El aprendizaje lento: ¿una variedad o una anomalía?
No se puede hablar de aprendizaje sin hablar de sistema educativo. Son dos realidades que están estrechamente ligadas y que se condicionan mutuamente. Un primer elemento, ciertamente problemático, está en el llamado aprendizaje lento. Y es problemático porque define un parámetro de velocidad ideal, pero referido estrictamente a ese sistema de educación.
Buena parte de los sistemas educativos en el mundo están rígidamente estandarizados. Dicho en otras palabras, definen lo que cada persona debe aprender, cómo y cuándo debe hacerlo. También definen formas específicas para evaluar si esto se logró o no.
“Aprender muchas cosas no nutre la inteligencia”
-Heráclito de Efeso-
Es a partir de ese sistema que se establece qué es lo lento y qué no. Se parte de la idea de que el sistema es correcto y que, si el individuo responde a lo que este le exige, funciona adecuadamente. Si no lo hace, presenta un déficit o un rasgo “a corregir”. Es entonces cuando se formulan etiquetas como “lento”, “rápido”, “inteligente”, o no. Y lo peor es que sobre esas bases se edifica todo un camino de éxito o fracaso escolar.
¿Aprendizaje lento o simplemente diferente?
Esta es una anécdota real. Un niño de tercero de primaria llegó a este año escolar con dificultades para leer y escribir rápidamente. Su profesora frecuentemente lo señalaba como el peor de la clase. Ella acostumbraba a escribir un texto en el tablero para que los niños lo copiaran. El chico de esta historia siempre terminaba después que los demás.
Como no podían esperarlo, la maestra simplemente borraba el tablero y le exigía que luego se pusiera al día con el cuaderno de otro compañero. Un día, tras este ritual, la maestra no encontró el borrador. El chico lo había tomado sin que nadie se diera cuenta y lo había escondido. Terminó de hacer la transcripción y él mismo salió y borró el tablero.
¿Podríamos decir que este niño no era inteligente? Si definimos inteligencia como una capacidad para utilizar la información disponible en función de resolver problemas, deberíamos concluir que fue un acto brillante. Implicaba un proceso de análisis que incluía definición de un problema, evaluación de alternativas y propuesta de solución. Era además un acto ético, pues en ningún momento quiso ocultar su conducta, sino remarcar su derecho a contar con la misma oportunidad que los demás.
El niño de nuestra historia fue castigado por esto. “Atrasaba” a los demás y desafiaba las órdenes de la maestra. A ella solo le interesaba que los niños fueran capaces de copiar el texto en el tiempo en el que lo hacía la mayoría.
Los ritmos del aprendizaje y los contextos
Todos los maestros, y el mismo sistema educativo, pregonan que el aprendizaje es una realidad integral. Implica procesos cognoscitivos y también emocionales, relacionales, simbólicos, etc. Al menos eso es lo que admiten teóricamente. Sin embargo, ¿cuántos maestros toman en cuenta el contexto de vida del niño para establecer en qué condiciones reales está aprendiendo?
En Bogotá (Colombia) se hizo una prueba piloto de aprendizaje en un colegio público, aplicando los métodos pedagógicos de Jean Piaget. Para este pedagogo no era importante el contenido del aprendizaje, sino el proceso mental implicado. Por eso en el colegio piloto se eliminaron las calificaciones, los cursos y las asignaturas. Había un listado de clases y cada niño entraba a la que deseaba. Y nunca era evaluado numéricamente por ello.
Los resultados fueron sorprendentes. Los niños se mostraron muy motivados. Podían asistir a una misma clase varias veces si lo requerían y eran animados a ello. El rendimiento aumentó significativamente y el aprendizaje fue mucho más eficaz. Como no eran aprobados o reprobados, eran más espontáneos a la hora de preguntar por lo que no entendían. Y sentían que el colegio era su lugar favorito. Algo similar ha ocurrido con la llamada “Escuela Milagro” de Barcelona.
Así, antes de patologizar o estigmatizar a un niño indicando que tiene aprendizaje lento, un déficit de atención, un retraso intelctual, etc., deberíamos también hacer un diagnóstico sobre el sistema educativo desde el cual se le está juzgando y etiquetando.
También es conveniente analizar cuál es su contexto. ¿Ocurre algo en su vida familiar o individual que lo pone ansioso o deprimido? ¿Su entorno facilita el aprendizaje? Más allá de las consideraciones neurológicas, todavía tenemos mucho que debatir al respecto.