Cuando la agresividad es una manifestación de miedo
En la mayoría de las ocasiones, la agresividad es una manifestación de miedo. De hecho, se trata de un mecanismo evolutivo que se pone en marcha frente a situaciones que se perciben como amenazantes. En algunos casos esto se convierte en un patrón de conducta que se mantiene incluso cuando no hay estímulos que lo justifiquen.
A veces no es fácil establecer la conexión que hay entre las conductas agresivas y el miedo de base que las genera. De hecho, no es raro que muchos de esos comportamientos sean validados socialmente, pues llegan a considerarse una manifestación de firmeza o de energía. Sin embargo, esas manifestaciones con frecuencia son destructivas o autodestructivas.
Cuando la agresividad es una manifestación de miedo opera como si fuese un punto ciego. Dicho de otra forma, esa agresividad se convierte en una suerte de velo que no permite ver lo que hay en el fondo: temor. Si este último se abordara y se resolviera, dejaría de ser necesaria la conducta agresiva.
“Detrás de una persona con rasgos agresivos hay una persona asustada con problemas importantes de autoestima que necesita que le ayuden”.
-Nuria Gou-
La agresividad es una manifestación de miedo
La afirmación de que la agresividad es una manifestación de miedo puede resultar sorprendente en un principio, pero deja de serlo si se examina más a fondo. En principio, la conducta agresiva obedece al instinto de autoconservación. En los humanos, tal instinto se esgrime no solo en situaciones que amenazan la vida como tal, sino en aquellas que ponen en riesgo, de un modo u otro, la integridad del yo.
En primera instancia, se responde con miedo y agresividad ante las amenazas físicas. Si alguien pretende golpear a otro, lo lógico es que este reaccione con cierto estupor, pero también con ira. El instinto lleva a prepararse para la lucha o la huida. El cerebro permite que en pocos segundos se haga una evaluación y se opte por lo uno o lo otro. En ambos casos se requiere de una dosis extra de energía.
Así mismo, se responde con agresividad ante una afrenta simbólica, lo cual es normal y positivo. En esos casos, hay un ataque directo y una amenaza evidente al sentimiento de dignidad personal, al rol social o al lugar simbólico que se ocupa. En este caso, opera la autoconservación y es saludable que así sea. Aquí también se entrecruzan el miedo y la ira. Esto da como resultado muchas posibles respuestas, según sea más intenso el uno o la otra.
Las caras del miedo
Lo anterior ilustra situaciones típicas en las que se ve con claridad la función que cumplen las conductas agresivas. Sin embargo, como lo anotamos antes, no siempre los escenarios son tan evidentes. Las ideas de “miedo” y “amenaza” adoptan muchas formas en los seres humanos. La complejidad de nuestro mundo psicológico lleva a que así sea.
Por ejemplo, la agresividad es una manifestación de miedo en las órdenes de un líder furibundo. Aparentemente, este ocupa una posición de poder y no tendría por qué sentirse amenazado por sus subalternos o dirigidos. Sin embargo, así es. La amenaza, en este caso proviene del miedo a que su poder quede en entredicho. En el fondo, no está seguro de su posición y esto precipita su agresividad.
También el miedo está en las conductas agresivas que nacen de la frustración. Si no se logra realizar una tarea, por ejemplo, surge tal frustración y con ella la ira. El miedo aquí adopta la forma de inseguridad. Ese poner en tela de juicio de la propia competencia provoca una reacción defensiva y con ella surge la agresividad.
La construcción de la personalidad agresiva
Si bien es cierto que la agresividad es una manifestación de miedo, también es posible gestionar las emociones de manera que no se produzca esa reacción automática. Esto es aún más relevante en las personas que acostumbran a mostrarse agresivas cuando la realidad contradice sus expectativas.
Lo habitual en esos casos es que haya influido mucho la educación que se recibió a edades tempranas. Los padres alimentan este tipo de conducta cuando, por ejemplo, reaccionan de forma airada ante un error o a la ausencia de logros en sus hijos. Por un lado, incrementan el miedo y, por el otro, les transmiten un patrón de conducta indeseable.
Tanto el sentimiento de fracaso como la inseguridad provocan un gran sufrimiento a quien los padece. En ambos casos hay miedos involucrados y se combaten cultivando la tolerancia a la frustración. Así mismo, las conductas agresivas se reducen cuando se comprende la naturaleza del miedo que encubren.
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- Horst, F., & López Estrems, D. (2020). DE LA AUTOCONSERVACIÓN A LA AMBICIÓN DE PODER EN "PODER Y DECISIÓN". La Torre Del Virrey, 1(27, 2020/1), 99-111. Recuperado a partir de https://revista.latorredelvirrey.es/LTV/article/view/51
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