Ansiedad competitiva: ¿qué les pasa a los jóvenes?
Más allá de las normas sociales, más allá de la sociedad informatizada, se comienzan a vivir las primeras consecuencias que están convirtiendo a una generación completa en niños y jóvenes “estresados”. La sobreestimación es la culpable y entre las principales causas parece ser que una ansiedad competitiva empuja a nuestros jóvenes de hoy en día a “triunfar” precozmente en vez de tomarse el tiempo necesario para madurar y decidir qué es lo que quieren ser.
Los mensajes motivacionales y de “éxito”, que esconden una presión social para que el individuo se adapte a la furiosa productividad de los tiempos que corren, afectan más a aquellas personas que aún están desarrollando su personalidad y sus anhelos. Alguien que se enfrente a esta corriente por primera vez con los conocimientos y las experiencias de un adulto es mucho menos susceptible al mensaje que los jóvenes.
¿Por qué ansiedad competitiva en los jóvenes?
Este término, acuñado en el entorno de la psicología deportiva, se relaciona principalmente con el estado de estrés permanente en el que los jugadores de élite y aficionados por igual sienten a razón de no fracasar ante las expectativas puestas en sus habilidades. Así mismo se detalla en un artículo publicado por diversos profesionales de la Universidad de Murcia en 2009.
Según las conclusiones sacadas en este artículo, dentro del mundo deportivo y, por ende, aplicable a cualquier relación entre persona y ansiedad competitiva. De hecho, una de las conclusiones que se sacaron de este curioso estudio fue que aquellos deportistas de élite que habían experimentado mayores índices de esta ansiedad habían tenido más lesiones que sus compañeros.
A este respecto, se puede llegar a pensar que el estrés y la depresión experimentados por miles de jóvenes actualmente, nunca ha sido tan alarmante. También es cierto que existe un sesgo, pues tampoco siempre se le ha dado tanta importancia a la salud mental entre los ciudadanos: se rigen por el mismo patrón y aquellos que experimentan más ansiedad competitiva en el mundo del “talentismo” en el que vivimos sufren más lesiones también a nivel psicológico.
Ansiedad y redes
En otro estudio publicado en 2019, los problemas de ansiedad y la adicción a redes sociales obtuvieron una correlación significativa. Este es otro tema a tener en cuenta: la lucha por ser quien más likes recolecte de todos. Gustar a los demás, aparentar ser feliz a todas horas. Es un debate ya antiguo pero que aún no tiene una solución a nivel sociológico.
En el mundo globalizado en el que vivimos, donde la figura del influencer, el streamer o el gamer ya se han asentado como trabajos a tiempo completo, aún queda por gestionar el impacto psicológico que este rol tiene sobre el individuo. La creación de contenido es un trabajo muy esclavo y que se vende a los jóvenes como una manera fácil de ser famoso y rico, lo que tiene un impacto muy negativo en la salud mental de estos colectivos.
Ansiedad y rendimiento escolar
La preocupación por sacar buenas notas, que muchas veces se justifica con frases como “al fin y al cabo, es lo único que tienes que hacer: estudiar”, conduce a muchos niños y adolescentes. En las aulas, por otro lado, aún se utilizan dinámicas de competición, asegurando a los jóvenes que su valía como persona y su futuro éxito dependen directamente de las buenas notas que saquen.
Por lo general, los estudios indican que el buen rendimiento académico está inversamente relacionado con la ansiedad, es decir, que los alumnos que rinden bien y sacan buenas notas no sufren de esta patología. No obstante, hubo hallazgos que fueron contradictorios, pues mostraron que, en algunas tareas, los estudiantes ansiosos lograban un mejor rendimiento, de ahí que se favorezca este estado de ánimo para “motivar” a los estudiantes.
El niño que tenía depresión
Muy lejos parece que quedan aquellos años en los que se comenzaba a trabajar a la edad de 14 años y de aquellas historias que los abuelos suelen contar a sus nietos acerca del sacrificio, de las jornadas laborales de dieciséis horas y de la inexistencia de la infancia y, muchos menos, de la adolescencia.
Y, sin embargo, de vivir para trabajar desde bien jóvenes se ha pasado a vivir para triunfar, hasta el punto de que las nuevas corrientes entre la juventud van dirigidas hacia la competitividad salvaje entre unos y otros, marcada con mucho por una sociedad sobreinformada, sobreestimulada en la que se ha alcanzado el nivel máximo de difusión de la información.
“Pero —dirán algunos— eso es bueno. La información es buena”. Saber es bueno. El problema es que saber sin la correspondiente interiorización de la fuente inagotable de conocimientos, es para un niño de 13 años como un bombardeo de mensajes contradictorios que coexisten unos con otros sin que se le hayan dado al joven las armas suficientes como para decidir.
Esta es la clave de la madurez; ser capaz de elegir. Y esto es justamente lo que se les está negando a estas nuevas generaciones “resabidas” pero patológicamente indecisas que son el producto de lo que sus padres, abuelos, hermanos, profesores, compañeros, la televisión e internet les han contado que tienen que ser.
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