Cinema Paradiso y la magia del cine
Hay películas que unen, que despiertan entusiasmo tanto en la crítica más especializada como en el gran público. Películas que recordamos al cabo del tiempo, por muchos años que pasen; películas que, en definitiva, nos dejan huella. Hoy hablamos de uno de estos largometrajes atemporales que siguen recibiendo elogios décadas después de su estreno: Cinema Paradiso.
Giuseppe Tornatore firma este filme que, en 1988, volvió a demostrar que el cine italiano sigue vivo y es capaz de brillar incluso en los premios Óscar. Infinidad de reconocimientos avalan su éxito, entre los que destacan el Óscar a mejor película de habla no inglesa, el Globo de Oro, 4 BAFTA o el Gran Premio del Jurado en Cannes.
Recientemente, Cinema Paradiso ha vuelto a las salas de cine regalándonos una buena dosis de esperanza en tiempos bastante complejos. A todo este sentimiento nostálgico que evoca la película, hay que sumarle la reciente pérdida del inigualable compositor italiano Ennio Morricone, artífice de la inolvidable banda sonora de la película. En este artículo, repasaremos algunas claves de esta oda al cine y por qué, tantos años después, sigue uniendo al público.
Cine que habla de cine
El arte siempre se ha prestado a la reflexión, es decir, nos podemos encontrar obras que terminan por profundizar o pensar en la propia obra. Algo que, en literatura, por ejemplo, conocemos como metaficción o metaliteratura. En otras palabras, una obra literaria o parte de ella que se plantea cuestiones acerca de su propia naturaleza, del acto de crear la obra o de su forma.
Esto es algo que podemos aplicar también al cine; pues no deja de ser otra forma de arte y, en consecuencia, se pueden plantear reflexiones acerca de su naturaleza desde el propio medio. Existen diversos términos para referirse a este tipo de metaficción cinematográfica y, entre los más difundidos, nos encontramos con “metacine”, “metafílmico” o “metacinematográfico”.
Por tanto, hablamos de cine que habla o reflexiona acerca del cine en sí mismo; de forma general o, de manera más particular, atentiendo a alguna cuestión en general. En esta línea, podemos encontrar largometrajes como 8 e mezzo (Fellini, 1963), Cantando bajo la lluvia (Donen y Kelly, 1952), Ed Wood (Burton, 1994) o incluso Dolor y Gloria (Almodóvar, 2019).
CinemaParadiso es un claro ejemplo de metacine, pues el cine se encuentra omnipresente en todo el largometraje y, de hecho, aparece en diversas formas. El cine se convierte en el hilo conductor, en el nexo de todas las tramas y en uno de los pilares fundamentales de la vida de su protagonista, Totò.
Desde su infancia, el protagonista observa el cine fascinado, siente curiosidad por la labor de Alfredo, el proyeccionista de su pueblo. Con el paso del tiempo, el cine irá adquiriendo mayor relevancia en la vida de Totò hasta que, en edad adulta, se convierta en su profesión, en el centro de su vida.
Cinema Paradiso nos devuelve a aquellos años en los que el cine era un evento, una reunión del pueblo; a aquellos años en los que la censura se dedicaba a cortar los besos o las escenas violentas… Además, atraviesa todas las etapas de transición hasta llegar a un momento, los años 80, en el que las salas de cine debían ser clausuradas. Las nuevas formas de consumo han ido cerrando más y más cines con el paso del tiempo y, además, las nuevas tecnologías han ido modificando algunas profesiones como la del proyeccionista.
De esta manera, el filme supone una reflexión acerca del cine en sí mismo, de aquellos que hacen posible su proyección en las salas y de aquellos que lo disfrutan. Cinema Paradiso reflexiona acerca de lo que evoca el cine, de su evolución y su magia a lo largo del tiempo.
Cinema Paradiso: una sentimental oda al cine
En definitiva, el espectador se encontrará ante una película que hace un repaso por la historia del cine, pero no solo por sus constantes referencias a Charles Chaplin, películas como Lo que el viento se llevó o incluso el cine italiano, sino a la función de esas salas en sí.
Como, en los veranos, se trasladan a espacios abiertos, los problemas derivados de proyectar en dos sesiones y en dos lugares diferentes o incluso a aquellos rollos que se incendiaban si te descuidabas unos instantes.
Cinema Paradiso es un homenaje al público, a ese primer público que no podía creer lo que tenía ante sus ojos, a ese cine que era la única forma de entretenimiento posible y que incluso invitaba a muchos a experimentar el despertar de su sexualidad. Risas y lágrimas del público y una pequeña cabina en la que un proyeccionista analfabeto sabe más de cine que cualquiera en su ciudad.
Todo ello se estructura de forma poética, con una puesta en escena excepcional y acompañado por una banda sonora que, como hemos dicho antes, es inmortal. Ennio Morricone es una referencia, un compositor que nos ha regalado emociones inigualables. Y es que el cine es complejo, requiere de infinidad de profesionales para que todo cobre sentido.
En esta línea, Cinema Paradiso apela al último eslabón de toda esta cadena humana: a esos proyeccionistas que hacen posible el disfrute en las salas y que previamente habían visionado infinidad de películas sin censura para luego mostrar una versión censurada al gran público.
Aunque no hayamos vivido aquella época de esplendor en el cine, Cinema Paradiso nos envuelve con su atmósfera y nos acerca de primera mano a esos visionados. A esa era en la que internet no existía y en la que incluso la televisión era una utopía.
Lo más fascinante es que todo ello se ve acompañado por una historia de fondo, una historia muy humana en la que lejos de ocurrir algo excepcional, todo transcurre con cierta normalidad. Pero el realismo y el detalle con el que Tornatore dibuja a sus personajes y las interpretaciones de sus actores hacen de ellos seres con los que el público no tardará en empatizar.
La relación de Alfredo y Totò será el otro gran hilo conductor, el amor al cine unirá a ambos y alcanzará su mayor expresión a través del momento más trágico del filme: la ceguera de Alfredo. Nada peor para un proyeccionista y amante del cine que perder la vista, por ello, Totò se convertirá en su relevo y, al mismo tiempo, en la vista de Alfredo.
¿Y qué hace un cineasta con nosotros? Contarnos una historia, poner ante nuestros ojos su propio punto de vista, su perspectiva; tal y como Totò hará con Alfredo narrándole aquello que él no puede ver.
De la risa, nos lleva al llanto, a la emoción del cine en estado puro y nos invita a acompañar a Totò en el transcurso de su vida. Nos hace partícipes de su estrecha relación con Alfredo, de su primer amor y de su marcha a la ciudad. Su vuelta a los orígenes supone para Totò un contraste, una vuelta a las emociones y a la nostalgia. Y es ese viaje nostálgico el que precisamente convierte a Cinema Paradiso en una película tan especial.
El cine invita a soñar y lo cierto es que Tornatore nos invita a entrar en esta especie de sueño que es Cinema Paradiso.
En definitiva, una historia sin nada excepcional, pero con un componente sentimental muy elevado. Una oda, una carta de amor al cine y a todos los profesionales que lo hacen posible, un aplauso al público y una reflexión acerca del mismo. Ahora, como Totò, 30 años después volvemos a disfrutar de esta película.
“Hagas lo que hagas, ámalo”.
-Cinema Paradiso-