A veces me siento observado, pero ¿por qué?
Es posible que, a lo largo de tu vida, más de una vez te hayas sentido observado. Por ejemplo, cuando caminas solo por la calle, sin fijarte mucho a tu alrededor, mecido por tus íntimos pensamientos y escuchando el sonido hipnótico de tus pasos y de pronto, llevado por una súbita intuición, giras la cabeza y ves a alguien que te está mirando fijamente.
¿Cómo sabías que había alguien mirándote? ¿Acaso tienes poderes? ¿Existe una explicación científica para esa “intuición” que te hizo girarte y sorprender al otro?
El hecho de sentirse observado sucede con frecuencia y, según las causas y los parámetros con que se manifieste esta sensación, puede ser algo normal o bien un síntoma psicopatológico. Para profundizar sobre ello, abordaremos el fenómeno desde distintas perspectivas, todas ellas importantes a la hora de explicar algo que todos hemos vivido alguna vez.
Una función adaptativa
Normalmente, cada fenómeno psicológico que el sistema nervioso es capaz de hacernos vivir ha llegado a nosotros a través de la evolución. Como buen producto de la selección natural, tendrá una función adaptativa, esto es beneficioso para nosotros o para nuestros genes, bien sea porque aumenta nuestra probabilidad de sobrevivir o porque nos ayuda a procrear.
Desde el punto de vista de la supervivencia, sentirse observado o mejor dicho, saber cuándo alguien tiene clavada su mirada sobre nosotros nos permite una mejor evaluación de amenazas. En efecto, darnos cuenta de que estamos siendo observados puede salvarnos de muchos peligros, porque esa mirada podría no augurar buenas intenciones y, por lo tanto, haremos bien en prepararnos para huir o luchar.
Mirar a los ojos es una conducta que nos ofrece muchísima información de nuestros congéneres. La mirada revela emociones, pensamientos, actitudes, motivaciones… No en vano, la zona ocular es la que más llama la atención de los bebés recién nacidos, una vez que aprenden a reconocer el rostro humano. La naturaleza nos ha programado desde bien pequeños para buscarnos los ojos los unos a los otros.
Por su parte, desde el punto de vista reproductivo, muchas miradas dedicadas a nuestros semejantes son motivadas por un sano interés sexual. El hecho de poder conocer quién nos mira con deseo nos informa de posibles compañeros sexuales y su vez, nos permite evaluarlos. Si el interés es mutuo, poder detectar esa mirada furtiva hace más probable nuestra supervivencia como especie.
En resumen, no cabe duda de que las miradas constituyen una muestra de interés, para bien o para mal. Por ello, no es de extrañar que el cerebro haya generado mecanismos psicológicos para ayudarnos a detectarlas.
Sentirse observado es algo muy común que, dependiendo de diversos factores, puede ser algo normal o bien un síntoma psicopatológico.
Una cuestión de percepción
No tenemos capacidad para procesar conscientemente todo lo que nos llega a través de los sentidos. Es evidente que ni podemos ni no somos conscientes de todo lo que percibimos. De hecho, solo una pequeña parte del conjunto de estímulos que percibimos entra en nuestra consciencia y, posteriormente, solo una pequeña parte del contenido de la consciencia cobra la suficiente relevancia como para almacenarse en la memoria.
Por tanto, la mayor parte de lo que percibimos lo hacemos de manera inconsciente. Por ejemplo, cuando estamos en una fiesta, podemos estar escuchando multitud de conversaciones simultáneas, pero nuestra atención filtrará toda esa información y solamente lo importante llegará a nuestra consciencia, como pueda ser el hecho de escuchar nuestro nombre en boca de alguien. A este fenómeno se le conoce como “el efecto fiesta de cóctel”.
De la misma manera, nuestro campo visual recoge muchísima información de la cual nosotros no somos conscientes. En realidad, solamente atendemos de forma consciente una parte muy pequeña de todo lo que vemos. Esto significa que, sin que lo sepamos, el cerebro puede recoger que alguien nos está mirando y después obligarnos a fijar la atención sobre esa persona. Parecerá que hemos adivinado que nos estaba mirando, pero en realidad nos habíamos dado cuenta subliminalmente.
