¿Cómo son las emociones de la felicidad?
Durante décadas, los psicólogos se han centrado en estudiar los aspectos negativos del ser humano, como las patologías o las enfermedades. Sin embargo, en los últimos años la autodenominada “Psicología Positiva” ha profundizado más en las características y cualidades positivas de las personas, como la felicidad.
El sentido del humor, el afecto, la resiliencia, el amor, la armonía o la gratitud son estados psicológicos y emocionales que nos ayudan a conseguir nuestras metas y nos convierten en portadores de emociones positivas. Pero, ¿cuántas y con qué intensidad tenemos que experimentar estas emociones para ser felices?
Emociones positivas: el ingrediente de la felicidad
Algunos autores definen las emociones positivas como aquellas en las que predomina el placer o el bienestar y permiten cultivar fortalezas y virtudes personales. Y ambos aspectos conducen necesariamente a la felicidad.
Sin embargo, categorizar las emociones en positivas o negativas entraña riesgos. Por ejemplo, la tristeza no siempre tiene que tener una connotación tan negativa. Sentir tristeza por la pérdida de un ser querido, además de ser natural, es adaptativo, necesario y explicita la madurez subyacente de la persona. Lo innegable es que, aunque este tipo de emociones no tienen por qué ser dañinas, sí son poco placenteras y experimentarlas con frecuencia nos instala en un estado emocional nada deseado.
¿Cómo definir a una persona feliz?
La felicidad es un estado de ánimo, un estado emocional y un estado mental. Pero, ¿cómo se puede definir a una persona feliz? Para hacerlo se podrían tomar como referencia sus emociones y el grado de placer o displacer que estas causan en ella.
En términos eudaimónicos (“de felicidad”), las personas más felices no son las que experimentan emociones placenteras más intensamente, sino las que tienen emociones positivas con una intensidad moderada de forma frecuente. Los momentos gratificantes de alta intensidad son poco usuales, incluso en las personas más felices. Por ello, la felicidad va unida a un sentimiento de plenitud interna y a un bienestar psicológico.
Si preguntamos a hombres y mujeres de nuestro alrededor si son realmente felices, seguramente nombren acontecimientos concretos que les han llevado a profesar un éxtasis momentáneo. Por ejemplo, el nacimiento de un hijo o un nieto, la compra de una nueva casa o que toque un buen pellizco en la lotería son acontecimientos que se suelen asociar a momentos de alegría, satisfacción y plenitud.
Pero, ¡cuidado! Este tipo de hechos no suceden a menudo. Por ello, basar la felicidad de toda una vida en la esperanza de que ocurran eventos extraordinarios puede concluir en infelicidad.
Hablamos de aquellas personas que atesoran emociones positivas con una intensidad moderada de forma frecuente.
La inconformidad constante nos hace infelices
Buscar lo sublime o lo placentero constantemente y en cualquier aspecto de la vida nos conduce al error, incluso cuando se consiguen los resultados deseados. Las personas que buscan en todo momento “la máxima felicidad o el máximo placer” tienden a cambiar de forma reiterada y compulsiva de pareja o de trabajo y no se involucran en relaciones de amistad duraderas.
Viven siempre en un pensamiento basado en el “no es suficiente” y en un “siempre habrá algo mejor”. Así, es precisamente esa incesante búsqueda de la excelencia y ese inconformismo adictivo el que les desespera y hastía.
No obstante, no se debería confundir la búsqueda de esos momentos puntuales de máximo bienestar con el rechazo a experimentar felicidad. Muchas personas no aceptan tener golpes de fortuna porque piensan que en la vida hay un equilibrio impuesto (“karma“), basado en una ley de causa-efecto, por la que a una fase vital buena inevitablemente le sigue otra de mala suerte.
Algo parecido pasa con las experiencias que causan mucho placer. Haber experimentado un entusiasmo extremo puede ser una desventaja si sirve como punto de referencia con el que comparar otras experiencias positivas. Es decir, algo que a priori es un acontecimiento agradable, puede convertirse en un suceso medio si lo contrastamos con un evento pasado que fue espectacular. En este sentido, tampoco olvidemos que somos herederos de una forma de pensar que asociaba al placer, sobre todo cuando era muy alto, con el pecado.
Las mujeres son más emotivas que los hombres
Entre hombres y mujeres también hay diferencias en la expresión y experimentación de emociones. Numerosas investigaciones han demostrado que las mujeres experimentan más emociones: mayor frecuencia e intensidad que ellos. Entre las de valencia negativa, ellas suelen tender a sentir más miedo y tristeza que ellos.
Es interesante analizar cómo muchas de las discusiones de pareja están relacionadas con quejas que tienen del otro uno y otro sexo. Los tópicos giran en torno a que los hombres no expresan sus emociones lo suficiente y que las mujeres son demasiado emotivas: “es imposible que te entienda si no me dices lo que sientes” o “no es para tanto, eres demasiado sensible”.
Por eso, saber que los hombres no expresan sus emociones debido a que literalmente no las experimentan con tanta frecuencia o intensidad como las mujeres puede acercar posturas entre ambos géneros, ayudar a un mutuo entendimiento y a solucionar diferentes aspectos de sus conflictos.
Cómo mantener la felicidad
Cuando alcanzamos un objetivo, sentimos satisfacción; pero si no sabemos manejarla, además de inmediata y momentánea, se puede desvanecer a una tremenda velocidad. Por ejemplo, la alegría de haber conseguido un aumento de sueldo puede verse relegada a un segundo plano si le damos más importancia y nos malhumoramos al tardar mucho en encontrar aparcamiento para el coche.
Para poder alcanzar la felicidad y mantener un ritmo adecuado de emociones de intensidad moderada, hay que darle a cada suceso su debida importancia. La mesura, el equilibrio, la prudencia y la relativización son aspectos clave para poder gestionar adecuadamente nuestros sentimientos.