¿Qué podemos aprender de la incomodidad?
La incomodidad es una sensación que todos hemos experimentado. Sin embargo, a pesar de ser tan universal, no solemos buscarla ni provocarla. ¡Todo lo contrario! Intentamos pasar sobre ella de puntillas, como si fuera un suelo recién fregado que no queremos pisar.
Sin embargo, una vez que hemos dejado la zona mojada atrás, es bueno reflexionar para no perdernos la oportunidad de aprendizaje que nos ofrece.
Si ya hemos sufrido y no lo hemos podido evitar, saquémosle el máximo partido posible. ¿No estás de acuerdo?
Las situaciones que nos incomodan son una buena oportunidad para profundizar en nuestro interior, observarnos y apreciar lo que está ocurriendo – ¿Por qué esta situación me genera incomodidad? Una pregunta importante que a menudo omitimos, ya que tenemos unas ganas enormes de salir de la situación en la que nos encontramos. Como animales que somos, contamos con una reactividad fisiológica que a menudo limita nuestra “reactividad inteligente o cognitiva”.
¿Por qué la incomodidad nos ayuda a nuestro crecimiento personal?
De forma natural buscamos la comodidad, es nuestra tendencia. Cuanto te sientes cómodo estás seguro, arropado y tranquilo; todo o la mayor parte de lo que sucede está bajo tu control y no percibes ninguna amenaza potencial. Sin embargo, ¡cuidado! Por un lado, no vas a poder permanecer siempre en este estado y, por otro, tampoco es bueno que lo hagas: vas a debilitar tus fuerzas y limitar tu crecimiento.
Buscando la comodidad limitamos nuestro mundo, evitando así situaciones propicias para nuestro desarrollo y crecimiento personal.
Las situaciones o las personas no son incomodas por sí mismas, la incomodidad surge de nuestra experiencia personal, y somos nosotros los que nos sentimos incómodos ante ciertas situaciones o personas. Cuando se adopta esta perspectiva, cambiamos el foco de nuestra atención; dejamos hacia el exterior para buscar respuestas y propuestas en nuestro interior.
Es el camino hacia el autoconocimiento y al crecimiento personal. Sucede cuando dejamos de evitar las situaciones que nos resultan molestas o incomodas y nos permitimos estar en ellas, intentando encontrar las causas originales de esa sensación. ¿Qué tiene que ver eso con nosotros?, ¿Qué nos está diciendo de nosotros mismos ese malestar?
Cuando ponemos esta sensación en lo externo tendemos a echar la culpa, criticar o juzgarla como buena o mala. Cuando esa misma situación puede despertar sensaciones completamente distintas en otra persona.
Haciéndonos responsables de que somos nosotros quienes experimentamos la sensación, teniendo en cuenta nuestra singularidad -experiencia, rasgos de personalidad, etc., podemos respetar a los demás y obtener un aprendizaje mucho más intenso y enriquecedor con respecto a lo que vivimos.
Aprender a permanecer en la incomodidad
Dejarnos estar en la incomodidad solo es posible cuando comprendemos que salir de nuestro estado de confort es necesario para ampliar nuestra experiencia vital. Un motivo sin duda poderoso e inteligente para prolongar nuestra presencia en determinadas situaciones que nos resultan desagradables.
La tendencia a evitar la incomodidad hace que estemos alienados y perdamos nuestra propia identidad. Así, aprender a permanecer en la incomodidad nos deja varias enseñanzas importantes:
– Podemos afrontar el malestar que surge al principio ante una situación que nos resulta molesta, observaremos como esta sensación va disminuyendo.
– Al encontrarnos en esta situación sin intentar evitarla rompemos con el hábito de intervenir y acabar con la experiencia.
– Vivir esta experiencia nos ayuda a tomar conciencia de nuestro comportamiento, considerando las repercusiones que tiene nuestra evitación.
– Las emociones que nos resultan incomodas aparecen para alertarnos de algo acerca de nosotros, si aprendemos a escucharlas y sentirlas, viviremos la experiencia completa de forma más auténtica; de manera que no se enquiste y reaparezca produciéndonos un mayor malestar constante.
Llegará un momento en el que, cuando nos hayamos acostumbrado a no evitar esta sensación, podremos recuperar fácilmente la calma, vivirla con mayor naturalidad; de una forma en la que nos demos cuenta de que la incomodidad tiene otras formas de desaparecer, a parte de las que ya conocemos de huida y evitación de la situación.
El bienestar que produce haber afrontado la situación que nos resultaba incomoda, es la consecuencia de haber sabido gestionar nuestras emociones incomodas, sin repudiarlas ni rechazarlas, sino prestándoles atención para saber qué nos están indicando.
Cuando no intervenimos en la incomodidad, todo fluye de forma más natural
La salida apresurada de las situaciones incómodas también supone un aprendizaje. Hace que nuestra vida quede condicionada y que el problema de fondo quede escondido debajo de la manta, preparado para salir en cualquier momento y nosotros sin armas con las que hacerle frente. Además, este estancamiento emocional produce una gran insatisfacción y una desconexión que impide nuestro desarrollo personal.
Permanecer en la incomodidad sin intentar huir de ella, hace que restablezcamos el propio control sobre nosotros mismos y nos hagamos cargo de lo que nos ocurre. Es una garantía de inmunidad frente a los sentimientos de indefensión y desesperanza
Teniendo en cuenta todo esto, podríamos decir que es necesario pasar por la incomodidad, experimentarla y permanecer en ella; viéndola como una sensación productiva, que nos sirve como indicador de nuestra propia regulación emocional y autoconocimiento.