El tiempo nos cambia a todos
El tiempo está unido y fusionado a las experiencias que vamos recogiendo a lo largo de toda nuestra vida, por lo que ambas cosas hacen que aprendamos, conozcamos y cambiemos. De hecho, estamos tan ligados al tiempo que parece que se alarga o se acorta en función de nuestro estado de ánimo y nuestras expectativas de vida.
El tiempo, como se suele decir, no pasa en balde, mucho menos si nos fijamos en lo que éramos diez años, cinco meses o tres semanas antes del momento presente; pues ya se sabe que, además, no hay nada más relativo que los años. En este sentido, solemos medir el tiempo en acontecimientos clave que nos han marcado y que recordaremos siempre por ello.
“Un hombre debe vivir el presente y ¿qué importa quién eras la semana pasada, si sabes quién eres hoy?”
-Paul Auster-
Vivir significa experiencia y las experiencias miden el tiempo
Cualquier emoción que surja de un contacto directo con la realidad implica un cambio: podemos viajar y conocer nuevos modelos de vida, encontrar a personas con pensamientos y costumbres que no conocíamos, formar una familia, perder a personas que creíamos que estarían para siempre, descubrir el amor y el desamor, etc. Todo ello, sin darnos cuenta, nos cambiará.
Lo cierto es que vivir tiene distintos precios y uno de ellos, como sabemos, es vivir experiencias y ligarlas a nuestro tiempo de vida. Habrá momentos que nos marcarán tanto que creeremos que han durado más tiempo del real y otros que recordaremos como fugaces. Por eso decimos que con el tiempo cambiamos, porque vivir tiene distintos precios y uno de ellos es el comentado.
Normalmente, además, solemos señalar a las experiencias más negativas o más positivas que podemos vivir como culpables de nuestros cambios de personalidad y, hasta a veces, físicos. Los extremos siempre traerán la diferencia: la felicidad verdadera no la olvidaremos, pero tampoco nuestras caídas y superaciones.
No te resistas al cambio
Es evidente que en situaciones en las que vivimos extremos emocionales cambiamos, porque éstos nos obligan a llegar a lo más hondo de nosotros mismos y a vernos como nunca antes nos habíamos visto. Conocemos, entonces, cosas y valores que no conocíamos, sentimientos que no habíamos tenido antes y se nos exige ordenar el desorden de nuestro interior.
“Cuando no somos capaces ya de cambiar una situación, nos enfrentamos al reto de cambiar nosotros mismos.”
-Victor Frankl-
Si pasamos por un mal momento, probablemente salgamos de él más fuertes; si nos hemos equivocado, sabremos qué no tenemos que volver a hacer la próxima vez; si hemos sido felices, solo nos conformaremos con aquello que nos hace bien y rehuiremos de la tristeza, etc.
Lo que es seguro es que nunca volveremos a ser los mismos después de una experiencia nueva o de ir cumpliendo años: el tiempo nos transformará y moldeará nuestra persona.
Resistirse al cambio, de hecho, es inútil. Querer evadir que algo ha pasado en nuestra vida y querer pensar que todo sigue como tiempo atrás no sirve de nada porque la realidad es que no es así. Como alguien dijo alguna vez: todo fluye y todo permanece. Es decir, nuestra esencia seguirá siendo la misma, pero no seremos los mismos.
La clave es saber adaptarse y aceptar
Si no podemos resistirnos al cambio, la única forma de crecer para bien como personas es aceptarlo. Renorvarnos y si, por algún casual, ya no podemos ser fieles a nuestros principios, crear otros nuevos que nos ayuden a empezar de otra vez. Sería beneficioso que entendiéramos que el tiempo pasa por encima y solo nosotros decidimos qué hacer con él y cómo aprovecharlo.
De la misma manera que el tiempo cambia a uno mismo, también cambia a las personas que tenemos alrededor y, consecuentemente, influye en las relaciones que tengamos en común.
Es clave entender que aceptar el cambio propio es igual de importante como aceptar el del otro, siempre y cuando no nos perjudique directamente: en esas circunstancias probablemente la otra persona necesita también nuestra adaptación.
“¿Por qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio. ¿Por qué hemos de temerle?”
-George Helbert-
Imagen cortesía de Claudia Tremblay y Pascal Campion