¿Qué podemos aprender de los árboles para alcanzar la felicidad?
Los árboles se alzan regios y bellos nutridos por unas fuertes raíces. No temen a las tormentas, son la conexión con la Tierra, y lejos de resistirse a los cambios se dejan llevar por los ciclos de la naturaleza con serenidad y complacencia. Es suficiente con atender su mayestático silencio para intuir toda la mágica sabiduría que hay en ellos…
Decía Robert Graves, en su inolvidable libro “La Diosa Blanca”, que los árboles guardan mucha similitud con el carácter de los hombres. Sin embargo hay en ellos algo más místico, más equilibrado, pacífico e incluso noble. De hecho, hace muy poco surgió un tema en las redes sociales en esta misma línea que llegó incluso a convertirse en un fenómeno viral.
“El árbol que puede doblarse con el viento, no se rompe”
-Proverbio africano-
Nos referimos al concepto de los “árboles tímidos”. El simple enunciado llamó al instante la atención de millones de usuarios en twitter. Al poco, biólogos y naturalistas no dudaron en profundizar un poco más en esa idea que en botánica se conoce como “grieta de la timidez”. Hace referencia a un curioso fenómeno acuñado en los años 50 por el cual se describe un hecho natural tan insólito como fascinante.
En los bosques tropicales, caracterizados la mayoría por su frondosidad, los árboles suelen crecer muy pegados los unos a los otros. Sin embargo, hay ciertas especies que jamás llegan rozarse, a tocarse. Entre ellos dejan un espacio que se conoce como “grieta de la timidez”, hasta el punto de crear fascinantes rendijas, finísimas vetas por donde puede entrar la luz en sutil equilibrio, creando un entorno maravilloso.
Coexisten entre ellos en perfecta armonía, comunicándose tal vez en un lenguaje antiquísimo que no sabe de palabras, pero demostrando que a veces en la naturaleza no tiene por qué sobrevivir solo el más fuerte. En ocasiones, el respeto muto crea la vida más hermosa.
Las raíces de los árboles se mueven en busca de alimento
Los arboles no son tímidos ni dejan nada al azar. En realidad son exquisitamente sabios y merece la pena aprender de ellos de una forma más íntima, más reflexiva. Sabemos, por ejemplo, que ahora están muy de actualidad prácticas como la arboterapia o los clásicos “baños de naturaleza”. Bien, más allá del simple acto de pasear por un bosque o abrazar a un árbol, se alza algo mucho más simple, más básico en incluso enriquecedor: comprender su naturaleza para imitarla.
- Cuando hablamos de las raíces de un árbol pensamos de inmediato en algo inamovible, en algo férreo y firme. De hecho, es común relacionar nuestras propias raíces con ese vínculo familiar que nos define y al mismo tiempo nos determina.
- Esta idea no es del todo cierta. Los árboles, en realidad, “mueven” estratégicamente sus raíces en busca del mejor alimento, de los mejores nutrientes con los cuales, crecer, florecer, expandirse…
- De hecho, las estrategias de recolección de alimento en los árboles son sorprendentes, hasta el punto de que muchos de ellos extienden los filamentos de sus raíces largas distancias en busca de aquello que necesitan.
También nosotros tenemos derecho a hacerlo. Buscar nuestro camino, explorar nuevas perspectivas, recorrer mejores caminos en busca de aquello que ansiamos, queremos o necesitamos en un momento dado.
Ningún árbol es igual, todos cuentan una historia
Los anillos del tronco de un árbol nos dicen mucho más que la simple edad cronológica de ese ser que hasta no hace mucho, se alzaba regio y hermoso en el centro de un bosque, de un campo, de una montaña. La dendrocronología es capaz de leer una historia y toda una vida de carencias y de superación en un árbol: las estaciones en que hubo escasez de agua, los años de nevadas, el impacto de las plagas, los incendios…
- También nosotros tenemos muescas, marcas y heridas internas. También nosotros hemos crecido con las adversidades, y cada uno de esos momentos difíciles nos han hecho únicos a la vez que excepcionales.
- Cada persona es mágica en su propia esencia, una vida que se alza en medio de este vasto y caótico bosque con unas hojas propias que el sol acaricia y el viento mece, con unas muescas, esas que sanar en silencio, con extensas raíces y con esas ramas que sirven de cobijo a otros o para crecer más aún, hasta tocar el cielo si uno así lo quiere…
Los árboles y sus pacientes ciclos
El bambú pasa sus 7 primeros años creciendo “hacia abajo”, expandiendo sus raíces en silencio, de forma sabia, acertada pero pausada. Después de ese tiempo acontece algo asombroso: en solo unos meses puede llegar a crecer hasta 30 metros. Es alto, flexible, resistente y una de las criaturas más fascinantes del reino natural.
“Los árboles son santuarios, quien sepa cómo hablarles y cómo escucharles, descubrirán la verdad”
-Herman Hesse-
En la naturaleza todo tiene sus ciclos, y si hay alguien sabe de tiempos son los árboles. En cambio, nosotros somos los seres más impacientes de este planeta. Pretendemos soluciones rápidas, triunfos apresurados, refuerzos inmediatos y placeres reciclables.
Nada de eso tiene sentido en el mundo natural. Porque un árbol no entiende de frustración, pero sí de paciencia mientras invierte en su crecimiento interno, en la observación del presente, en dejar que las semillas germinen, en buscar los mejores nutrientes…
Aprendamos de ellos, dejémonos inspirar por la sabiduría de sus ciclos, por su lenguaje respetuoso, ahí donde todo tiene su momento, donde todo llega y todo pasa mientras uno jamás se descuida a sí mismo ni tampoco descuida a los demás. Porque todos formamos parte de un equilibrio perfecto, de un ecosistema donde el afecto, la consideración y el respeto siempre debería ganar y nutrir cada una de nuestras raíces para convivir en perfecta armonía.
Como los árboles tímidos…