Caos sexual, la plaga de nuestros días
La sexualidad es uno de los aspectos que más condiciona y enriquece nuestras vidas. A lo largo de la historia ha sido reprimida, castigada, liberada, criticada e incluso manipulada. En este sentido, actualmente hemos dado paso a una sociedad hipersexualizada e hipócrita en su propaganda: estamos continuamente rodeados de contenido sexual, pero a la hora de la verdad las estadísticas hablan de que la insatisfacción es la triste protagonista.
“Hay tantas sexualidades como personas en el mundo. Pasa lo mismo con las sensibilidades”
-Kevin Johansen-
El rendimiento sexual se nos presenta como la variable determinante que nos hará ser más felices. Cada vez existen más redes y aplicaciones para conocer gente, nunca antes había sido tan fácil. Acumular encuentros sexuales, contar nuestras últimas hazañas con todo detalle y desechar aquello que no nos agrada en una primera impresión ha dejado de ser la excepción para convertirse en norma.
¿Por qué a pesar de tener a nuestro alcance tanta variedad de posibilidades no conseguimos estar satisfechos? La superficialidad y facilidad con la que se nos presenta el mundo sexual y amoroso son parte del problema. Las relaciones se basan cada vez más en dos aspectos: frialdad y ausencia de límites. Por estas razones hemos llegado a ser autómatas que experimentamos “sexo sin sexo”, y todo ello nos está empujando a buscar cambios en los roles e identidades sexuales como un intento desesperado de dar orden a este vacío caótico.
“No se trata de renunciar al sexo, estoy lejos de apelar al puritanismo, pero sí de transformar nuestra relación con él. Intentemos llevarlo más allá de ser sencillamente un acto biológico que responde a impulsos no asimilados…”
-Frida Kahlo-
Sexualidad mecánica
La generación de jóvenes actual es menos activa sexualmente que la de cualquier otra época. ¿Cómo puede darse esta paradoja? Se ha producido una pérdida de atracción y de interés sexual sostenido por la excesiva y continua exposición a ello. Estamos saturados. Nos están llevando a una destrucción de la calidad de las relaciones sexuales, a la incapacidad natural para amar y relacionarnos con los otros.
Hay una peste emocional, una necesidad de control constante y un miedo a la excitación placentera real. Las mujeres hablan de incapacidad de experimentar deseo sexual y 1 de cada 3 mujeres sufre de anorgasmia. Los hombres se tropiezan con problemas de potencia sexual y aumenta el número de eyaculadores precoces.
“El sexo sin amor solo alivia el abismo que existe entre dos seres humanos de forma momentánea”
-Erich Fromm-
¿Qué hay de fondo en todo ello? Una ideología autoritaria y mercantil. Las ideologías se encarnan en las personas, somos una masa sumisa ante el sistema. Convertimos al otro en simple mercancía, en un número más, en un producto intercambiable. Antes venderse era lo peor, ahora lo peor es venderse barato, es decir, en la actualidad lo imperdonable es no formar parte del mercado de la oferta y la demanda sexual. Se castiga no sacar a subasta nuestra cara más deseable, no entrar al juego de encontrar el mejor postor.
Hemos confundido valor y precio. ¿Cómo? arrinconando en un segundo plano nuestros principios y valores y etiquetando a las personas en función de criterios como su imagen o su poder adquisitivo. Necesitamos etiquetar para sentirnos seguros, tendemos a tolerar mal la incertidumbre y las frustraciones y por ello preferimos seleccionar a los demás en base a adjetivos frívolos que simplifiquen y reduzcan el abanico de posibilidades.
Buscamos saciar nuestros caprichos bajo el escudo de “Carpe Diem” y evitamos constantemente la angustia a través de la búsqueda de placer. Con este pretexto reducimos el proceso de elección a dos opciones: me gusta o no me gusta, y con un fugaz movimiento de dedo sobre nuestra pantalla pasamos al siguiente producto.
Conformismo como anestesia
La apariencia de estar eligiendo cuando se es parte del rebaño, la falta de conciencia crítica y de responsabilidad frente a uno mismo y frente al otro nos arroja directos a una pérdida de la personalidad. Anteponemos el mimetismo social a nuestra propia libertad para pasar a formar parte del circo. Necesitamos estar con alguien y nos da igual a qué precio.
Desaparecemos en medio de la gente, elegimos ser uno más con tal de no sentirnos solos. Entre todos hemos montando una fiesta de disfraces en la que nadie muestra sus sentimientos genuinos y este conformismo nos conduce a aceptar relaciones que no nos llenan e incluso a ceder y hacer cosas que realmente no nos apetecen o no estamos seguros de querer hacerlas.
“La recompensa de la conformidad, es que le gustas a todo el mundo, menos a ti mismo”
-Rita Mae Brown-
Tenemos miedo a la libertad. La libertad individual supone tener la capacidad de desvincularse y de elegir si queremos tomar distancia respecto al otro y evitar depender de él, es decir, la libertad individual nos saca del conformismo y nos obliga a responsabilizarnos de nuestras elecciones, nos empuja a elegir según nuestro propio criterio y a conocernos.
Dejar de depositar la responsabilidad en otros es un acto de valentía. Identificar nuestros errores y nuestras distorsiones ayuda a tomar conciencia de las propias acciones y decisiones. La falta de entendimiento con uno mismo y el miedo a escuchar lo que suena dentro de nosotros solo conlleva a maquillar la realidad y a ser cómplices de un sufrimiento silenciado a nivel social. Empecemos por poner orden a nuestro propio caos.
Autenticidad, la pieza clave
Vivimos en el siglo del individualismo. ¿Cómo afrontarlo? Permitirnos conectar con nuestra forma de ser real y con nuestros sentimientos es el primer paso. Enfrentarnos a nuestras luces y nuestras sombras nos facilitará relacionarnos de una manera más auténtica con los demás y a vivir una sexualidad sana y satisfactoria.
La sexualidad nos permite comunicar nuestras emociones y pasiones más íntimas, es una fuente de placer y puede ser expresada de múltiples formas. Está influida por la interacción de diferentes factores: biológicos, psicológicos, sociales y éticos, y precisamente a través de su complejidad podemos mostrar nuestra forma de ser más auténtica.
Una de las características de la sexualidad es la capacidad de vinculación afectiva, es decir, desarrollar y establecer relaciones significativas con otras personas. Tal vez dejando a un lado las formas de relación superficiales, los prejuicios y las etiquetas logremos conocer de manera auténtica y genuina a la otra persona. Construir interacciones más naturales y satisfactorias que nos permitan experimentar y disfrutar de manera más satisfactoria de nuestra sexualidad.