Predicar con el ejemplo
El ejemplo puede ser, a todas luces, tu mejor método de enseñanza. Pero ejercerlo con honestidad y decisión, de la forma más correcta o más idónea, resulta algo muy difícil de lograr. No obstante, también es algo que vale la pena y que puede darle sustancia a más de una vida, incluida la tuya. Predicar con el ejemplo es lo más sabio que puedes transmitir.
Como lo dijo Stephen Covey: “Tus actos siempre hablan más alto y más claro que tus palabras.” Porque los hechos son la forma de concretar lo que se dice y porque decir una cosa y luego hacer otra es auto-descalificarte. Si no interiorizas verdaderamente lo que expresas, jamás será una realidad.
“Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera”.
-Albert Einstein-
Conocer qué quiero ser y hacer
Primero, para predicar con el ejemplo, tenemos que estar muy convencidos de lo que queremos ser y hacer y, ahí sí, tratar de inculcarlo en los demás. Sin este primer y trascendental paso, será poco probable que podamos predicar con el ejemplo.
Así mismo, el binomio cerebro y corazón, la alianza razón y sentimientos, será esencial para nosotros en esta dirección. Porque no todo son pensamientos, racionalidad, ni conocimiento, y porque no todo son emociones y afectos. Se necesita coraje, entendimiento, pero también sensibilidad y mucho amor.
Si soy consecuente, lo lograré…
Ciertamente, la gente tiende a ser receptiva cuando encuentra a alguien que es consecuente. Es decir, cuando se percibe que alguien mantiene la coherencia entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace. Todos necesitamos hechos, más que palabras. Acciones, más que simple retórica.
Muchas veces pensamos y pensamos, leemos y leemos, pero no pasamos de ahí. Muchas ideas nos suenan interesantes, hasta que decidimos ponerlas en práctica. Ahí es cuando nos damos cuenta de que “del dicho al hecho, hay mucho trecho”. Total, predicar con el ejemplo sin acción es como el árbol sin fruto.
No pido lo que no doy
Indudablemente, se necesitan personas convencidas de sus actos. Personas arriesgadas, que fijen sus ojos en el crecimiento de su vida, a diferentes niveles; y que sean valientes, no para agredir o ganar una pelea contra los demás, sino para hacerlos crecer: esto es lo verdaderamente difícil y complejo.
Innegablemente, un padre que desea enseñarles el valor del respeto a sus hijos, pero trata mal a su propia esposa, muy seguramente va a fracasar desde en un principio en su intento.
De igual modo, cuando una persona dice mentiras pero reclama honestidad de las demás, posiblemente está en la dirección equivocada. Porque no conviene pedir aquello, que nunca serás capaz de dar.
Nadie puede enseñar a otro, lo que no sabe y lo que no aplica
Evidentemente, las personas que son ejemplo de vida son capaces de cambiar su contexto y su escenario de convivencia: el entorno en el cual se hacen y se desarrollan. Si se quiere son, en muchos casos, líderes anónimos de la existencia, que a la vez que crecen, nos inducen a crecer.
Porque el verdadero ejemplo es “pegajoso”: nos muestra un deber ser, que nos impulsa a la imitación. Nos contagia, como en el caso de las enfermedades, pero ahora para sanarnos; para hacernos más fuertes y resistentes ante los infortunios de la vida. Sobre todo, nos hace ver que es posible ser así…
Desafortunadamente, cuando una persona se vuelve ejemplo para los demás tiene más exigencias. Hasta el más mínimo detalle negativo tiende a menoscabar su imagen y sus buenas acciones. Los otros se inclinan a mirar más el defecto o el traspié que la virtud, así esta última sea muchísimo mayor que todo lo demás.
Con todo, vemos a muchísimos padres que buscan educar a sus hijos, sin haberse educado a ellos mismos. Tratan de trasmitir aquello que nunca les fue verdaderamente trasmitido. Y caen, quizás, en la grave torpeza de enseñar lo que ellos mismos no saben. En realidad, todos llevamos dentro de nosotros un maestro y un aprendiz.
Somos ejemplares en algunos aspectos de nuestra vida, pero también padecemos carencias, contradicciones, vacíos, que nos llevan a inconsistencias entre nuestras palabras y nuestros actos.
Todo proceso requiere de tiempo
Es cierto que hay seres excepcionales que logran una alta coherencia. Que consiguen hacer de su vida una auténtica doctrina llevada a la práctica. Seres humanos como Gandhi, que se convirtió en un modelo de vida y llevó sus convicciones a tal punto, que logró cambiar la historia de una nación.
Precisamente de Gandhi se cuenta esta historia:
“Una mujer fue junto con su hijo a ver a Gandhi. Gandhi le preguntó qué quería y la mujer le pidió que consiguiese que su hijo dejase de comer azúcar.
Gandhi le contestó: “traiga usted otra vez a su hijo dentro de dos semanas”.
Dos semanas más tarde la mujer volvió con su hijo. Gandhi se volvió y le dijo al niño: “deja de comer azúcar”.
La mujer, muy sorprendida, le preguntó: “¿Por qué tuve que esperar dos semanas para qué usted le dijese eso? ¿Acaso no podía habérselo dicho hace quince días?”.
Gandhi contestó: “no, porque hace dos semanas yo comía azúcar”.
Sin duda, todo tiene un proceso y un tiempo. No se puede llegar a la meta, sin haber transitado por completo cada uno de sus trayectos. Nada de lo que hagamos por crecer será en vano. Y esta será una trascendental labor, que nadie realizará por nosotros. La elección es nuestra y de nadie más… ¿Te atreves a predicar con el ejemplo?
El ejemplo y el aprendizaje vicario
¿Cuántas veces hemos aconsejado a un amigo sin éxito? Muchas personas, a pesar de tropezar una y otra vez con la misma piedra, no se dejan ayudar. Una de las máximas de los psicólogos es que si alguien no quiere cambiar, no cambiará. Desde la psicología budista se lanza el mismo mensaje, si alguien no pide ayuda, por mucho que le digas no escuchará. Es más, aunque lo pida, no es sinónimo de que se deje ayudar.
Algunos maestros budistas, cuando recibían visitas de gente buscando enseñanzas, normalmente se hacían de rogar. Esperaban a que le pidieran ayuda tres veces antes de comenzar a enseñar. Porque si no existe un interés real detrás de una petición de ayuda, nuestra ayuda puede caer en saco roto.
Lama Rinchen Gyaltsen, afirma que si no nos piden ayuda, y que si aún pidiéndola no se dejan ayudar, nuestra mejor postura es el ejemplo. Los Lamas tienen un gran trabajo: predicar con el ejemplo. Entre sus múltiples tareas está comportarse tal y como predican, por ejemplo, con paciencia, amor y compasión. Si hay un problema, se preocupan pero no se alteran y mantienen una buena actitud.
Detrás de ello se esconde un aprendizaje vicario o aprendizaje social. Se trata de un aprendizaje por medio de la observación. A través de la observación de la conducta de otras personas adquirimos un conocimiento potencial. Por ejemplo, si ante un contratiempo nos alteramos en demasía, y vemos a otras personas actuar con tranquilidad, podemos llegar a aprender a actuar de igual modo. Así pues, comencemos a predicar con el ejemplo si queremos empezar a ayudar a los demás.
Imágenes cortesía de Lisa Fallon, Art Dk