Tener serenidad, una maravillosa actitud ante la vida
Tener serenidad ante cada circunstancia vital nos otorga esa combinación perfecta que va de la calma a la reflexión, de la paz interna a la prudencia. Más que una actitud es una competencia que adquirimos con el tiempo, con esa sabiduría meditada que llega con la experiencia. No todos lo adquieren, es evidente, pero estamos sin duda ante una herramienta en la que deberíamos trabajar.
Decía la escritora francesa Françoise Sagan que para ella “la felicidad era tener buena salud, dormir sin miedo, despertar sin angustia y tener serenidad para actuar”. Nada puede ser tan acertado y nada encierra una verdad tan evidente como esa: el auténtico bienestar es más simple de lo que creemos y la mayor parte de las veces, reside en el equilibrio emocional, en la tranquilidad interior.
Sin embargo, como bien sabemos, no siempre es tan fácil asumir ese enfoque, esa visión tan particular. Al fin y al cabo, lo opuesto a la serenidad es el nerviosismo y la ansiedad, eso que ahora mismo cohabita con nosotros, llenando de ruido la mente y de miedos nuestros descanso nocturno. Insistimos, esta dimensión, la de la serenidad, no es algo que nos venga de fábrica, es una dimensión en la que podemos y debemos habilitarnos.
Tener serenidad, fuente de calma en tiempos complejos
Thomas Cleary, conocido historiador y autor de libros relacionados con la tradición y sabiduría oriental, nos explica en Una antología del Bushido, que la cualidad más importante de todo samurai era la calma mental. Cuando el ser humano se encuentra estresado, agobiado por los problemas cotidianos y superado por un contexto y unas emociones que no sabe manejar, actuará de forma errática y poco acertada.
Porque la mente ansiosa engaña, nos hace pensar lo que no es, ve amenazas en casi cualquier sitio y nos obliga a actuar por impulso. Para la tradición oriental, nada era (y es) tan importante como tener serenidad.
Solo la mente en calma navega por esa claridad interna en la que se observa el horizonte atisbando todas las perspectivas posibles. Ese enfoque relajado permite a la persona decidir sin improvisar y resolver problemas de manera más acertada.
Todo ello nos es inspirador, es cierto, y nos encantaría poder aplicar en nuestra vida esa mentalidad. Sin embargo ¿cómo hacerlo? Estamos incrustados en un mundo acelerado, demandante y lleno de estímulos, presiones y obligaciones. Entrenar la calma es casi como intentar caminar sobre el techo de un tren de alta velocidad. Sin embargo, y por llamativo que nos parezca, podemos convertirnos en buenos equilibristas.
Tener serenidad es aceptar la incertidumbre
Tener serenidad puede describirse básicamente como ser capaz de actuar con calma ante situaciones complicadas. Pero cuidado, alguien sereno no es una figura que se mantiene distante de aquello que le rodea, no es actuar con frialdad emocional o con indiferencia.
Todo lo contrario, la persona con esta característica conecta, comprende y siente en piel propia las dificultades o desafíos que le rodean pero elige eso sí, no dejarse llevar por las emociones de valencia negativa. No es cautivo del miedo, maneja bien la frustración y mantiene el control de las preocupaciones.
Asimismo, hay una faceta que les distingue, una característica esencial que nutre el enfoque sereno: la capacidad de aceptar lo que no se puede controlar. Es decir, no solo asumen con tranquilidad la incertidumbre que respira nuestro presente y nuestro futuro. Además, aceptan que en esta vida hay muchas cosas que no se pueden controlar.
La clave está en centrarse en lo que sí está bajo el control de uno mismo y que puede mediar en nuestro destino.
Autoconocimiento y autocontrol
Lo señalábamos al inicio, uno llega a tener serenidad con el paso del tiempo y a raíz del aprendizaje obtenido con la experiencia. Pero no pensemos que esta competencia se asume cuando uno ya es un anciano. Este enfoque relajado, centrado y capaz de mirar al mundo a través de la calma, puede adquirirse a cualquier edad. Solo se requiere trabajar en el autoconocimiento y la capacidad de autocontrol.
Ambas dimensiones tienen mucho que ver con la inteligencia emocional. Se trata de ser capaces de conocernos a nosotros mismos desarrollando una buena regulación de las emociones para evitar actuar por impulsos o automatismos.
Asimismo, estas competencias nos ayudan a asumir perspectivas realistas para saber que, a veces, no siempre podemos tener lo que queremos, pero podemos tener el control de nosotros mismos para buscar otras opciones, otros caminos vitales.
El autoconocimiento nos ayuda a despertar nuestra conciencia y con ella, esa claridad interna en la que germina el sosiego, esa calma desde la cual mirar el mundo de forma más contemplativa. En esa esfera psicológica no tiene cabida la ansiedad perturbadora, la misma que nos hace perder el control y todo lo emborrona. Ahí solo hay armonía, conexión con el propio interior y lucidez para mirar alrededor con claridad.
Para concluir, para tener serenidad en el día a día solo tenemos una opción: practicarla, comprometernos en ella. Entrenar este enfoque lleva tiempo porque implica gestionar emociones, controlar pensamientos, reducir el estrés… Pero puede lograrse e incluso contagiar a otros de su maravilloso influjo.
“Un hombre no trata de verse en el agua que corre, sino en el agua tranquila, porque solamente lo que en sí es tranquilo puede dar tranquilidad a otros”.
-Confucio-