Un reto constante, las enfermedades crónicas
A través de este artículo va el apoyo de todas las personas que formamos parte de La Mente es Maravillosa para quienes día a día se tienen que enfrentar con una enfermedad. Una enfermedad que tienen que integrar en su vida porque saben que siempre va a formar parte de ella.
Para ustedes, todo nuestro reconocimiento por su lucha, todo nuestro ánimo y la ilusión compartida que implica que una enfermedad no hace a un enfermo. ¡Nunca!
Todo individuo cuando se enferma no solo siente el dolor por el trastorno en particular, sino que también se ve afectado en sus actividades y hábitos diarios. Sobre todo cuando el diagnóstico no es demasiado alentador o se trata de una dolencia crónica.
Se desencadenan, entonces, reacciones emocionales que el médico siempre ha de tener en cuenta más allá de lo físico. Así es, porque lo psicológico y mental juega un rol muy importante.
Si bien es cierto que la personalidad del paciente influye a lo largo de toda su enfermedad, es probable que si la persona es dependiente de otro, utilizará su condición para pedir ayuda. Por el contrario, aquellos más independientes o autónomos negarán la enfermedad hasta poner en riesgo su vida.
Existen también trastornos en la personalidad que interfieren en la actividad clínica. La estancia o tratamiento promedio se puede extender o no según lo que «ocurre en la cabeza» del paciente. También pueden aparecer otros problemas o síntomas.
Los inseguros temen perder el control de su vida (o morir). En cambio, los que que padecen un trastorno «límite» tienden a dividir al equipo médico en buenos y malos. Esto hace más difícil el tratamiento cuando le «tocan» los médicos o enfermeros que no son de su agrado.
Los adultos jóvenes (hasta 35 años aproximadamente) suelen reaccionar ante enfermedades crónicas con incredulidad o resentimiento. No aceptan «que les haya tocado a ellos» o consideran que estar enfermo es cosa de ancianos.
También son los que buscan más opiniones o diagnósticos médicos con la esperanza de que el primero se haya equivocado. Los pacientes de tercera edad, en cambio, son los que aceptan mejor sus enfermedades.
El tipo de enfermedad también tiene su relación estrecha en la mente de la persona. Por ejemplo, los trastornos al corazón (arritmias u obstrucción en arterias) producen estrés, ansiedad y miedo a la muerte. Las insuficiencias respiratorias producen un cuadro de ansiedad agudo. El cáncer causa miedo a los tratamientos y a la muerte. Las enfermedades de transmisión sexual, además de temor, provocan culpa.
En el caso de enfermedades crónicas, como la diabetes, la insuficiencia renal o la artritis reumatoides, hay varias respuestas, que se manifiestan por medio del rechazo al tratamiento, resignación y negación.
Cuando el paciente presenta una enfermedad crónica, es decir, que requiere una evolución larga, que presenta síntomas que se mejoran lentamente y pocos instantes sin signos de la dolencia, es necesario afrontar el tema de una manera diferente que si se tratara de una enfermedad con posibilidad de cura inminente.
El término «crónico», de por sí, ya tiene un efecto negativo en las personas, sus familiares y la sociedad. El éxito de la mejoría es remoto y esto origina tensiones, desánimo, sentimiento de culpa, depresión, etc. Así las cosas, el paciente puede experimentar los siguientes estados:
- Necesidad de sentirse seguro: una enfermedad prolongada causa dependencia a otras personas. Además, la persona se siente insatisfecha porque los esfuerzos no parecen dar sus frutos y no suele ayudar en sus propios cuidados.
- Angustia por la posibilidad de ser rechazado: como se dijo anteriormente, las enfermedades crónicas no son bien vistas por la sociedad en general. El estado de ánimo del paciente se torna pesimista y se suele sentir angustiado y con temor de no ser aceptado por quienes le rodean.
- Miedo a la soledad y al abandono: cuando una enfermedad se extiende durante mucho tiempo, no solo se debilita el estado físico, sino también mental. Van mermando las aspiraciones por recuperarse y el paciente tiene miedo de que sus familiares o amigos lo dejen abandonado y tenga que permanecer solo e imposibilitado de hacer diferentes actividades.
- Temor a quedar inválido: según el tipo de enfermedad, la persona podría o no sufrir de invalidez o incapacidad. El desmedro de sus energías, tanto corporales como psíquicas, la necesidad de depender de otro y no querer transformarse en «una carga» para sus seres queridos pueden traer como consecuencia abandonar el tratamiento.
- Desconfianza en los médicos: cuando no se nota una mejoría o pareciera que los tratamientos no surten efecto, es probable que el paciente sienta rechazo hacia el doctor que lo está atendiendo. También ocurre cuando el médico resta importancia a lo que experimenta el paciente o cuando se piensa que el profesional de la salud no tiene interés en el caso.