Apagar incendios con gasolina
Las personas que buscan “apagar los incendios con gasolina” viven en la fantasía de que un conflicto debe afrontarse haciendo uso de la fuerza. Para un comentario ofensivo, otro más degradante. Para un grito, un alarido. Para un roce brusco, un golpe “bien puesto”. Esa es su lógica y esa es también la forma como han aprendido a responder ante el conflicto. Pero siempre terminan agravándolo todo.
De hecho, no solamente convierten las chispas en incendios, sino que muchas veces acechan como cazadores furtivos detrás de los problemas. Si ven que fulano tiene un roce con zutano, inmediatamente se hacen presentes para tomar partido. Si notan que alguien está “de malas pulgas”, no tardan en llegar a fastidiarlo aún más, para que explote. Así son ellos.
“El elemento más destructivo en la mente humana es el miedo. El miedo crea agresividad”
-Dorothy Thompson-
Y ni qué decir de las relaciones que mantienen con su entorno familiar. Son el tipo de personas que critica crudamente la cena que una tía preparó con gran esmero para celebrar la navidad. Ponen mala cara y siempre salen con algún apunte o con algún gesto negativo, cuando todos están reunidos y parecen felices. Son también de los que se ríen si logran enojar o disgustar a los demás. Hacen bromas pesadas, pero ni se te ocurra devolverles las atenciones, porque estallarán en cólera.
Incendios y tormentas
Los expertos en intentar “apagar incendios con gasolina” suelen ser los adolescentes. Pero como el ser humano no tiene un desarrollo lineal, ni totalmente acabado, este tipo de actitudes también aparecen con frecuencia en los adultos, e incluso en las personas de avanzada edad. En el fondo, lo suyo es hacerle daño a los demás, aunque realmente no entienden por qué o para qué.
Hay ciertos rasgos que son típicos de estos aficionados al conflicto. Estos son algunos de ellos:
- Reaccionan de forma impulsiva y desmedida, frente a situaciones cotidianas sin importancia
- No toleran la presión
- Pierden el control en los momentos de crisis
- Reclaman mucho y dan poco
- Rara vez ofrecen muestras de afecto
- Son seriamente posesivos
- Sospechan siempre de los demás
- Se victimizan
Lo más probable es que hayan crecido en el marco de una familia muy conflictiva. Por eso mismo, no tienen una medida razonable del daño que son capaces de hacer a los demás. Por lo general, justifican las malas vibraciones que emiten con pretextos como el de que son “muy sinceros” o el de que “solo quieren lo mejor para los demás”. Implícitamente se asumen como los portadores de “lo mejor” y, al mismo tiempo, pretenden que el hecho de “tener la razón” les de una patente de corso para sembrar enfrentamientos en todas partes.
¿Qué hay detrás de este tipo de personas?
Contrario a lo que se pueda pensar en un primer momento, en realidad los promotores de incendios no son felices siendo como son. Puede que de “puertas para afuera” hagan alarde de cierta invulnerabilidad o de alguna suerte de satisfacción al ver mal a los otros, pero en el fondo sufren mucho. Incluso, sin darse cuenta de ello.
La psicóloga Olga Pujadas Armengol llama a este tipo de personas “los huérfanos furiosos”, porque eso son en realidad. Personas que en el pasado han padecido un desafecto crónico o una indiferencia sin límite por parte de las figuras que ama.
De ahí precisamente nace esa ira que arde y que termina llenando de incendios todo a su alrededor. Producir conflictos incesantemente es simplemente una forma de ponerle anestesia al dolor que llevan dentro. Es también una manera de intentar resolver en lo externo, aquello que no pueden conciliar en su interior.
Los azuzadores de incendios cargan sobre sus hombros con una pesada mezcla de abandono, desprecio, maltrato y autoritarismo. Por eso terminan convirtiendo al mundo en una especie de laboratorio para ensayar todas las formas de agresión posibles. Lo suyo es disociar, roer los vínculos de unión entre las personas; separar a los grupos, evitar que la gente disfrute.
Vierten gasolina en los incendios, porque de este modo logran imponer sus propias reglas de juego frente a los demás. Como su autoestima se encuentra seriamente lesionada, parten de la idea de que no tienen derecho a ser felices, ni ellos, ni los demás. De ahí que intervengan solo para magnificar los problemas, pues, al final, todos quedan tan descontentos como él. Ese es su propósito y ese es también su propio infierno.