Quiero ser madre y ama de casa
Durante siglos la mujer fue relegada a un lugar muy poco valorado dentro de la sociedad. Se pensaba que debía ser ajena a los asuntos públicos, pues su espacio natural era el ámbito privado, básicamente, el hogar. El destino de casi todas era ser madre, esposa y ama de casa sin tener ningún tipo de reconocimiento por ello.
Una de las grandes reivindicaciones del movimiento de liberación femenina fue precisamente el de reclamar igualdad de oportunidades para acceder al mundo del trabajo y, por ende, del poder económico, político y social. Durante varias décadas, el objetivo de muchas mujeres fue el de probar que eran tan capaces como los hombres de desempeñar muchas de las tareas que hasta ese momento eran consideradas exclusivamente masculinas.
Afortunadamente este cambio ha tenido efectos y hoy contamos con presidentas, grandes ejecutivas, premios Nobel, etc. Pero, sobre todo contamos con mujeres que están convencidas de que pueden aportar mucho a la sociedad y tienen unas ganas enormes de hacerlo.
“Puede afirmarse sin temor a errar que la obra de la mujer en su hogar es la más creadora que cabe imaginar”
-Salvador de Maradiaga y Rojo-
Sin embargo, esta carrera por la igualdad también ha generado lo que podría llamarse “algunos daños colaterales”. Ejercer la feminidad se ha convertido en un asunto confuso. Vivir la maternidad, verdadera cumbre de lo femenino, parece una misión imposible que debe realizarse con premura, a ratos y, muchas veces, como una actividad no prioritaria dentro de la agenda.
Si bien muchas mujeres parecen conformes y hasta entusiasmadas con las nuevas reglas de juego, también hay otras tantas mujeres en el mundo que no se sienten cómodas del todo con esta situación. De hecho, la declaración “Quiero ser madre y ama de casa” puede resultar bastante criticable y hasta ofensiva, en un mundo que ahora demanda a una mujer productiva económicamente y con alta capacidad de consumo.
El deseo de ser madre y ama de casa
No todas las mujeres que trabajan y pagan sus gastos son libres, ni todas las amas de casa que dependen económicamente de su pareja son esclavas. A estas alturas del siglo XXI solamente los hombres más obtusos o ignorantes se atreverían a decir que la mujer no tiene las mismas capacidades laborales de un hombre. Así que el asunto ya no está mediado tanto por un prejuicio, sino por una filosofía de vida.
Aunque hay padres y madres en todo el mundo que son muy conscientes de su papel y tratan de ofrecer una crianza de calidad, lo cierto es que los niños son los grandes damnificados en el nuevo modelo de familia que se ha impuesto: el modelo de padre y madre trabajadores, con poco tiempo para dedicarles a ellos. De ahí que actualmente haya ido apareciendo en el mundo un nuevo grupo de hombres y mujeres que son partidarios de una crianza más tradicional.
Hay mujeres que desean vivir la experiencia de la maternidad plenamente. No quieren tener un bebé para dejarlo en una guardería con pocos meses. Quieren ser partícipes del desarrollo temprano de los niños y asegurarse de que están recibiendo los cuidados y la educación más adecuados. Sin embargo, solo muy pocas pueden realmente dar un paso adelante en ese propósito.
La situación se ha revertido y pocas parejas se pueden permitir vivir y mantener a unos hijos sin que los dos miembros trabajen. La sociedad ha pasado de considerar mayoritariamente que la mujer estaba mejor en casa a no permitir que esto pueda suceder.
¿Machismo o una forma de ejercer la feminidad?
Que una mujer quiera quedarse en su casa, cuidando de sus niños y atendiendo las tareas domésticas puede ser visto como un gran retroceso, especialmente por los sectores más radicales. Hay quien podría entender este deseo como un retorno al pasado, o como una complacencia con la visión machista del mundo. Sin embargo, se hace necesario formular una pregunta: ¿los deseos de todas las mujeres, necesariamente, deben ser uniformes?
En realidad, el aspecto más problemático de esa aspiración es la vulnerabilidad económica en que puede dejar a la mujer. Si ella no cuenta con sus propios recursos económicos, esto puede suscitar dependencias indeseables o limitaciones importantes. Así que, en principio, la decisión de ser madre y ama de casa pasa por un acuerdo con la pareja o con la familia.
Básicamente, la pareja debe estar de acuerdo en la importancia de la presencia de la madre dentro del hogar y los sacrificios que ello implica: que el hombre asuma la responsabilidad de generar ingresos y que la mujer se concentre en la crianza de los niños y la buena marcha de la casa. Obviamente también puede ser al revés.
Seguramente el fundamento de un acuerdo como este es la convicción de que ese modelo de familia es más enriquecedor para todos, no el prejuicio de que la mujer es incapaz de ser laboralmente activa. Parte del reconocimiento de las labores domésticas y entender que dentro de ellas la persona también puede realizarse.
Sin duda, se trata de una decisión que exige comunicación y buena voluntad de ambas partes. También convicción, dado que implica limitaciones y responsabilidades difíciles de asumir para ambos. Cualquiera que sea el caso, lo importante es recalcar que esta opción existe y que es tan legítima como la de aquellas que deciden trabajar fuera del hogar. Hay muchas formas de ejercer la feminidad y reducirlas es perder su sentido y su riqueza..