La palabra subliminal hace referencia a aquello que permanece por debajo del umbral de la conciencia. Las señales subliminales a veces pueden ser muy sutiles.
Nuestra atención no consciente puede detectar ciertos movimientos corporales, actitudes sospechosas, señales proxémicas, información gestual, sonidos no esperados y otros estímulos que pueden despertar nuestra alerta y hacernos mirar hacia la persona que probablemente nos está observando. Aunque sea físicamente imposible que le hubiéramos visto los ojos, hemos procesado otro tipo de información relevante.
Una profecía autocumplida
El fenómeno de la profecía autocumplida tiene lugar cuando pensamos que algo va a suceder y, por el mero hecho de pensarlo, acaba sucediendo. Una vez más, esto no tiene nada que ver con la magia. Lo que ocurre es que, al pensar que algo va a suceder, empezamos a actuar de manera que hacemos más probable que dicho suceso termine ocurriendo.
Por ejemplo, si estamos convencidos de que un funcionario nos va a atender de forma antipática desde su ventanilla y nos acercamos a ella temerosos o con malos modos, haremos más probable que, efectivamente, el funcionario nos responda como pensábamos que ocurriría. De la misma manera, si pensamos que los demás tienen buenas intenciones, nuestra sonrisa hará más probable que nos traten mejor, tal y como anticipábamos que sucedería.
Si una persona que camina delante de nosotros y, de repente, se da la vuelta con brusquedad para evaluarnos de forma crítica, es muy probable que provoque que la miremos a los ojos fijamente. Esta persona podrá pensar que nos ha pillado “observándola”, y puede que tal vez se sienta acosada, cuando en realidad han sido sus propios movimientos defensivos los que han llamado nuestra atención. Con este ejemplo, podemos ver que el hecho de sentirse observado no siempre va de la mano con una amenaza real.
Paranoidismo: ¿aplica en todos los casos?
En un momento dado, todos podemos actuar de forma paranoide. Con mayor probabilidad, cuando nos sentimos pequeños y débiles. La persona psicológicamente más sana del mundo puede sentirse observada si se encuentra sola, de noche, en mitad de un bosque desconocido.
Sin embargo, hay psicopatologías y personalidades que son más proclives al pensamiento paranoide y lo viven de forma continua, lo que les genera un malestar significativo y problemas de adaptación en diferentes áreas de la vida.
La característica esencial del paranoidismo es la desconfianza, un sentimiento que obliga a estar siempre alerta. Una persona de pensamiento paranoide puede haberse sentido agredida de forma repetida en su pasado, normalmente en su infancia y por personas de su entorno cercano, es decir, precisamente por aquellas personas en las que debía confiar, de manera que ha adoptado la desconfianza como escudo para relacionarse con el mundo.
Las personalidades evitativas, paranoides, antisociales y narcisistas suelen desconfiar de los demás en exceso y mostrarse siempre alertas. Sobreestiman las amenazas a su alrededor, debido a un sentimiento profundo de debilidad, muy arraigado en su interior, del que muchas veces ni siquiera son conscientes. Son personalidades egocentradas, defensivas y, por lo tanto, tendentes a sentirse observadas.
Por su parte, la esquizofrenia paranoide se caracteriza, entre otros síntomas, por desconfiar de las intenciones de los demás hasta el punto de generar delirios de persecución.
También existen otros estados psicóticos, como puedan ser los inducidos por sustancias o los derivados de una depresión, que pueden hacernos creer que los demás nos están observando.
Las personas que padecen alguna de estas psicopatologías se sienten más observadas, generándose en ellas el sentimiento de ser diferentes o de estar siendo juzgadas. Además, al actuar de forma extraña, pueden atraer hacia sí la atención de los demás, incurriendo en una profecía autocumplida.
Cualquier ser humano puede sentirse observado en muchas ocasiones a lo largo de su vida, la clave para determinar si eso es algo saludable o no está en saber discernir más allá del hecho como tal.