Placer y culpa: ¿por qué a veces van unidos?
Placer y culpa van unidos para muchas personas cuando se trata de actividades no productivas. Hacer algo “porque sí” o sin que sea útil suele generar culpabilidad, lo que a su vez puede constituirse como una fuente de estrés. ¿Cómo funciona este mecanismo? ¿Por qué algo tan nimio como comerse un helado o tirarse en la cama a descansar generan culpa, si no hacen daño a nadie?
En una sociedad marcada por la competitividad y la producción masiva es natural que aparezcan este tipo de disonancias cognitivas. Cada día somos la diana de un motón de fuentes de información que equiparan placer y productividad, hasta el punto de crear una cultura de la que es difícil escapar.
A su vez, dicha cultura normaliza el pensamiento de que el ocio es bueno, siempre y cuando también tenga una parte productiva en algún ámbito -salud, dinero, reconocimiento social-. Sin embargo, para evitar que placer y culpa se fusionen, es imprescindible analizar la cuestión a fondo.
¿Qué es el placer?
La sensación de placer básica está regulada por las descargas de endorfinas, mecanismo que refuerza la conducta de lo que estamos haciendo en ese momento. Este es el valor adaptativo del placer: identificar aquellos comportamientos que son beneficiosos para uno mismo.
Este mecanismo da lugar a la motivación hedonista, la tendencia a buscar ese placer y a cultivarlo en busca de la sensación que provoca. Sin embargo, antes de entender cómo placer y culpa se dan de la mano, es necesario entender otro factor que tienes en las siguientes líneas.
El famoso investigador Nico Fridja describió la ley de la asimetría hedónica: las emociones negativas -tristeza, ira, frustración- son más intensas y duraderas que el placer. Esto tiene un gran valor para la supervivencia, pues de esta manera se evitan situaciones que ponen en peligro al individuo.
¿Cuándo se unen el placer y culpa?
La culpa entra en la ecuación a través de la sociedad, que aplica esta ley de la asimetría hedónica a la productividad del individuo. Existe una idea generalizada e inconsciente que relaciona el placer con estar parado y no hacer nada útil, de manera que la sensación de tener que producir continuamente crea culpa cuando se experimenta placer.
Esto está favorecido por una cultura que premia más el esfuerzo y el sacrificio que el hedonismo. Algunas personas pueden pensar que si no están siempre sufriendo por conseguir un objetivo no son lo suficientemente buenas.
Por otro lado, a nivel individual, disfrutar del placer puede llevar a que distintos objetivos se contradigan a medio o largo plazo. Por ejemplo, disfrutar de un plato sabroso puede estar reñido con la intención de ponerse a dieta: ya que genera una idea inconsciente de que el placer de comer va a ser un impedimento para la disciplina.
Por eso, la culpa muchas veces se usa como un arma contra la autoindulgencia, ya que se piensa que sentirse mal cuando se disfruta de algo ayudará a la consecución de un objetivo. Esto se combina con el pensamiento de que se puede perder el control sobre el esfuerzo si se disfruta.
“A mí eso no me pasa”
Si bien es cierto que hay ciertos perfiles de personalidad que son propensos a sentirse más culpables cuando disfrutan -perfeccionistas, autoexigentes-, todo el mundo ha experimentado culpa al recrearse en el placer alguna vez.
Una estrategia muy común de sobrellevarlo es tratar de asociar el placer a actividades productivas, como ir al gimnasio o trabajar. De esta forma, la persona se permite disfrutar evitando la culpa de estar haciendo algo “que no sirve para nada”. Sin embargo, esto suele acabar en el mismo punto de sentir culpa cuando se desea hacer algo solo por placer.
El problema principal es que es difícil mantener la motivación en un estado continuo de exigencia con uno mismo, poniéndose siempre metas. Una vez se toca techo, se elimina el factor de mejorar.
Como ves, nadie está libre de esta sensación, pues está muy arraigada en el pensamiento colectivo. Cuando la culpabilidad arroja sombra sobre todo aquello que produce placer, puede llegar a ser autodestructiva.
Cómo separar placer y culpa
Estar demasiado sujeto a la dinámica de esfuerzo y logro crea personalidades rígidas y con poca capacidad de adaptarse al cambio.
Estas endorfinas que rompen el ciclo son saludables, evitan la autodestrucción y fomentan la flexibilidad del comportamiento. Por eso, aquí tienes algunos consejos para evitar la culpabilidad cuando te dedicas a tu propio recreo:
- Practica el descanso del guerrero: cuando consigas un objetivo, párate a disfrutar de tus logros. De otra manera, ¿qué sentido tiene la lucha?
- Sustituye la culpa por responsabilidad: este último término permite que las obligaciones se conviertan en tareas con un final, donde disfrutar es una recompensa por completarlas y no algo que va en contra de tus objetivos.
- Cambia la búsqueda por el miedo a disfrutar. Nadie va librarte de que el destino ponga, de vez en cuando, algún obstáculo en tú camino. En tu mano está sortearlos, pero también buscar y aprovechar oportunidades.
- No tengas miedo a disfrutar: los momentos de placer no llevan a la pérdida de control, pues es difícil generar un hábito con un solo episodio.
- Busca pequeños placeres: los grandes hitos no dan verdadero placer, puesto que las endorfinas refuerzan pequeños gestos cotidianos. Así es como se mantiene el placer en el tiempo, no con un episodio intenso que termina.
- La presión externa siempre va a estar ahí para inducirte culpa cuando disfrutes de algo. Trata de no formar parte de la presión y no te dejes influir.
El placer en el momento presente es necesario: no solo forma parte de una emocionalidad sana, sino que es una herramienta para que la productividad se maximice y sea sana -paradójicamente-. El placer hedonista proporciona momentos de desconexión que permiten volver a las obligaciones con fuerzas para realizarlas correctamente. ¡Disfruta!
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