Autoconciencia corporal: el inicio de muchos sufrimientos
Hay personas que ven a diario a un ser incómodo y desagradable en su espejo. Abundan los adolescentes que solo se sienten bien con su imagen cuando la adornan —distorsionan— con infinitos filtros. Por si esto no fuera ya lo bastante llamativo, aún hay un dato más aterrador: cada vez son más los niños que, con 6 u 8 años, ven infinitos defectos en su apariencia física.
Admitámoslo, si hay un fenómeno común en buena parte de nuestro planeta es ver a millones de personas luchando contra la insatisfacción corporal. En sus mentes parece existir una enorme distancia entre su imagen real y la ideal, esa tan artificiosa como imposible que les conduce a la incomodidad y al progresivo autorrechazo.
No nos extrañará, por tanto, el hecho de que cada vez se diagnostique con mayor frecuencia el trastorno dismórfico corporal. Nos referimos a esa condición en la que el paciente busca de manera compulsiva la perfección, a la vez que es extremadamente crítico con su propio cuerpo. Lo es hasta el punto de ver defectos donde no los hay y de creer habitar en un envoltorio físico perturbador.
Ansiedad, conductas evitativas, obsesiones, miedos… Cuando la mente se encuentra con un cuerpo con el que no sintoniza, los sufrimientos son devastadores. La autoconciencia corporal y la manera en que la construimos tiene una vinculación directa con nuestra salud mental y esto es algo que deberíamos atender desde la infancia.
Los progenitores tienen un impacto directo en el desarrollo de la imagen corporal de sus hijos.
¿Qué es la autoconciencia corporal?
Entendemos la autoconciencia corporal como el proceso por el que el cerebro integra nuestra imagen física para llevar a cabo la construcción del Yo. Esa percepción de cada área física, de nuestro esquema corporal, edifica la sensación de ser quienes somos. Tal artesanía físico-psicológica se integra en el niño desde los 3 años en adelante.
Este concepto es más importante de lo que pensamos. Lo es porque pasamos varios siglos concibiendo al cuerpo como algo separado de la mente. Ese dualismo está arraigado en la clásica teoría de René Descartes del siglo XVII. Algo así hizo que nos costara mucho entender que, a veces, determinadas molestias físicas, por ejemplo, tenían un origen psicológico y no tanto fisiológico.
Además, también originó otro fenómeno que venimos observando desde hace décadas. Un niño no llega al mundo odiando su cuerpo, lo aprende en sociedad y esto afecta de manera devastadora a su salud mental. Tanto es así que, en un estudio llevado a cabo en varias universidades europeas, se puso en evidencia cómo el trastorno dismórfico corporal es cada vez más frecuente entre los jóvenes.
Los niños y adolescentes de entre 10 y 19 años odian cada vez más su cuerpo. Incluso, quienes presentan esta condición, evidencian, a su vez, una comorbilidad psiquiátrica del 71,5 % con autolesiones e intentos de suicidio. La autoconciencia corporal es, a menudo, el inicio de muchos sufrimientos.
Hay trastornos psicológicos que bloquean nuestra autoconciencia corporal, hasta el punto de no sentir como propias determinadas sensaciones corporales y ver defectos físicos que no son reales.
Componentes que integran este tipo de autoconciencia
La autoconciencia corporal está arraigada a nuestro cerebro a través de tres componentes muy concretos. Estos median y nos permiten entender la psicopatología de buena parte de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y del trastorno dismórfico corporal (TDC). Los analizamos a continuación.
- Propiedad física del cuerpo (lo que vemos). Esto puede llamarnos la atención. Hay personas que se ven de manera horrible, defectuosa y hasta del todo desagradable. No importa incluso que sean atractivos. La dismorfofobia puede hacer que aquello que ven en su espejo, no se corresponda con la realidad.
- Interocepción (lo que sentimos). La autoconciencia corporal también se edifica a través de nuestras sensaciones internas, esas que se desencadenan en nuestro interior. Por desconcertante que nos parezca, investigaciones como las realizadas en la Universidad de Rennes, en Francia, nos dicen que las personas con anorexia o trastorno dismórfico corporal, tienen alterada la percepción del hambre fisiológica, de la saciedad, de cómo las emociones se expresan en el propio cuerpo.
- Evaluación cognitiva (lo que pensamos). La idea de quiénes somos se construye también a partir de cómo nos vemos. Aquí, los pensamientos y creencias tienen un gran poder a la hora de construir una imagen saludable y positiva de nosotros mismos.
Cuando nos disociamos de nuestro cuerpo y lo rechazamos, dejamos de comprender cómo nos sentimos y nos vamos desprendiendo del buen manejo de nuestras emociones.
Cuando mente y cuerpo no están en armonía
La autoconciencia corporal se asienta en nuestro cerebro en la infancia y puede deshilacharse en cualquier momento. Porque si mente y cuerpo dejan de estar en armonía, el origen está casi siempre en una tercera variable ajena, extraña y muy lesiva: nuestra cultura. La imagen que tenemos de nosotros mismos puede destruirse por los mensajes que recibimos de nuestro entorno.
La familia suele ser ese primer escenario que inocula en el niño narrativas negativas sobre su esquema corporal. Y esos mensajes tempranos asientan desde el autoconcepto a la autoestima. ¿Y qué podemos decir de la moda, el marketing publicitario y las redes sociales? Nuestros jóvenes se comparan a diario con esas imágenes que reciben de sus aplicaciones de Tik Tok e Instagram.
Las redes sociales son, ahora mismo, el principal enemigo de la autoconciencia corporal saludable en los jóvenes. De este modo, lo que sucede cuando mente y cuerpo no están en armonía, es altamente problemático y conocido por todos. Pero mal atajado por buena parte de nuestra sociedad.
Desligarnos de nuestro cuerpo
Cuando mente y cuerpo no están en sintonía, damos paso a un tipo llamativo de disociación. Lo que sucede es que dejamos de tener el control de nuestras emociones, las suprimimos, no las entendemos, quedamos anclados a su valencia negativa. Solo hay rechazo, crítica, ansiedad persistente y desprecio.
La falta de autoconciencia corporal promueve la falta de autoconciencia emocional y, a su vez, una distorsión del propio Yo. Nuestro cuerpo no es nuestro, renegamos de él, nos distanciamos de este envoltorio físico para quedar encallados en una dimensión de malestar permanente. Y los efectos son inmensos.
¿Qué hacer en estas circunstancias? La responsabilidad es de todos. Vivimos en una sociedad dominada por la tiranía de una belleza imposible, artificial y dominada por la autoexigencia. Nuestro cuerpo no debería ser un enemigo, es parte de nuestro ser y debemos reformular nuestra cultura para evitar que niños de 9 y 10 años dejen de ser ingresados de urgencia en unidades de trastornos alimentarios. Pensemos en ello.
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