Aprender a soltar, para permitirnos recibir
A veces, soltar no es necesariamente un sacrificio ni un adiós, sino más bien un «gracias» por todo lo aprendido. Es dejar ir lo que ya no se sostiene por sí mismo para permitirnos ser más libres y auténticos y recibir así lo que tenga que llegar.
Si pensamos en ello durante un minuto nos daremos de que las mejores decisiones, esas a las que le sigue un estado de grata felicidad, implican precisamente el tener que soltar algo. Puede que sea un miedo, una angustia, el poner distancia de un lugar o incluso de una persona. La renuncia es parte del proceso de la vida. Es algo natural, porque todos estamos obligados a elegir en qué y en quién invertimos nuestro tiempo y esfuerzo.
Suelto, entrego, confío y agradezco, porque hay que dejar ir lo que no quiere quedarse, lo que pesa, lo que ya es falso… Para permitir así que en nuestro corazón solo quede lo que es auténtico.
Un hecho a tener en cuenta también es que el acto de soltar, por sí mismo, no implica solo cortar esos lazos que ponen vetos al crecimiento personal y a la felicidad. Soltar significa en ciertos casos tener que desprendernos y reformular muchos de nuestros constructos psicológicos, tales como el ego, el rencor, o incluso el propio miedo a la soledad.
Porque quien quiera recibir, debe tener preparado el corazón para acomodar esa nobleza que no entiende de egoísmos ni de tormentas interiores.
La ambición y la necesidad de acumular
En la sociedad actual hemos asociado la conquista de ciertas cosas con la idea de felicidad. «Seré feliz cuando haga ese viaje, cuando tenga pareja, cuando tenga mi propia casa, cuando me aumenten el sueldo, cuando tenga coche nuevo, teléfono nuevo, cuando pierda unos kilos, cuando estrenen la nueva temporada de mi serie favorita…».
Compramos libros y más libros para aprender a ser felices mientras esperamos que algo cambie, mientras aguardamos a que en algún momento todo lo acumulado nos ofrezca la respuesta que esperamos. Frédéric Beigbeder, un famoso escritor, creativo y publicista francés, dijo una vez que en el mundo de la publicidad nadie desea que las personas sean felices. Sencillamente, porque la gente feliz «no consume».
La felicidad es algo que las sociedades modernas nos venden como una «ilusión», algo que debe ser breve y efímero para obligarnos así consumir más. De ahí la «obsolescencia programada» de los aparatos electrónicos, de ahí la idea de que para ser feliz hay que ser atractivos y llevar determinadas ropas, tener muchos amigos, y buscar el amor ideal en las páginas de contactos, donde las relaciones pueden iniciarse hoy y desecharse mañana en un solo «click».
Hemos creado un mundo donde valores como la ambición y el inconformismo patológico nos alejan por completo del auténtico sentido de la felicidad. Vivimos pendientes de lo que nos falta, sin darnos cuenta de todo lo que en realidad, nos sobra. Todo aquello que deberíamos soltar para compensar el equilibrio, para ser nosotros mismos.
¿A qué nos aferramos?
Aún sabiéndolo, muchas veces nos resulta difícil soltar aquello a lo que estamos atados. Puede ser una relación que no nos hace bien, o el recuerdo de un vínculo afectivo que ya se terminó. Puede tratarse de rutinas o costumbres inflexibles que nos gustaría cambiar, sin embargo, nunca hallamos la voluntad suficiente para emprender el cambio. Podemos estar atados a situaciones que no aportan en nuestro crecimiento personal pero que mantenemos por miedo de asumir las consecuencias que pueda traer soltarlas. O incluso, podemos permanecer aferrados a pensamientos negativos o a una imagen distorsionada de nosotros mismos.
En cualquier caso, todo aquello a lo que nos aferramos responde a algo sobre lo que debemos trabajar en nosotros mismos. Tal vez reconocer nuestros apegos se convierta en una invitación para fortalecer nuestra autoestima, para hacernos más conscientes de todo lo que nos rodea, para ser más valientes y decidir tomar el riesgo de perseguir nuestros sueños.
Para ser felices hay que tomar decisiones y… Soltar
La vida es muy corta para vivir permanentemente frustrados. Por ello, y si de verdad deseamos ser felices debemos ser capaces de tomar decisiones, de saber en qué y en quién deseamos invertir nuestro tiempo. Ahora bien, como ya puedes intuir, decidir implica muchas veces tener que renunciar, un ejercicio que deberá hacerse de forma consciente y madura asumiendo las consecuencias.
La vida es un eterno dejar ir, porque solo con las manos vacías serás capaz de recibir.
Para ayudarte en el complejo camino de la renuncia y en el arte de soltar, vale la pena recordar que para la filosofía budista la felicidad no es más que un estado mental de calma y bienestar. Así pues, atiende con sosiego y sabiduría todo aquello que te envuelve para intuir qué te ofrece serenidad y qué ruido, qué y quién nutre tu alma con respeto y qué o quién te trae tempestades en días despejados. Decide, elige, confía en tu instinto y, sencillamente, suelta.
Otro aspecto que es preciso recordar es quien tiene la valentía para soltar también debe ser digno para recibir. De ahí, que valga la pena reflexionar unos instantes en estas dimensiones:
- Hemos de renunciar a nuestra necesidad por mantener siempre el control sobre los demás. Es necesario «ser» y «dejar ser». Quien reclama libertad personal para crecer debe ser capaz a su vez de poder ofrecerla.
- Renuncia a la necesidad de tener siempre la razón. Asumir el equívoco es crecer y saber guardar silencio cuando el momento lo requiere es un acto de sabiduría.
- Suelta tu ego, libérate de la necesidad de impresionar, de tener que competir, de reclamar la atención cuando nadie te observa, de buscar cualquier falsa compañía cuando temes a la soledad. Suelta tu miedo para permitirse ser auténtico, para ser tú mismo, esa persona que es tan capaz de dar, como de recibir.
En conclusión, en esta compleja pero apasionante lucha cotidiana por ser felices, todos nosotros deberíamos practicar el saludable ejercicio de soltar lo que nos pesa, amar lo que ya tenemos y ser agradecidos ante todo lo bueno, que sin duda, está por llegar.
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