Sincericidio: ser sincero no siempre es lo correcto
Todos, en algún momento del día, decimos algo que no es completamente sincero y lo sabemos. La mentira o la falta de honestidad sirven para protegernos de lo que pueda pasar. Si interpretamos que algo perjudicial nos va a ocurrir, tendemos a distorsionar la verdad a nuestra conveniencia. De esta forma, salvaguardamos nuestra autoestima o bien nos libramos de posibles consecuencias negativas.
Se dice que ser sincero no es decir todo lo que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa.
Pero no siempre el eje principal de la falta de sinceridad es el miedo. La compasión por el prójimo hace que optemos a veces por una mentira piadosa. Este tipo de mentira es leve, apenas importante y no dura demasiado y puede ser útil e incluso beneficiosa para todos, pues evita conflictos mayores e innecesarios.
No es que pretendamos defender la mentira, ni mucho menos, pero sí queremos transmitir la idea de que ser sincero siempre, con todo el mundo, pase lo que pase no es tampoco la mejor idea si es que no queremos salir mal parados de esas situaciones.
¿Ser sincero o ser maleducado?
Los psicólogos han adoptado el término, en tono jocoso, de sincericidio para definir aquel comportamiento por el que una persona creyéndose honesta y valiente se muestra sincera ante los demás, sin filtro de ningún tipo, cuando quizás los otros no le han pedido su opinión. La palabra habla de un “suicidio” -de manera abstracta- por un exceso de celo con la verdad.
Este acto suele verse como algo desconsiderado, carente de tacto e irresponsable verbalmente. El sincericidio acaba desarrollando conflictos con el entorno, porque puede verse como un comportamiento maleducado y, ciertamente, podríamos considerarlo como tal.
Para no terminar mal con todo el mundo, lo ideal es evaluar con anterioridad lo que vamos a decir y calcular si la persona que va a recibir el mensaje está preparada para digerirlo emocionalmente.
No siempre ser sincero es una virtud ya que la educación y el respeto deben ir por delante y más si se trata de expresar algo que a nadie le va a servir ni le va a interesar. Escupir todo lo que pasa por la mente de uno es un signo de retraso social, de no adaptación a las reglas del juego.
¿A cuantos de nosotros no nos ha molestado someramente el que alguien nos diga que no vamos vestidos con la mejor de nuestras combinaciones o que han visto a nuestro ex con otro/a? Sin embargo, encontrar el contexto y el momento oportuno y saber contenernos hasta entonces, se convierte en una virtud que debemos saber valorar. Hay ciertos comentarios que simplemente sobran o que pueden decirse en otras circunstancias.
Ser sincero maquillando la verdad
Todas las personas tenemos derecho a conocer nuestra verdad, pero también tenemos derecho a poner nuestros propios límites en este conocimiento. Lo ideal es que como adultos, seamos fuertes emocionalmente y aceptemos las incomodidades de la vida, para de esta forma poder actuar desde una posición justa.
El problema es que la verdad, en ciertas ocasiones, duele y mucho. No todo el mundo está preparado para recibir ciertas noticias de carácter muy negativo o dramático.
Imagina que te han diagnosticado una grave enfermedad, ¿te gustaría saber si vas a morir? ¿Preferirías que te ocultaran la verdad o querrías saber cuánto tiempo te queda de vida? ¿Cómo te gustaría que te dieran la mala noticia?
Como hemos dicho, es bueno entrenarnos para poder afrontar todo lo que la vida nos vaya trayendo. Pero no es menos cierto que no está de más que a veces nos maquillen la verdad. De la misma manera que nosotros lo hacemos con los demás para regular el impacto de nuestros mensajes.
Si somos capaces de mostrar empatía por el otro, seremos lo suficientemente precavidos para no hacerle daño y encontraremos las palabras precisas, siempre y cuando no digamos lo contrario a la verdad.
Ser sincero sin llegar a convertirnos en un sincericida es un arte. Implica ponerse en el lugar de la otra persona, conocer si las circunstancias son las óptimas para que reciba la verdad y además utilizar las herramientas verbales -y no verbales- adecuadas.
El psicólogo Rafael Santandreu dice que para estar a gusto con uno mismo hay que decirse siempre la verdad, pero para estar bien con los demás, no. Es decir, no debemos auto-maquillarnos la verdad que ya conocemos porque caemos en el auto-engaño y esto no nos permitirá afrontar la vida satisfactoriamente.
La virtud está en el término medio
Lo que sí es importante es que tengamos precaución entre decirnos la verdad a nosotros mismos y criticarnos en exceso. No es lo mismo decirnos una verdad como: “hoy no has hecho la mejor de las sesiones con tu paciente”; a decirnos: “eres un psicólogo malísimo, deberías dejar la profesión para siempre”.
La sinceridad puede adoptar muchas formas. Es por ello tan importante ser cautos a la hora de decirle algo a alguien o decirnos algo a nosotros mismos. Un aspecto fundamental es no exagerar la realidad. Como se ha mencionado en el ejemplo anterior, intentar ser sinceros con nosotros mismos a través de expresiones dañinas no será muy buena idea. La mejor opción es intentar ser realistas y honestos y admitir nuestros fallos sin exagerarlos.
Ser sincero no implica ser brusco ni agresivo. Ser sincero implica un acto de saber cómo decir las cosas de forma acertada. Así pues, la empatía y la asertividad pueden ser nuestras grandes aliadas a la hora de sincerarnos con alguien. Ser sinceros nos aportará mucha tranquilidad, porque aquel que miente sabe que ha de estar pendiente de todo lo que ha dicho. El buen mentiroso debe tener una buena memoria. Sin embargo, el sincero no invierte sus recursos en recordar qué mentira ha “soltado” y a quien. Aún así, antes de cometer un “sincericidio”, pensemos en cómo decir las cosas de la mejor forma posible.