Reactividad emocional: vivir siempre a la defensiva tiene consecuencias
La reactividad emocional define un modo de responder ante casi cualquier situación de manera desajustada y hasta descontrolada. Es una característica que vemos a menudo en esas personas a las que todo les molesta, las que interpretan las palabras como amenazas y que rara vez logran regular sus sentimientos. Esa susceptibilidad casi constante les aboca a situaciones claramente desgastantes, tanto para ellas como para su entorno.
Cabe señalar que esta dimensión psicológica es bastante común en niños y adolescentes. Cuando aún no se ha asentado una adecuada regulación emocional, así como la autoconciencia y el control de la frustración o el peso insondable del ego y el orgullo, es común derivar en estas realidades conductuales tan problemáticas.
Así, y en caso de no lograr una buena competencia en todas estas dimensiones de manera temprana, tendremos a adultos con comportamientos y actitudes claramente patológicas. Es más, son muchos los estudios que nos señalan la estrecha relación entre la reactividad emocional, la depresión e incluso en las conductas adictivas. Conozcamos más datos sobre este tema.
Reactividad emocional: qué es y cómo se manifiesta
La reactividad emocional es un constructo que se vincula de manera directa con la desregulación emocional. Son esas situaciones en las que alguien responde ante su entorno de manera impulsiva, sin calibrar emociones, sin racionalizar sentimientos, pensamientos o conductas… Cabe señalar que esta característica aparece con elevada frecuencia en ciertos trastornos de personalidad.
Esa falta de control sobre la propia conducta y en la que aparece también una respuesta emocional intensa e incontrolada define, por ejemplo, al complejo trastorno límite de la personalidad. Ahora bien, es importante recalcar que en buena parte de los casos esa reactividad es el resultado de múltiples factores ambientales.
Los entornos desadaptados o las familias con nulas habilidades educativas, por ejemplo, pueden ser el origen, en ocasiones, de estas realidades psicológicas. Veamos ahora cómo se manifiesta.
Personas que siempre están a la defensiva
Por un momento, pensemos lo que debe ser vivir en una mente que todo se percibe como una amenaza. Imaginemos a su vez, lo que debe ser, sentirse herido con casi cualquier comentario, sobre todo, porque el cerebro, en estos casos, tiene la sutil tendencia a tergiversarlo todo.
En dichas circunstancias es muy común estar a la defensiva, respondiendo ante cualquier circunstancia de manera intensa, desproporcionada.
El ego susceptible: estar pendientes del qué dirán
La susceptibilidad es una herida que siempre está abierta y que hace que casi todo escueza. La reactividad emocional está detrás de esos comportamientos de quien está pendiente (y casi obsesionado) por imaginar lo que se dice de ellos, lo que otros puedan pensar sobre su propia persona.
Estar supeditados a cada segundo al qué dirán de mí, al qué opinarán los demás “sobre cómo soy o lo que hago“, les aboca a un sufrimiento casi constante.
La inseguridad que deriva en rigidez psicológica
Más allá de ese comportamiento impulsivo, de esas reacciones a menudo llenas de ira, orgullo y frustración, se esconde un ser frágil e inseguro. La falta de autocontrol, la nula gestión emocional, la baja autoestima y un autoconcepto poco definido. conforman esa inseguridad psicológica tan común pero peligrosa a la vez.
Las personas inseguras suelen desarrollar una clara rigidez psicológica. Sus patrones mentales les aferran a unas mismas ideas, a un mismo enfoque inflexible. Este recurso actúa como mecanismo de defensa para proteger su vulnerabilidad interna. Sin embargo, esa rigidez psicológica les impide empatizar, comprender al otro, abrirse a nuevas perspectivas.
La depresión y la reactividad emocional
Lo señalábamos al inicio. La reactividad emocional que no se maneja, que acompaña a la persona de manera constante en su interacción cotidiana deriva a menudo en trastornos mentales. Así, estudios como los realizados en la Universidad estatal de Arizona, nos indican que la reactividad emocional y la rumiación que surge en la adolescencia se vincula a síntomas depresivos.
No nos olvidemos que la mala gestión emocional dificulta la calidad de las relaciones. También, que tras este perfil existe además un vacío existencial, sentimientos de soledad y la idea constante de que nadie les entiende. Todo ello es un claro caldo de cultivo para los trastornos del estado de ánimo.
¿Cómo se trata la reactividad y desregulación emocional?
¿Existe algún tipo de terapia para las personas que evidencian reactividad emocional? En efecto, la hay, pero el modo de abordar esta realidad psicológica y comportamental pasa por hacer uso de varios enfoques. Es importante considerar que los problemas para controlar impulsos, conductas y emociones derivan en autolesiones, trastornos de la alimentación e incluso en adicciones.
Es decisivo atender cada caso y explorar posibles comorbilidades clínicas. Así, y por término medio, en estas situaciones nos son útiles las siguientes estrategias:
- Terapia de regulación emocional: orientada a que la persona pueda identificar, entender y manejar sus emociones de manera racional y flexible.
- Estrategias de control de impulsos.
- Tolerancia a la frustración.
- Gestión de la ira y la agresividad.
- Aceptación de uno mismo, fortalecimiento de la autoestima.
- Planificación de metas, clarificación de valores y propósitos.
- Habilidades sociales.
- Habilidades para resolver problemas.
- Técnicas de comunicación emocional.
Para concluir, pocas áreas son más decisivas para garantizar el bienestar mental del ser humano que el correcto ajuste y regulación de las emociones. Saber responder ante las situaciones sin reaccionar de manera desmedida o problemática nos permite tener un mayor control sobre nosotros mismos. Y algo así nos habilita para tener éxito en buena parte de los ámbitos de la vida.
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