Una ruptura no es un fracaso
Quizás tu pareja se ha roto hace poco, después de miles de dudas, de varias reconciliaciones y de acumular momentos de tristeza que parecían imposibles de remontar. La salida de una relación suele ser un momento de sentimientos encontrados, ya no porque quede más o menos amor, sino porque significa dejar atrás una etapa de la vida, como han podido ser otras. Desgraciadamente uno de esos sentimientos suele ser el de fracaso.
Así, no es extraño que se mezcle la nostalgia por lo perdido con cierto entusiasmo por haber sido valientes y habernos animado a dejar atrás una situación que lastraba nuestras vidas. Así, pueden ser instantes de verdadera confusión en el que damos un paso hacia delante, dos hacia atrás, otros dos hacia delante, hasta que por fin conseguimos salir.
También romper con una pareja suele ser sinónimo de romper con la estabilidad, ya que por muy intermitente que fuera el otro como punto de apoyo en nuestras mentes no dejábamos de contar con él para nuestros proyectos. Proyectos que en parte pueden haberse roto con el fin de la relación, otros sobrevivirán pero los haremos con otras personas o en soledad.
El sentimiento de fracaso cuando se produce la ruptura
Uno de los sentimientos más comunes en las parejas que acaban de dejar la relación es la sensación de fracaso. Se habían jurado amor del bueno, del eterno, del para siempre y de pronto se encuentran con un vacío en el que estas palabras hacen un eco muy poderoso. Es el eco del miedo, y de la rabia también.
Cuando una pareja se forma, lo más habitual es que las dos personas inviertan mucho para que el vínculo crezca rápido y fuerte. Es una inversión en la que prima la ilusión, los detalles y las ganas de compartir tiempo juntos. Un tiempo que nunca parece suficiente, de hecho es de las pocas cosas para las que el empacho no tiene por qué dejar resaca.
Cuando el tiempo pasa, la situación se estabiliza y los dos empiezan a tirar de las cuerdas que antes estaban flojas, dando lugar a las primeras tensiones. Nadie puede sobrevivir mucho tiempo en la primera fase que hemos descrito antes, ya que es un periodo en el que la balanza en las que ponemos las facetas de nuestra vida se desequilibra totalmente. La pareja, los amigos y otros proyectos personales son apartados y con la normalización de la relación llega el momento de recuperaros en parte.
No obstante, dentro de este segundo periodo, aunque la inversión sea menos alocada sigue existiendo. Ya no es tanto el dar o el ofrecer como el construir juntos. Esta edificación crea a su vez lazos de interdependencia que van a complicar cualquier separación. Podemos hablar de una casa o una hipoteca, pero también están las familias de cada uno, el viaje programado para el verano o la boda a la que iban a ir juntos.
Romper estos lazos son los que precisamente agudizan el sentimiento de fracaso: nos recuerdan que participábamos de un proyecto que se ha esfumado. Este sentimiento de fracaso es el que hace, por ejemplo, que una pareja tarde un tiempo en comunicar que se ha separado, a pesar de que ya lleven tiempo sin construir juntos.
También es fácil que el sentimiento de fracaso vaya acompañado de un deterioro de la autoestima, especialmente en las personas que finalmente no han tomado la decisión. Pueden sentir que no son los suficientemente buenos para que la otra persona les siga aceptando como pareja y generalizar este pensamiento a otras áreas que son susceptibles de evaluación, como el rendimiento en el trabajo.
Si miramos nuestra relación de otra forma, el sentimiento de fracaso no aparecerá
Así, el sentimiento de fracaso es lógico en esta forma de concebir una relación. Una forma heredada históricamente de generaciones anteriores en las que las separaciones eran vistas con recelo, cuando no cierto repudio, por parte de la sociedad. También forma parte de nuestra forma de vida, en el sentido de que muchas de nuestras acciones presentes están condicionadas por pretensiones futuras. Un futuro, que por cierto, nadie nos asegura.
Es curioso, porque cuando pasa el tiempo y el duelo se supera solemos recordar los momentos buenos de esa relación y no tanto los malos. Somos capaces de darle un sentido que antes probablemente nos hubiera ayudado. Es el sentido de que una relación merece la pena por lo que te da, no por lo que te dará.
Merece la pena por los paseos compartidos, por las cenas hechas con cariño, por las sorpresas más tontas o por los nervios antes de conocer a los suegros. Probablemente has apostado mucho para que eso saliera adelante, pero piensa realmente si eso que has dado no te lo ha devuelto la relación. Sí, la relación, no la otra persona. Quizás nunca te preparó una sorpresa, pero tú no te lo pasaste en grande reparando las que le hiciste, quizás nunca te fue a buscar al trabajo pero….¿no disfrutabas cuando lo hacías tú?
Ver la relación desde este prisma no solo evita que aparezca un sentimiento de fracaso en caso de ruptura, sino que nos motiva y nos estimula a través de algo que nosotros controlamos. Ese algo no es otra cosa que el placer de sentir como el otro está protegido con nuestra chaqueta, cuando nosotros temblamos de frío. Ese algo no es otra cosa que lo que hacemos y está en nuestras manos, igual que seguir hacia adelante en caso de que la relación termine.