Somos quienes amamos
Hay personas que te quieren como mereces: con respeto, con admiración y afecto incombustible. Sin embargo, es posible que, en algún momento, tu vida estuviera marcada por alguien que decía quererte, pero, como suele decirse, «te quería mal». Admitámoslo, si hay algo que nos encantaría es que en el mundo del afecto todos fuéramos grandes expertos, doctorados del cariño más elevado.
No obstante, para bien o para mal, una parte de lo que somos es el resultado de todas nuestras interacciones con quienes nos amaron y nos aman. Unos lo hacen mejor y otros son como eternos aprendices de la vida. La forma en que nos criaron y el tipo de apego con el que crecimos, edifica, por ejemplo, parte de nuestra personalidad.
Asimismo, todo nuestro historial en el campo de las relaciones de pareja y de amistad nos da también un buen aprendizaje existencial. Arrastramos alguna herida de guerra, es evidente, aunque también hay perlas hermosas. Conservamos la estela de amigos y amores enriquecedores que sacaron o sacan lo mejor de uno. Todas esas experiencias son como cinceles esculpiendo quien somos ahora. Porque el amor también modela, transforma y edifica buena parte de nuestros cimientos psicológicos.
Dime con quién vas y te diré quién eres.
-Refrán popular-
La vinculación, el secreto del desarrollo humano
Nuestra existencia está marcada en cada momento por las personas con las que nos vinculamos. De esta manera, habrá sin duda figuras que siempre están presentes, pero otras cambian con el tiempo por las más diversas razones. Las amistades, como los amores, pueden ir y venir, reservando incluso algunos espacios permanentes en nuestras vidas.
Toda conexión emocional construida con esas figuras significativas edifica una parte de lo que somos. A quién amamos, con quién compartimos nuestras vidas y los seres a los que damos nuestra confianza, también nos definen. Y no, no importa que ciertas presencias ya no estén, algo de ellas queda en nosotros porque dejaron una impronta, una enseñanza en algún sentido.
Esto mismo es lo que nos indican los psiquiatras de la Universidad de California Thomas Lewis, Fari Amini y Richard Lannon, en su libro A General Theory of Love (2020). El amor no solo nos perfila como seres humanos, sino que es el motor de nuestra evolución y hasta de nuestra cultura y manifestaciones artísticas.
«El amor es una regulación mutua simultánea, en la que cada uno satisface las necesidades del otro, porque ninguno puede proveer para las propias».
–Thomas Lewis, Una teoría general del amor, 2020-
La resonancia límbica, la conexión cerebral
La persona que eres hoy se nutre de cada conexión cerebral experimentada en tu pasado y en tu presente. Es cierto, dicha idea puede parecer material de la ciencia ficción. Pero es neurociencia. Todos experimentamos lo que se conoce como «resonancia límbica», es decir, la capacidad de compartir estados emocionales profundos con los demás.
La Universidad de California, por ejemplo, lo define en un trabajo como un vínculo en el que muchas de nuestras respuestas fisiológicas se sintonizan y regulan con las de otra persona. Una conexión límbica está mediada por la empatía, el amor, la confianza o la compasión. Es la relación que se establece entre una madre y su bebé, entre una pareja o dos amigos que se admiran.
Esas improntas psicobiológicas dejan huella neurológica. No podemos apartar que somos seres emocionales que razonan y que las conexiones sociales son el pilar que nos sustenta como especie.
Amor y personalidad se relacionan
A quién amamos hoy y quién nos quiso en el pasado condicionan nuestra personalidad. Así, el niño que fue criado bajo el tormento del grito, del maltrato y el miedo, verá afectado su desarrollo psicoafectivo y, también, su forma de ser. Es común que estas experiencias de infancia traumáticas den forma a un carácter desconfiado, ansioso y necesitado de amor a la vez.
Por otro lado, estudios tan interesantes como los realizados en la Universidad Estatal de Pensilvania destacan algo en lo que reflexionar. Sentirnos amados en la vida diaria, edifica una personalidad más extrovertida, menos neurótica y con mayor bienestar psicológico.
Es conveniente recordar aquí, que nuestra forma de ser no es una roca que se esculpe en la infancia y que ya no cambia. La personalidad humana es fluida y puede transformarse. Si hoy somos amados y ofrecemos un afecto igual de saludable, es posible sanar muchas heridas, mejorando de este modo la calidad de vida. A quién amamos hoy es el eje de la felicidad humana…
Hay relaciones que nos dejaron una huella problemática. Sin embargo, al saber que esa herida está ahí no basta con sanarla. Debemos trabajar en nosotros mismos para repararla. Y una manera de hacerlo es recordar que merecemos ser amados, que crear nuevas conexiones neuronales con personas que nos quieren de verdad, puede mejorarnos, darnos una mejor versión de nosotros mismos.
Lo que más importa es a quién amamos hoy
Todos hemos sido víctimas, dianas de comportamientos profundamente hirientes. Las malas palabras, los abandonos, la conducta agresiva o las traiciones, dejan muescas en nuestro interior. Y es cierto, el cerebro y el corazón llevan la cuenta. Ahora bien, vale la pena tener en presente un sencillo detalle.
No importa quién nos quisiera mal ayer, importa a quién amamos hoy. La persona que somos aquí y ahora se nutre de cada conversación interesante y sanadora con las amistades. La persona que somos en este mismo instante se enriquece del cuidado mutuo y de esa mágica complicidad con la pareja.
El ser que eres hoy vibra en cada instante compartido con la familia que ama, con esos hijos que adoras o esa mascota que alegra tus días. Nuestro universo social es muy complejo y no todo el que habita en él nos es beneficioso, lo sabemos. Pero con el tiempo, uno aprende y es consciente del tipo de persona que quiere ser.
Un modo de convertirnos en quien deseamos ser es recordar el amor que merecemos recibir. Ese es el secreto: rodearnos de quien sabe ser luz, de quien potencia lo mejor en nosotros mismos.
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