Somos polvo de estrellas: estamos hechos para brillar
En su libro “La conexión cósmica”, el maestro Carl Sagan nos explicó que los seres humanos estamos hechos de una materia extraordinaria: polvo de estrellas. En nuestro ADN se halla la misma fibra con la que se bordan esas estrellas y nebulosas que cada noche nos inspiran desde el infinito. Por tanto, también nosotros estamos hechos para destacar, para brillar y tocar el cielo…
En realidad, esta frase tan poética tuvo su origen en los años 70. Fue la cantante Jo ni Mitchell quien con su inspiradora canción “Woodstock” alentó a las generaciones de aquella época a que “brillaran como polvo de estrellas, como oro reluciente”.
Sin embargo, tiempo después, Carl Sagan puso base científica a esa idea, demostrándonos que en nuestro interior, en cada célula de nuestro corazón o en cada partícula de calcio de nuestros huesos se inscribe una historia cósmica.
“Sé humilde pues está hecho de tierra. Sé noble pues está hecho de estrellas”
-Antiguo proverbio serbio-
Pensar en ello es sin duda algo abrumador, a la vez que alentador, un descubrimiento que año a año se va confirmando a través de múltiples trabajos y estudios. Chris Impey, científico y profesor de astronomía de la Universidad de Arizona, reveló en 2010 que toda la materia orgánica que contiene carbono se produjo por una generación muy antigua de estrellas.
Aún más, si tenemos en cuenta que toda la materia prima de la Tierra tiene ese mismo origen, debemos asumir que el 97% de la masa de nuestro cuerpo está conformada por el material de aquellas vetustas estrellas.
Es algo mágico, no hay duda. Estamos hechos para brillar, para relucir como el oro, para iluminarnos los unos a los otros como polvo de diamantes, sin embargo… ¿Por qué nos hemos olvidado de brillar? Si estamos hechos de estrellas… ¿por qué no somos más felices?
Estamos hechos de polvo de estrellas, pero a veces vivimos en la oscuridad
Cuanto más oscura está la noche, más relucen las estrellas. En ocasiones, nos basta con asomarnos a una ventana y admirar esa infinidad para hallar aliento e inspiración.
Con sus ciclos, sus movimientos, su música silenciosa y su hermosura cósmica, el mundo de los astros, siempre ha servido de referente a la humanidad en muchas áreas y disciplinas relacionadas con la agricultura, las ciencias e incluso la espiritualidad.
Sin embargo, y aquí está la auténtica magia del asunto, nos hemos limitado a ver desde siempre ese plano relativo a los astros como algo distante, e incluso superior a nosotros mismos.
Es momento de entender, de vislumbrar y de asumir que somos un todo; que esa materia astral se halla a su vez integrada en cada fragmento de nuestro ser.
También nosotros tenemos pequeños pedacitos de estrellas en nuestros tejidos, astros muy antiguos de aquel renacer cósmico que nos otorga por tanto un poder y una capacidad: la de brillar en cualquier escenario, situación o momento adverso, sin importar cuan oscuro esté todo lo que nos envuelve.
Cuando la oscuridad nos rodea: la ballena azul
No es fácil brillar, lo sabemos. Las personas solemos navegar muy a menudo en los océanos de la oscuridad, en esas marismas de la infelicidad perpetua y en esos áridos territorios donde ya no crecen las semillas del amor propio.
Es una realidad muy dura. Tanto, que como mero ejemplo de este oscuro reverso del ser humano, podemos hablar de un juego perverso que ya ha sido tema de varios titulares en los medios de comunicación: hablamos de la “ballena azul“.
Este macabro juego, que tuvo su origen en la red social rusa VKontakte en 2013, se reproduce ahora en todo el mundo a través de 50 pruebas. Las mismas que, por diversas y complejas razones, atraen a cientos de adolescentes en un periplo de autosabotaje, autolesiones y lenta destrucción hasta que finalmente el joven, en un “supuesto” acto de valor, logra superar el juego quitándose la vida.
El creador de este sádico juego es Philipp Budeikin, de 21 años. Según él, dio forma este reto virtual porque según explica “hay gente que son residuos biodegradables sin valor alguno para la sociedad”.
Psicólogos rusos, por su parte, indicaron que tras la conducta de este joven y sus adeptos existen raíces más profundas que oscilan entre lo ideológico y lo psicopatólogico. Lo más destacable, lo más preocupante de todo esto, es la cantidad de personas vulnerables que hay detrás de cada dispositivo, de cada ordenador y teléfono móvil.
Son centenares de mentes jóvenes y de corazones frágiles que respiran sin sentir esperanza, sin tener motivantes, alegría y esa luz con la que inyectarse de vida, de autorespeto y autoestima.
Empecemos a brillar, por nosotros y por los demás
Piensa en el momento más feliz de tu vida y disfruta de ese recuerdo. Sonríe a un desconocido. Crea una playlist de música que te guste. Abraza a una fruta. Habla con letras de canciones. Dibuja un animal imaginario. Busca formas en las nubes. Haz un nuevo amigo. Canta en la ducha…
“Somos polvo de estrellas que piensa acerca de las estrellas”
-Carl Sagan-
Estas ideas también son retos, los mismos que conforman el juego de “la ballena rosa”. Se trata de 50 desafíos con los que atraer a jóvenes de todo el mundo, ayudándoles a construir una actitud positiva y a alejarlos de su juego opuesto, la ballena azul.
De momento, hay 290.000 seguidores y miles han completado ya la última prueba: salvar una vida (como ayudar a un compañero de clase que sufre bullying). Es una buena noticia, no hay duda.
La esperanza, nuestro afán por ayudar a otros y luchar a su vez por la supervivencia común es algo que nos caracteriza a la gran mayoría. Si bien es cierto que a menudo nos olvidamos de cómo brillar, siempre hay alguien a nuestro lado que nos alentará a recuperar la fuerza y el aliento.
Si nos olvidamos de que estamos conformados por polvo de estrellas, siempre estarán ahí nuestros amigos, familia, pareja o algún desconocido de buen corazón que nos dará parte de su mágico material para prender de nuevo el fuego de la ilusión y la alegría, regalándonos millones de “ballenas rosas”.
Porque no hay nada como acariciar el alma de una persona para percibir a su vez la grandeza el propio cosmos.
Imágenes cortesía Little Oil