¿Por qué hablamos del tiempo en el ascensor?

¿Por qué hablamos del tiempo en el ascensor?
Gema Sánchez Cuevas

Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.

Última actualización: 20 septiembre, 2019

Entrar en un ascensor es algo que hacemos casi a diario, sobre todo los que vivimos en un piso. Aunque sea algo muy cotidiano y rutinario sigue siendo para la mayoría de la gente una experiencia un tanto incómoda cuando tienes que compartir ese pequeño habitáculo con más gente.

Aparte de convertirse en un momento un poco claustrofóbico, la situación es rara porque muchas veces no sabes qué decir, qué cara poner o cómo colocarte. Es más, siempre que podemos –esto lo hacemos todos- corremos para poder cogerlo a solas y no tener que subir o bajar con nadie más. Qué tontería, ¿Verdad?. Pues la realidad es que esa incomodidad puede ser explicada por la psicología social y la psicología evolutiva.

Normalmente, cuando interactuamos con otra persona con la que no tenemos confianza, mantenemos una distancia socialmente adecuada, que suele ser de un brazo aproximadamente. Esto no es posible en un ascensor común y menos cuando hay más de dos personas y tenemos que ir apretados por obligación. Esto ya nos pone un poco nerviosos e inquietos porque no es nuestra tendencia natural.

Nuestro comportamiento entonces se vuelve extraño y suele consistir en mirar a la pantalla en la que se van reflejando los números de los pisos por los que vamos pasando, esperando con impaciencia a que llegue el nuestro. O bien, miramos al techo, al suelo, a la pared, a un cartel que ponga “300 kg 5 personas máximo”. Ahora la gente también recurre a su móvil aunque no esté mirando nada en concreto, pero puedes refugiarte en él y evitar el contacto visual con el resto de los pasajeros.

 

Pero, ¿Por qué queremos evitar ese contacto?

 

Parece ser que estas conductas de evitación que acabamos de describir responden a una reacción automática e instintiva grabada en nuestro cerebro tras miles de años de evolución. Según las investigaciones del psicobiólogo Dario Maestripieri de la Universidad de Chicago, las convivencias en lugares muy reducidos han sido sede de encuentros hostiles y violentos desde el origen de la humanidad.

Las personas podían desencadenar comportamientos agresivos y evitar el contacto ocular, que supone una protección frente a los otros y una manera de evitar esas posibles situaciones violentas. Como digo, esto tiene un origen evolutivo. Evidentemente en la actualidad esto no ocurre, pero seguimos usando ese mecanismo al igual que seguimos usando la ansiedad como alarma cuando creemos estar frente a un peligro.

Este investigador realizó un experimento con monos Reshus en la que comprobó que estos animales se comportan de manera muy parecida a como nos comportamos nosotros en espacios pequeños. Cuando se colocaban dos monos en un espacio reducido, tendían a ponerse cada uno en una esquina, lo más alejados posible. Se mueven con cuidado, evitando el contacto visual y evitando también reacciones que puedan indicar al otro que va a ser atacado o que se va a producir un momento violento.

Llega un momento en el que alguno de los monos le manda señales al otro de que no tiene nada que temer y de que no tienen ningunas intención hostil para con él. Los monos suelen enseñarse los dientes entre ellos como señal de amistad y de que todo está bien, de que no tienen intenciones de pelear. Este gesto de “enseñar” los dientes se considera el precursor evolutivo de nuestra sonrisa.

En el ascensor, nosotros también necesitamos llevar a cabo conductas de aproximación con las que romper el hielo y decir que vamos en son de paz. Puede ser sonreír o simplemente comentar: “Parece que hoy va a llover, ¿No?” Este simple gesto ya provoca que se liberen las tensiones entre los pasajeros o vecinos que viajan en el ascensor. El viaje incluso parece más corto.

La necesidad de socializar y de comunicación en los humanos es innata y nos ayuda a sobrevivir. A nadie le interesa si va a llover o si hace calor, lo que realmente nos interesa es que desaparezcan las inquietudes e instintivamente sabemos como hacerlo.

¿No te ha ocurrido alguna vez la situación de subirte a un ascensor con un desconocido y que este se ponga a hablar y a hablar y te cuente todo lo que ha hecho durante el día con todos los detalles? “He ido al médico y me ha dicho que coma más verdura y que deje de fumar, estos médicos nos lo están prohibiendo todo. Hoy tendré que comer ensalada y blablabla…”

La verdad es que tu vecino sabe que te importa poco lo que él ha hecho y tampoco espera recibir ningún consejo milagroso por tu parte. Simplemente es alguien que se ha sentido inseguro y coartado cuando has subido y está intentando mandarte señales para que calmes tu “potencial agresión”.

Ciertamente, es muy curioso conocer como a pesar de la gran evolución que ha tenido nuestra mente durante miles y miles de años, conservamos algunas huellas de nuestros antepasados que pueden explicar algunos de nuestros comportamientos actuales. Evidentemente, no todas las situaciones son iguales y hay conductas que hoy por hoy no se pueden predecir o no podemos explicar, pero ahí está la magia de la ciencia, ¡En seguir investigando para seguir explicando!.


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.