no es perder ante la vida. Porque, a veces, una pérdida es también la conquista de nosotros mismos, y no hay nada más noble ni más sabio.