¿Eres adicto al caos?
Los adictos al caos son más comunes de lo que puedes imaginarte. Siempre van al menos con quince minutos de retraso y por eso llegan tarde a todos lados, corriendo y jadeando. Se disculpan y le echan la culpa al tráfico.
También se les ve desesperados a final de mes, cuando llegan las cuentas y por enésima vez descubren que compraron más de lo que podían pagar y que ahora tienen un serio problema. Todo se les pierde, nunca encuentran nada, equivocan siempre un dato, una firma o lo que sea. Están pegados al error.
También son unos bravucones. Es el tipo de personas que pelean por todo. Le echan la culpa al tendero porque las galletas subieron de precio. Recriminan al taxista por conducir demasiado despacio a propósito, aunque la congestión no le deje avanzar ni una calle. Todo el tiempo están de pelea con algo o alguien.
“El caos implica mayor libertad; de hecho, es la libertad total, pero sin significado alguno. Yo, en cambio, deseo ser libre para actuar y que mis acciones signifiquen algo”
-Audrey Niffenegger-
Los adictos al caos son, así mismo, unos tremendos desordenados. Su armario es un espacio de terror en donde al lado de un suéter puede haber una naranja y debajo de un montón de ropa mal doblada, pueden estar las llaves de la puerta, que perdieron hace dos meses. Si alguien cuestiona ese desorden, se quejan y reniegan. Dicen que no tienen tiempo, que están llenos de problemas, que el orden es solo para “desocupados”. ¿Qué es lo que les pasa realmente?
La adicción al caos y su origen físico
Toda adicción está relacionada con algún grado de dependencia a una sustancia. Es el caso de la adicción al caos, esta sustancia está dentro del propio cuerpo y se llama “adrenalina”. En estricto sentido, los adictos al caos son en realidad adictos a la adrenalina. Por eso buscan y generan situaciones que los lleven a generar esta sustancia.
El caos se define como desorganización, falta de coherencia, desorden o dispersión. Cada vez que un ser humano se enfrenta a situaciones de este tipo, desarrolla respuestas defensivas, de angustia o preparación para la acción o el ataque. Al mismo tiempo, estas reacciones están acompañadas por una serie de cambios químicos en el organismo. El más importante de ellos es la producción de adrenalina y cortisol, las hormonas del estrés.
Muchas personas quieren liberarse del estrés, pero el adicto al caos, por el contrario, siente una atracción fatal por todo aquello que lo angustie. Hay un goce en experimentar esa tensión y ese estado de defensa permanente.
El problema es que cuando la situación amenazante se resuelve, o pasa, en el cuerpo se produce un descenso o un corte en la producción de esa sustancias. Por eso lo que sigue es un estado de depresión, que el adicto al caos solo puede superar si se mete en más problemas, o genera nuevos conflictos, o comete nuevas equivocaciones.
Superar la adicción al caos
Por lo general, toda adicción cumple con la función de encubrir otro conflicto mucho más profundo, que no se ha resuelto, pero que sigue gravitando sobre la vida de manera insistente. Esa tendencia compulsiva de crear nuevos problemas no es más que una estrategia para que la atención siempre esté ocupada en asuntos externos, en esos problemas que se reproducen como virus y que siempre demandan una solución urgente.
La angustia es una forma de miedo imprecisa y lo es porque no atina a ubicar un objeto hacia el que dirigirse. En otras palabras, se siente miedo, impresión de amenaza, temor a lo que pueda ocurrir, pero no se logra definir en qué consiste ese peligro, ni dónde está, ni siquiera si existe realmente. Solo se experimenta como temor invasivo.
Generar situaciones caóticas es una forma de cumplir, inconscientemente, con dos objetivos: delimitar un objeto hacia el cual se puede dirigir la angustia y dejar que esa angustia emerja con toda su fuerza, para vivirla y, aparentemente, canalizarla hacia acciones específicas de defensa. Pero como el problema de fondo sigue latente, es necesario reiniciar el ciclo una y otra vez. Termina convirtiéndose en un estilo de vida.
No es fácil superar ninguna adicción, incluyendo esta. Lo más importante es reconocer cuál es ese conflicto subterráneo que impulsa a meterse en problemas constantemente. Pero para llegar allí debe recorrerse un largo camino de exploración, que se puede transitar a través de vías como la meditación o la terapia.
En principio, lo que se recomienda es ejercitar la capacidad para estar solo, quieto y en silencio de manera que el cuerpo deje de resistirse a la falta de tensión y por lo tanto desaparezca la inquietud. Además, de esta manera facilitaremos que la conciencia vaya abriéndose y emerjan esos viejos sufrimientos que aún no han sanado.