Cómo cambia el cerebro ante un trauma
Un evento traumático tiene el poder de cambiar por completo la vida. Su impacto puede ser tan profundo que puede afectar a todos los planos de quien lo sufre.
Mucho puede decirse sobre el efecto del trauma en la salud física, emocional, en las relaciones interpersonales, pero en esta ocasión nos enfocaremos en los cambios que sufre uno de los órganos más importantes y complejos del cuerpo: el cerebro.
Para empezar, ¿qué es un trauma?
Antes de recorrer las complejas calles neuronales de nuestra mente, es bueno partir de una misma definición de trauma. Piensa que podemos enfrentarnos a un amplio abanico de experiencias difíciles y dolorosas, pero que no todas ellas llegan a considerarse traumáticas. ¿Cuál es la diferencia?
Por norma, para que un suceso se constituya como trauma es necesario que la persona sienta en esas circunstancias que su vida está amenazada. El trauma ocurre porque la exigencia emocional y adaptativa del entorno supera y desborda las herramientas de afrontamiento de la persona. Como la presión que el evento pone sobre la psique de la persona es tan alta, termina ocasionando daños de los que no es sencillo recuperarse.
Puede decirse mucho más al respecto, pero por ahora partamos de esa definición.
¿Qué ocurre en el cerebro cuando se produce el trauma?
Salvando las diferencias, podemos decir que el cerebro es una máquina increíble que ejecuta una gran cantidad de tareas, siendo su principal objetivo garantizar la supervivencia y la integridad del organismo. Para hacerlo, pone en marcha una serie de mecanismos, la activación del sistema nervioso simpático y la secreción de hormonas de estrés que desembocan en una respuesta de huida o de confrontación, todo con el fin de suprimir una amenaza.
Seguramente, bajo determinadas condiciones, habrás sentido cómo tu corazón late muy fuerte. Tu cerebro produce cambios en determinadas variables, como la tensión arterial o la frecuencia cardiaca, que preparan a tu cuerpo para luchar o huir, y así ponerte a salvo. Se trata de una estrategia efectiva que garantiza la supervivencia de los organismos y les lleva a superar grandes amenazas.
El problema surge cuando interpretamos que esa amenaza es demasiado grande para salvarla con las opciones con las que contamos. Este tipo de situaciones son cada vez más frecuentes, pues nuestro estilo de vida en ocasiones hace imposible alejarnos de la fuente de la amenaza, al tiempo que nos expone a experiencias de carga emocional negativa de alta intensidad.
Cuando la amenaza se mantiene, los mecanismos del cerebro también intentan encontrar una salida, consumiendo en el proceso una buena cantidad de energía. A continuación, veremos los cambios orgánicos más significativos que se producen en estas situaciones.
La amígdala cerebral, nuestro centro de operaciones emocional
La amígdala es una estructura cerebral formada por un grupo de neuronas que está ubicada en la parte más profunda de los lóbulos temporales y que cumple la función de procesar reacciones emocionales y contribuir a la creación de recuerdos asociados a dichas reacciones. Se activa al momento de experimentar una emoción y genera aprendizajes que la vinculan con el suceso que la ocasionó.
Gracias a esta estructura, podemos aprender qué situaciones nos producen alegría y cuáles nos causan enfado o alegría. También participa en el procesamiento del miedo y, por lo tanto, es clave en la activación del sistema de respuesta ante una amenaza y la puesta en marcha de la respuesta de huida o lucha.
Cuando una experiencia llega a ser traumática, la respuesta de la amígdala es intensa y sostenida, lo cual hace que la respuesta de miedo sea más fuerte y acaba inundando el aprendizaje emocional relacionado al evento.
El cerebro se volverá más propenso a interpretar el contexto como una amenaza, responderá con mayor intensidad y le restará peso a contenidos emocionales positivos. Aunque el evento traumático ya haya pasado, la amígdala actuará como si la amenaza persistiera. Esto transforma el funcionamiento del cerebro y su relación con el medio.
