Crianza y amor, dos palabras que recorren el mundo de la mano
La crianza y la construcción de la familia son dos de los retos más maravillosos y mágicos que puede presentarnos la vida. ¿Por qué? Porque desde el primer momento los hijos se convierten en el mayor tesoro de los padres, en su lugar en el mundo, su hogar, su rincón, su todo.
Criar y amar son dos verbos que recorren el mundo de la mano, pues la gran mayoría de los padres, desde el cariño más profundo e incondicional, comparten sus pensamientos y emociones con sus hijos, redescubren la vida, exploran el mundo y ayudan a evolucionar a la familia como un núcleo de nobles valores.
Lo justo es entonces destacar que ser padres no es fácil, pues a pesar de que la aventura de la crianza acerca a las personas al mundo real y les pone los pies en la tierra, en realidad educar en el amor y en los valores positivos es una de las tareas más colosales que existen.
“Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida.
Sin embargo… en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella
del camino enseñado”.-Madre Teresa de Calcuta-
La familia, la cuna de la educación emocional
Nuestras luces y nuestras sombras se proyectan de manera individual en el seno de las condiciones familiares que propician nuestro desarrollo. Acertada es, pues, la expresión de Kaye cuando afirma que “el niño es colocado por el sistema familiar en el que nace en la posición de aprendiz del sistema; por eso podemos preguntarnos cuáles son esas características de los sistemas familiares que facilitarán o dificultarán que el aprendiz llegue a ser un adulto capaz de evolucionar permanentemente o ciego ante esta posibilidad”.
Ser padres suele ser inherente a la inquietud y a la necesidad de aprender a desempeñar nuestros roles de la mejor manera posible. Esto implica que debemos potenciar nuestras habilidades comunicativas y personales en relación a nuestros roles como padres y como personas. Esta confluencia requiere, por tanto, que nos acerquemos a la educación emocional desde el primer momento.
La educación emocional comienza desde el nacimiento, pues el modo en el que los padres vehiculan su afecto, expectativas y creencias sobre el niño resulta determinante para el desarrollo del niño. Concretamente los primeros años de vida resultan determinantes por varias razones:
- En los dos primeros años de vida la influencia más destacable en un niño se corresponde con el establecimiento de un marco de seguridad básico, que al fin y al cabo se transmite por medio del contacto físico y afectivo con el niño.
- A partir de los dos años entra a formar parte de la educación emocional un aspecto clave: el lenguaje. Su aparición y evolución permiten poner palabras a comportamientos, modos de ser, de sentir y de pensar. Este hito configura, sin duda, un antes y un después.
- Es en este momento en el que los niños se hacen expertos exploradores emocionales y buscan constantemente las atribuciones de sus padres en modo de aprobación, lo cual les hace ordenar, entender, predecir y tratar con el mundo y consigo mismos.
Los 5 pilares fundamentales de la educación emocional
Para realizar una correcta inversión emocional de la educación e nuestros niños debemos atender a, al menos, cinco pilares fundamentales:
- El acompañamiento a través de las palabras y los hechos: comunicarnos de manera correcta, sincera y emocional con nuestra familia es uno de los soportes claves a la hora de sostener buenas relaciones con los hijos, sean estos niños o vayan ya camino de la adultez. En este punto es fundamental ser coherentes y analizar nuestras actuaciones.
- El autoconocimiento emocional: si queremos cautivar a los hijos a través de las emociones debemos constituir un reflejo de un buen ajuste emocional, lo cual solo lo conseguiremos si tenemos claro qué emociones son sanas y qué emociones son insanas, partiendo siempre de la base de que hay que ofrecerles recursos para una buena comprensión y manejo.
- Manejar nuestras emociones: ser conscientes de nuestros pensamientos, plantear de manera asertiva los desencuentros, crear en familia y manejar correctamente las tensiones y el estrés son los cimientos de la inteligencia emocional que sostiene una familia sana y feliz.
- La serenidad en la comunicación, la base de la conciliación familiar: la confianza y la conciliación nos permite reconocernos como familia dentro de la propia diversidad. Por eso debemos reforzar nuestras habilidades comunicativas empáticas e interpersonales, las cuales nos permitirán resolver de manera adecuada problemas y conflictos diversos.
- Fomentar la inquietud por conocer el universo de las emociones: la exploración y la curiosidad es el pilar base de toda buena educación. Asimismo, a través de la exploración y el heteroconocimiento reforzamos los pilares que sostienen una mente libre de prejuicios y estereotipos.
- El respeto y la validación emocional: debemos tener claro que, tal y como Carl R. Rogers escribió en su libro “El proceso de convertirse en persona”, desconocemos la tremenda presión que ejercemos sobre las personas que queremos para que tengan los mismos sentimientos que nosotros. O sea que a menudo con nuestra forma de hablar y actuar parece que decimos “si quieres que te ame debes sentir igual que yo. Si yo siento que tu conducta es mala, debes sentir lo mismo; si opino que cierta meta es deseable, debes sentir lo mismo”.
No existen padres perfectos, pero hay muchas maneras de ser buenos padres
Ser los padres perfectos las 24 horas del día durante los 365 días del año es una tarea titánica. Por eso en este sentido debemos ser cabales y admitir que no todo es maravilloso y que no existe un prototipo ideal por el que podamos guiarnos.
Así, por experiencia directa o indirecta, todos sabemos que lo importante sobre los padres no es que sean personas con imperfecciones e inseguridades, sino que como tal brinden a los hijos la posibilidad de vivir en un mundo equilibrado, enriquecedor y emocionalmente inteligente.
Para eso no existe una fórmula mágica pero sí que hay un ingrediente que comparten todos los buenos principios educativos: el amor infinito. Este sentimiento es el que agiganta día a día la labor de crianza y garantiza que los padres sean capaces de ofrecer la mejor versión de sí mismos como educadores.
Ilustraciones cortesía de Claudia Tremblay y Víctor Rivas Fernández.