Transformar la envidia en aprendizaje
No es fácil transformar la envidia en aprendizaje; hablamos de una emoción universal en la medida en la que todos la hemos experimentado alguna vez. Además, si escuchamos su mensaje y empleamos bien la energía con la que nos nutre, puede tener un valor muy positivo para nosotros; el problema aparece cuando nos gobierna o se estanca, haciéndose predominante en nuestro estado emocional.
Esta pasión está en las primeras páginas de la Biblia, texto que fundó las sociedades judeocristianas. Caín envidiaba a Abel y no entendía por qué este era el preferido de Dios. Una envidia que terminó siendo la semilla del odio que le llevó a quitarle la vida. Por lo mismo, el asesino fue condenado a vagar eternamente por la Tierra.
Algo similar ocurre con esta pasión en la cotidianidad: quien no sucumbe a aquella causa graves daños a los demás, puede perder su rumbo en la vida y convertirse en un ser errante. Así es la trampa de la envidia: daña a quien la siente; el que la padece tiene un problema básico: se mira a sí mismo a través de otro. De la envidia se puede aprender mucho.
“Nuestra envidia dura siempre más que la dicha de aquellos que envidiamos”.
-François de La Rochefoucauld-
La naturaleza de la envidia
La envidia es una pasión compleja, directamente relacionada con la falta de amor propio y de autonomía. También tiene que ver con una profunda falta de empatía. Quien envidia no es un ser malvado, sino alguien que no ha logrado hacer una valoración saludable de sí mismo; no es capaz de transformar su envidia porque tiene fuertes dudas de su identidad.
La persona con envidia no logra comprender la diferencia que hay entre “yo” y el “otro”. Se ve reflejada en este, como si fuese un reflejo de sí; para el “yo”, el “otro” constituiría el otro lado del espejo. Se siente vinculado a ese otro ser, en muchos casos sin ser consciente. Por ello, si se lo preguntas, no te hablará bien del otro.
Lo que sucede en el fondo es que ha desarrollado una fuerte identificación con la persona a la que envidia; siente que ese alguien tiene algo que no debe tener, es algo que no debe ser o realiza algo que no debe hacer. Esto ocurre porque ve en el otro una imagen que le reprocha lo que él no tiene, no es o no hace.
La importancia de la empatía
Las conductas inspiradas por la envidia son más probables en contextos que dificultan la empatía, como las competiciones. Por otro lado, es el origen de muchos prejuicios: “se supone que él no debería tener tanto éxito; yo he trabajado más que él y por lo tanto ahora debería encontrarme en una posición más avanzada”, un pensamiento que puede llevarnos a despreciar lo que el otro hace.
En estos casos, quizás podemos preguntarnos si realmente contamos con toda la información para poder afirmar que no merece lo que tiene.
¿Sabemos exactamente cuánto ha tenido que luchar para obtenerlo o qué barreras ha tenido que superar? ¿Conocemos con detalle los obstáculos que ha tenido que superar? ¿Somos capaces de identificar de una manera constructiva los valores que ha producido esa diferencia que tanto nos pica? ¿Conocemos con precisión a qué ha tenido que renunciar? ¿Reparamos en qué otros instantes salimos favorecidos en comparación con otras personas que quizás se esforzaron más?
Una envidia lo suficientemente intensa y descontrolada suele impedir que nos hagamos este tipo de preguntas. Por el contrario, una envidia al amparo de nuestra gestión emocional puede motivarnos a hacérnoslas, permitiendo de esta manera que crezcamos. La diferencia no la marca la emoción, sino la inteligencia emocional.
Transformar la envidia
Igual que podemos aprender a gestionar otras emociones, también podemos hacerlo con la envidia. Esta puede convertirse en una pasión extremadamente poderosa, con la capacidad de bloquear las fuerzas creativas y vitales. Por esto, en tanto se presente, lo mejor es interrogarla, entender que la emoción no somos nosotros, tratarla como si fuera un mensajero que ha venido a nuestra casa para transmitirnos un mensaje. Preguntarnos, de manera analítica y reflexiva. Ahora, ¿qué vamos a hacer?
Un paso complicado con la envidia es reconocer que la sentimos. Es fácil que la confundamos con otras emociones de mejor fama, como la alegría o el enfado. Si adquiere esta máscara, nos va a ser mucho más difícil trabajar con ella, porque intentaremos modos de afrontamiento que poco nos van a ayudar, como enfrentarnos a alguien igual que si este nos hubiera agredido.
Esta pasión también trae consigo valiosas enseñanzas. Allí donde se envidia está un potencial no desarrollado en nosotros mismos. Hacia esto debería orientarse la reflexión: ¿por qué yo no he logrado ser o hacer aquello que envidio en otro?, ¿qué me lo impide? Y más allá de esto: ¿por qué no me detengo un momento a valorar lo que he conseguido?
La otra línea de reflexión se orienta a la empatía. Vale la pena identificar las razones por las que ese alguien a quien se envidia consiguió algo que queríamos para nosotros. En muchos casos, para alcanzar ese lugar tuvo que realizar sacrificios o inversiones de recursos que nosotros, ni tan siquiera, sospechemos.
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- Usobiaga, I. S. A. B. E. L. (2000). Reivindicando una cierta envidia.
- Revista de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica de Madrid
- 32
- , 149-155.