¿Por qué pensaba Nietzsche que estábamos enfermos?
El pensamiento de Nietzsche (1844-1990) quizás ha sido uno de los más revolucionarios, interpretados y manipulados a lo largo de su corta historia. Con él para muchos murió Dios y nació una nueva manera de ver y entender el mundo. Una forma que trata de rescatar al pensamiento y al hombre del yugo que se impuso así mismo, como un intento sofisticado para evitar la peor de sus fobias. Una fobia a la vida, a sí mismo y a su libertad.
Para Nietzsche el origen de muchos de nuestros males está en esa Grecia ilustrada, y democrática en parte, en la que dejamos a un lado el mito y pasamos a venerar al logos. A una razón que nos situó como seres insuficientes, limitados y atolondrados por las sombras que veíamos en la caverna. Nietzsche va a sospechar de esta modernidad y piensa que debajo de esta construcción solo se esconde el resentimiento hacia la vida, hacia lo que nos sucede y no nos gusta.
El origen de la enfermedad
(… y por lo tanto de la tragedia)
En Grecia, perdió Dioniso (vida) y ganó Apolo (razón). De esta forma nos quedamos hipnotizados por una perfección que proyectamos fuera, y que siempre estaría fuera precisamente por la manera en la que la articulamos: lejos, porque nosotros la situamos allí, de nuestra propia naturaleza. Nuestra condena y a la vez nuestro destino: trascender la forma simbólica y pasar a la forma material. La única manera de revertir esta condena: la muerte.
Un discurso que hoy sigue siendo perfecto para los fundamentalistas religiosos, que forran sus cuerpos de bombas y emprenden el camino hacia un mundo mejor. Eso sí, llevándose a otras vidas por delante, las cuales entienden como su pasaporte.
Si Sócrates abrió las puertas a la posibilidad de este pensamiento, separando a lo dionisíaco (vida) y a lo apolíneo (razón), fue Platón el que situó a uno por encima del otro, completando así la mayeútica (parto del conocimiento; logro de la razón) y de paso la tragedia. La divulgación de esta escisión y jerarquía correría después a cargo del cristianismo, que hablaría de la vida como una preparación para la muerte o como un valle de lágrimas.
Un penar cuya recompensa era el cielo. Un discurso que encajaba perfectamente con las dificultades que pasaba el pueblo, acosado y asolado por el hambre, la peste y la sed de esperanza. Sufrid ahora, después tendréis vuestra recompensa. Solo para los que hubieran sufrido lo suficiente, eso sí.
Esta visión también supone una condena moral para el hombre, ya que las acciones más elevadas nunca puede ser obra suya. De ahí que quizás hayamos popularizado frases tan representativas de la aceptación de esta condena como “no hay mal que por bien no venga”. De hecho, esta ha sido la justificación que han utilizado algunos para explicar cómo es posible que un Dios todopoderoso y motivado por su infinita bondad permita las desgracias que nos asolan. Tiene su gracia, ¿no?
Nos condenamos a ser esclavos
Volviendo al núcleo del pensamiento de Nietzsche, así fue como generamos una escala de valores más propia de nuestra fe que de nuestro conocimiento. De todas formas somos tipos listos y al Edad Media o Edad Oscura no podía durar eternamente, así que….
Mientras tanto empezamos a edificar la ciencia, la mejor solución vital que se nos ocurrió para abstraernos de lo sensible. La ciencia en este sentido no era otra cosa para Nietzsche que el instrumento perfecto que había generado el hombre para hacer un agujero en la caverna y asomarse fuera. Nuestra esperanza al establecerla como paradigma sería la de entender el determinismo, destino, que de alguna manera estaría escrito para todos. Un algoritmo en el que todo encaja: sí, de esos que ahora utilizan la mayoría de empresas para tratar de predecir cuál será nuestra próxima compra.
Nietzsche precisamente se enfrenta a este pensamiento con su nihilismo, en la que se basa toda su “filosofía del martillo”. Es la parte destructiva de su filosofía, atacando el edificio del saber tradicional y sus manifestaciones, a la cultura occidental y a los ámbitos en los que se ve reflejada.
El pesimismo nihilista y la llegada del superhombre (superhumano)
En su nihilismo Nietzche nos explica por qué piensa que estamos enfermos y por qué lo que ocurrió en Grecia supuso el nacimiento de la tragedia para nosotros. Su respuesta representa un giro copernicano, comparable al que sucedió con la ilustración y el antropocentrismo, pero con una pendiente y un sentido muy distintos. Al contrario que los ilustrados, no pensaba que al ciencia nos salvaría, sino que entendía que esta era un sustituto de la religión, pero más inteligente y vital en algunos aspectos.
Una religión que seguía siendo una prueba de nuestro resentimiento hacia la vida; y, por lo tanto, de nuestra enfermedad y de la “represión” de nuestros instintos vitales.
Otra de las manifestaciones de esta modernidad enfermiza, a parte de la religión o la ciencia (representada para Nietzsche especialmente en las matemáticas), se encontraría en el lenguaje. Así, igual que intentaríamos reducir la vida a números, también intentaríamos reducirla a conceptos. El lenguaje sería así una ficción, un instrumento colectivo, con el cual intentamos encontrar la verdad. Una verdad que nos hemos empeñado en que sea clasificable, objetivable, cuantificable, reducible a conceptos, absoluta… cuando el mundo que pisamos, ¿realmente funciona así?
Entendida la enfermedad, ¿cuál sería para Nietzsche la solución? Volver a invertir los valores y dar paso al nacimiento del super hombre, ese mismo que que intentaría vivir una vida lo suficientemente buena como para desear vivirla de nuevo de la misma manera (eterno retorno). Esta es realmente la parte vitalista de Nietzsche, su forma de trascender la sospecha y abrazar, sí, a la vida.