¿Por qué tenemos pesadillas?
Estás caminando por un bosque oscuro y solitario; de pronto, sin saber muy bien cómo, empiezas a hundirte; el sueño es tan vívido que hasta sientes como te asfixias, como te vas quedando sin aire. Si has experimentado esta sensación, lo más probable es que hayas despertado angustiado. Así, hoy queremos hablar de por qué tenemos pesadillas.
Todos tenemos en mente alguna que nos marcó por su crudeza, por su realismo o por lo impactante de su temática. El ser humano tiene pesadillas prácticamente desde que nace. Es más, como dato curioso sabemos que durante el octavo mes de gestación, un bebé ya empieza a soñar en el vientre de su madre. Se ha podido comprobar que en esta etapa alcanzan ya la fase REM y que, por tanto, es muy posible que se adentren por primera vez en el universo onírico.
Sin embargo… ¿en qué pueden soñar una criatura que aún no ha visto el mundo? Científicos, como la doctora Janet DiPietro, psicóloga y profesora de la Universidad Johns Hopkins, señalan que lo más probable es que sueñen solo con sensaciones. Más tarde, entre los 2 y los 7 años, los niños experimentarán una fase en la cual las pesadillas son frecuentes.
Cerca del 40 % de los niños padecen terrores nocturnos, un trastorno del sueño habitual en la infancia, pero que en algunos casos puede seguir acompañándonos en edades adultas. Así, viendo el sufrimiento y la angustia que provocan estas experiencias es inevitable preguntarnos por qué aparecen. ¿Qué es lo que busca el cerebro cuando nos deja abandonados en esos escenarios inquietantes, incómodos y hasta peligrosos?
Lo analizamos con detalle.
¿Por qué tenemos pesadillas? Un sofisticado mecanismo de alerta
Si hablamos de biología humana y de neurociencia, nada es casual. Si nos preguntamos por qué tenemos pesadillas, hay un hecho que debemos tener claro: nuestro cerebro, el propio inconsciente e incluso nuestro instinto de supervivencia, quiere decirnos algo.
No importa que esa pesadilla tenga una narrativa surrealista, no tiene importancia que esas imágenes angustiantes sean propias de una película de terror. Porque es en ese tejido onírico donde se vuelcan muchas de nuestras emociones comprimidas, de nuestros miedos, ansiedades y preocupaciones.
Las pesadillas han persistido a lo largo de nuestra evolución humana y también en la de los animales con una finalidad muy concreta: mantenernos en alerta ante las amenazas. Ahora bien, ¿ante qué amenazas? Para comprenderlo mejor basta con recordar esas épocas en las que hemos sufrido mayor estrés y ansiedad. Precisamente, en estas etapas las pesadillas suelen ser más frecuentes.
Pesadillas como sistemas de alerta y refugio de los miedos
Podríamos decir que el cerebro tiene un “sótano” al que accedemos una vez alcanzamos la fase REM. Si llevamos unas semanas envueltos en preocupaciones, presionados por determinadas cosas o inquietos por ciertas circunstancias, nuestro cerebro nos lleva a ese subterráneo donde nacen y se desarrollan las pesadillas.
Hablamos de escenarios que nos sitúan cara a cara con nuestros miedos. Solo que esos temores aparecen con otras formas, con otros rostros y simbolismos. Son como lienzos surrealistas en los que discurren las emociones más adversas para ponernos frente a frente ante aquello que nos angustia. Es como un sistema de alerta avisándonos de que hay algo que preocupa, algo que debemos afrontar.
Como curiosidad, hay tribus indígenas, como las surinamesas y las australianas, que definen las pesadillas como sueños de transición. Para ellos son mensajes del mundo onírico que buscan darnos orientación en épocas difíciles. La clave, como bien podemos suponer, está en saber descifrar sus mensajes.
¿Por qué tenemos pesadillas persistentes?
Hay personas que acuden a terapia a raíz de sus trastornos del sueño, de sus parasomnias y sobre todo, por la presencia de pesadillas recurrentes. Esta es una realidad común que siempre ha interesado a la ciencia. Es más, estudios como los llevados a cabo en la Universidad de Laval, en Québec, nos indican que hay una relación entre determinados trastornos como el de estrés postraumático y la experiencia de esos sueños o terrores nocturnos.
Lemyre, A., Bastien, C. y Vallières, A. (2019) insisten en la importancia de seguir estudiando ese vínculo entre las pesadillas crónicas y condiciones como las depresiones o el trastorno límite de personalidad.
Los niños y los terrores nocturnos
Lo señalábamos al inicio. Casi la mitad de los niños con edades comprendidas entre los 2 y los 7 años padecen terrores nocturnos. Estas situaciones son para muchos padres motivo de preocupación y sufrimiento, puesto que los pequeños suelen despertarse aterrorizados y entre lágrimas víctimas de una gran angustia.
El origen de estas experiencias suele estar en una sobreactivación del sistema nervioso central (SNC) durante el sueño. Debemos tener en cuenta que muchas de estas estructuras neurológicas aún no están maduras. Así, factores como el estrés, la ansiedad, la falta de sueño, el cansancio o incluso alguna pequeña infección, tiende a alterar dicho sistema provocando esas experiencias oníricas de gran intensidad en las cuales, cuesta bastante diferenciar lo real de lo irreal.
Por término medio, estas situaciones acaban desapareciendo una vez llegan a la adolescencia. Sea como sea hay algo que es evidente, los malos sueños, las pesadillas o, en el caso más extremo, los terrores nocturnos, nos demuestran lo asombroso y complejo que llega a ser nuestro cerebro.
Como bien decía Alfred Hitchcok: no hay mayor placer que despertar de una pesadilla y descubrir que estamos a salvo…
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- Lemyre, A., Bastien, C., & Vallières, A. (2019). Nightmares in mental disorders: A review. Dreaming, 29(2), 144–166. https://doi.org/10.1037/drm0000103
- Rek, S., Sheaves, B., & Freeman, D. (2017). Nightmares in the general population: identifying potential causal factors. Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology, 52(9), 1123–1133. https://doi.org/10.1007/s00127-017-1408-7