Cobertura sanitaria universal, un derecho urgente y decisivo
La cobertura sanitaria universal sigue siendo un lujo, algo aislado y puntual en muchos países de nuestro mundo. Algo que debería ser la principal preocupación de todo sistema que se llame a sí mismo avanzado e incluso civilizado. Hablamos de países desarrollados que deberían dar espacio, atención y prioridad a la salud de todos sus ciudadanos, sin tener en cuenta su estatus social o cuenta corriente.
El sistema que elige privatizar sus servicios genera a corto y largo plazo un grave impacto social. Y lo que es más grave, se pierden vidas. Estados Unidos, claro ejemplo de hegemonía económica y una de las principales potencias mundiales, está en la cola de los países que prestan una mayor cobertura sanitaria. Cerca del 25% de la población no puede cubrir el coste de una consulta médica.
La falta de un seguro médico en una familia se traduce en una realidad evidente: la imposibilidad de recibir diagnósticos y tratamientos para enfermedades leves o graves. En muchos casos, la simple rotura de una pierna o dar a luz a un hijo supone casi una ruina económica.
Asimismo, tampoco podemos dejar de lado la realidad de los inmigrantes, de los desplazados por conflictos armados o la simple falta de oportunidades en su país de origen. A día de hoy, la falta de una sanidad universal y gratuita cuesta vidas. En estos momentos, y en un contexto de pandemia, el impacto puede ser devastador. Analicémoslo a continuación.
Cobertura sanitaria universal, la eterna cuenta pendiente
Fue en 1948 cuando se fundó la Organización Mundial de la Salud (OMS). Fue un 7 de abril y, desde entonces, se elige precisamente esta fecha para celebrar el día de la salud. Con ello se intenta destacar esa prioridad que persigue este célebre y necesario organismo: defender el bienestar físico y mental de las personas y promover, por encima de todo, una cobertura sanitaria universal.
¿Qué se ha conseguido desde mediados de los años 50 del siglo XX hasta la actualidad? Evidentemente, se ha logrado mucho y se han consolidado sistemas sanitarios universales y gratuitos en múltiples países. Sin embargo, aún nos existen grandes vacíos y territorios no conquistados en esta materia tan prioritaria. Tanto es así, que la propia OMS nos señala que cerca del 50% de la población mundial carece de acceso a los servicios básicos sanitarios.
Los excluidos de la sanidad, un mundo que abandona a su población
La sanidad no es un lastre y tampoco debería ser un lujo. La asistencia sanitaria es un derecho universal. De ese modo, los países que excluyen a quien tienen menos recursos y seleccionan según país de origen, raza o su religión todavía tienen un largo camino por recorrer.
En países avanzados, donde la cobertura sanitaria universal está restringida, cada distribuidor, aseguradora y hospital impone su ley. La industria farmacéutica no siempre prima el bienestar de las personas ni la total erradicación de determinadas enfermedades. En muchos casos, el único objetivo es crear mercado, favorecer la demanda y competir.
Sin cobertura sanitaria universal todos perdemos
En el día de Mundial de la Salud, las organizaciones sanitarias hacen una advertencia contundente: aquellos países sin cobertura sanitaria universal, el impacto del coronavirus puede ser devastador. Es una evidencia. Si en los países que ya cuentan con este derecho se están viendo colapsados, aquellos en los que los sistemas de salud son focos de desigualdades, van a sufrir de manera intensa.
Son muy pocos los países que están técnica y personalmente preparados para asistir el efecto de una pandemia. En esas potencias grandes o pequeñas, pobres o billonarias que han estado priorizando durante décadas otras áreas estratégicas, van a ver sin duda el efecto de esta desatención. Porque sin una buena sanidad y sin una cobertura universal (y de calidad) todos perdemos.
La sanidad universal es un motor de desarrollo, es un principio de humanidad
La sanidad universal debería ser el pilar de todo sistema social. Lejos de ser esa área a la que limitar el presupuesto o a la que relegar para primar a la sanidad privada, es el principal motor de desarrollo. Velar por su calidad y fortaleza es algo irrenunciable.
Más allá del color político que lidere un país, está la obligación moral, ética y humana de no dejar a nadie atrás. La inversión en sanidad, en tecnologías y recursos eficientes, la capacidad para saber invertir también en investigación y desarrollo, en tratamientos y en prevención revierten de manera directa en toda la sociedad.
Ahora más que nunca es momento de reflexionar sobre este hecho. Las instituciones sanitarias y sus trabajadores no pueden descuidarse, no pueden relegarse a algo secundario. A día de hoy, son el corazón que nos bombea y que erige nuestra esperanza. Aprendamos de lo vivido y procuremos hacerlo mejor en el futuro.