El hipocampo, un escriba de nuestra memoria
El hipocampo es una estructura cerebral que se encuentra al interior del lóbulo temporal. Como curiosidad, su nombre se lo debe a su forma parecida a un caballito de mar, pero es mucho más interesante que eso. Ha sido ampliamente estudiado para conocer sus funciones exactas y se ha descubierto que tiene un papel crucial en la formación de nuevos recuerdos.
Se ha observado que tras una exposición prolongada a estrés emocional, el volumen del hipocampo puede reducirse, se inhibe la creación de nuevas neuronas y la activación de las ya existentes. El estrés producido por una experiencia traumática puede afectar el correcto funcionamiento de esta importante estructura cerebral, generando problemas a los procesos de aprendizaje y de memoria.
A nivel funcional, un hipocampo comprometido dificulta el almacenamiento de nuevos recuerdos y con ello, aumenta el peso de los recuerdos negativos asociados a la experiencia traumática.
La corteza prefrontal, el piloto de la nave
Se trata de una de las partes más importantes de nuestro cerebro. Dentro de sus funciones se encuentran la planeación, la toma de decisiones, la adaptación a convenciones sociales, la interpretación de información, el control de impulsos, la resolución de problemas, entre otras. Su correcto funcionamiento es esencial para la vida cotidiana, la personalidad y el aprendizaje.
El estrés sostenido, producto de una experiencia traumática, puede reducir el volumen de la corteza prefrontal y el número de interconexiones con otras áreas del cerebro. Esto impacta negativamente en la capacidad para resolver problemas y adaptarse a las exigencias habituales del entorno.
Por si fuera poco, la afectación de la corteza prefrontal aumenta la vulnerabilidad ante otras patologías, como los trastornos de ansiedad, del estado de ánimo y enfermedades degenerativas del cerebro.
Un macabro círculo vicioso
Tal vez ya lo has notado a estas alturas. Los cambios en las tres áreas del cerebro descritas no son independientes entre sí. Es común que las distintas áreas del cerebro cooperen para su funcionamiento, por lo cual el daño en una puede impactar en las funciones de muchas otras.
Los efectos negativos en la corteza prefrontal impide resolver problemas y manejar emociones negativas en forma adaptativa. Esto a su vez aumenta la intensidad de la activación de la amígdala por dichas emociones, e interfiere con la función del hipocampo en el almacenamiento de nuevos recuerdos.
En conjunto, los cambios producidos en el cerebro por causa del trauma pueden dar lugar a síntomas y trastornos graves:
- Insomnio.
- Irritabilidad.
- Problemas de atención.
- Dificultades de aprendizaje.
- Problemas de memoria.
- Ansiedad.
- Falencias en las relaciones interpersonales.
- Reexperimentación de la experiencia traumática.
También pueden ocasionar la aparición de psicopatologías, de las cuales la más evidente es el trastorno por estrés postraumático, pero no se limita solo a él. El compromiso de las estructuras cerebrales por un suceso traumático también puede desembocar en trastornos de ansiedad y del estado de ánimo.
El funcionamiento del cerebro cambia a partir de la experiencia traumática y los efectos negativos pueden continuar afectando las estructuras neuronales. Ante la continua percepción de una amenaza, el cerebro seguirá intentando protegerse, pero al hacerlo terminará causándose más daño. Esto lleva a una conclusión sencilla, pero muy importante a nivel de salud mental y bienestar: el trauma no se arreglará solo.
Una experiencia traumática puede alterar el funcionamiento del cerebro. Al hacerlo puede terminar deteriorando lo que somos y la forma en la que nos relacionamos con los demás.
Al reconocer este tipo de afectación y el peligro que conlleva para nuestro cerebro, es fundamental buscar ayuda. Un tratamiento oportuno puede llevarnos a sobrellevar la experiencia traumática y detener así sus efectos negativos en las estructuras cerebrales. Y gracias a la impresionante plasticidad de nuestro cerebro, podemos guardar grandes esperanzas de una recuperación completa.
Como diría Lisa Simpson, debemos cuidar a nuestro cerebro, pues es el mejor amigo que podemos tener.
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- Sánchez-Navarro, J. P., & Román, F. (2004). Amígdala, corteza prefrontal y especialización hemisférica en la experiencia y expresión emocional. Anales de Psicología/Annals of Psychology, 20(2), 223-240.
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