¿Somos adictos al amor?
El amor es una droga muy poderosa, puede que la más fuerte y adictiva. La euforia que podemos llegar a sentir cuando estamos enamorados es increíble. Cómo explicar qué tiene esa persona que hace que se nos revuelva el estómago, que nos palpite el corazón y que cuando estemos en su compañía la vida sea mucho más hermosa. Pero, ¿dónde se encuentra el límite entre un proceso de enamoramiento sano y equilibrado y una adicción que puede ser igual de catastrófica en nuestra vida que el enganche a cualquier otra sustancia?
Dime, ¿Cuántas veces te han dicho o has dicho estas frases?
-Sin ti no soy nada.
–Mi existencia no tiene sentido sin ti.
– Vivo para él.
–Ella lo es todo para mi.
–Si me faltaras, me moriría.
-Que haría yo sin ti,
– Te necesito,
Y ¿en cuántas letras de canciones, libros, cuentos y películas te han hecho creer que indicaban amor verdadero? Sin embargo, ¿Expresan amor o, más bien, son síntomas claros de una adicción a otra persona capaz de volvernos dependientes y obsesivos?
Si hay síndrome de abstinencia, no es amor es apego
El amor no debería convertirse en una obsesión, no debería ser apego. La adicción y el apego provocan que en muchos casos seamos incapaces de poner fin a una relación que nos perjudica y no nos deja ser felices. Incapaces de resignarnos a la ruptura, nos resulta imposible entender la vida sin nuestra fuente de seguridad o placer, olvidándonos de que la felicidad debe nacer de nosotros mismos para poder compartirla con la persona amada.
Es posible librarse de esta esclavitud. En el fondo, la adicción afectiva funciona de una manera similar a otro tipo de adicciones como a la comida o a otras sustancias. Solo si aprendemos a estar bien con nosotros mismos estaremos preparados para compartir la vida con otra persona. Cuando uno comienza a independizarse, descubre que lo que sentía en realidad no era amor, sino una forma de adicción psicológica.
El amor no tiene por qué obligarnos a destruir nuestra propia identidad, a no dejarnos solucionar nuestros problemas, a no permitirnos disfrutar de nuestra soledad o la compañía de otras personas. No sentir apego tampoco tiene por qué hacernos egoístas o fríos, sino que podemos amar sin esclavizarnos, sin sentir celos, inseguridad y obsesión. El amor debería ser un trampolín hacia un mayor crecimiento personal y la persona amada una compañera con la que compartir nuestra felicidad, no a la que exigir que nos salve de nosotros mismos.