Te quise más que a mí
Te quise más que a mí, y no es el nombre de una película romántica. Las relaciones dependientes tienen más un género de terror y drama. Tiene actores que no tienen ni idea de que están actuando, pero interpretan las escenas en automático, siguiendo un guion que nunca escribieron.
Querer más al otro tiene también muchas segundas partes. Todas malísimas y con una estructura similar a la primera, tan repetitivas como innecesarias. Cuando nos olvidamos de querernos más que al otro, no recordamos muchas más cosas y empieza una búsqueda catártica en medio de un infierno dantesco. ¿Has bajado alguna vez a explorar?
Te escuché más que a mí
Te escuché más que a mí. Fui bajando el volumen de mi voz, mientras la tuya se volvía ensordecedora. Aún hoy me pitan los oídos cuando me quedo en silencio. He perdido el concepto temporal desde entonces, pero pasó durante tantos días, meses o años, que ni siquiera recuerdo cómo era la melodía y el timbre de mi voz.
Hablábamos idiomas distintos, que no compartían ni el alfabeto. Y me olvidé de cómo era mi propio lenguaje. Me cuesta entender mis propios pensamientos hoy en día, convertirlos en palabras con significado. Ni siquiera a veces me sale la voz: como cuando no conversas en mucho rato y la voz sale débil y a trompicones.
Las palabras que no pude decir, las gritó mi cuerpo. La impotencia se convirtió en un nudo estómago, los límites que no pude poner eran dolores en el pecho y el miedo a estar conmigo en una jaqueca constante. Porque todo lo que no dices, ya se encarga de decirlo el cuerpo.
Te creí más que a mí
Te creí más que a mí. Renuncié a mi intuición y fue tan amargo como el primer café de la mañana. Como cuando te lo bebes sabiendo que no has descansado, que es un remiendo endeble a un dolor mucho más grande. Pero pegas un sorbo rápido y sigues sin pensar demasiado.
Hice añicos mi brújula y caminé tropezando con todo y muerta de miedo. No pude ni quise abrir los ojos, a pesar de que sabía que los necesitaba más que nunca. Te seguí cuando en el fondo sabía que no quería hacerlo, y lo peor de eso es que me engañé y me traicioné a mí misma.
Me mentí y me traicioné, me negué y escondí. Cuando eso pasa, el cuerpo grita. Grita a veces con ansiedad, con despersonalización. Así, fue como olvidé quién era, a qué venía y más que aún no he podido recordar.
Te tuve más compasión que a mí misma
Te tuve más compasión que a mí misma. Escuché sin límites tu dolor, quise entender y abrazar todo. Quise sanar y amar cada una de tus heridas, aunque abrieran mi propia piel. Me olvidé de que el límite y la incapacidad de la empatía es el dolor propio. Me olvidé de que tu dolor era tuyo, y dejé de sentir el mío.
Traté de entenderte tanto que daba igual lo que hicieras, si tenía un por qué. Todo, según lo desees, puede tener un por qué. Me descuidé en recordar que uno no es solo lo que le pasa, es sobre todo qué hace con ello. Ojalá hubiese tenido esa compasión y comprensión conmigo misma, sin necesidad de vivir un tormento.
Mi empatía contigo se convirtió en una voz cruel y déspota conmigo. Me conmuevo al pensar que el peor enemigo estaba delante del espejo, que la peor batalla es la que tienes contigo mismo, sabiendo cuáles son tus puntos más débiles y, aún así, arremetiendo sin piedad a veces. Que el enemigo más taciturno y nocivo en una relación dependiente somos nosotros mismos.
Me elijo antes que a ti
Te elegí antes que a mí, pero ya no. Me olvidé de que era mucho más de lo que tú veías en mí. Ahora, me sonrío al recordar el enorme mundo que llevo dentro, que ni siquiera yo misma podré acabar de descubrir y explorar. Ganas no me faltan.
Te quise más que a mí, sí. Y eso no me hace una persona mejor, ni más bondadosa, ni víctima de nada. Me faltó quererme y un poco de valentía para soltar algo cuando ya me quemaban las manos. Pero no me culpo y me lleno de compasión al pensarme.
Hubo partes de mi ser que murieron para siempre en ese descenso. A cada una de ellas le doy las gracias por haber estado y, desde luego, por haber partido y dejado espacio a nuevas formas de ser. Esas partes que nacieron ante mayor temor de una relación dependiente: no poder vivir sin el otro. Y, de repente, empieza a crecer una semilla de amor propio para demostrarte que la vida sigue y que la calma viene poco a poco, rozándote como una agradable brisa veraniega.
He perdido y olvidado muchas cosas en este espinoso camino, pero también ha nacido un compromiso firme: el compromiso de elegirme antes que al otro y de encontrarme, por muy oculta que esté. No pararé de buscarme, incluso cuando baje a ese lugar fosco donde todo arde.
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- Sierra-Siegert, M. (2008). La despersonalización: aspectos clínicos y neurobiológicos. Revista colombiana de psiquiatría, 37(1), 40-55.