Dejar todo para el último momento y disfrutar de esa adrenalina
Dejar todo para el último momento a veces se convierte en toda una forma de vida. Quienes son así, por más que intenten organizar su tiempo y actuar de otra manera, no lo consiguen. Se organizan por unos días, pero luego vuelven a la misma dinámica.
Los que acostumbran a dejar todo para el último momento son personas que viven al límite. Hay básicamente dos maneras de enfocarlo. Por un lado están los procrastinadores, que compulsivamente posponen lo que deben hacer o nunca lo completan. Por otro lado están los adictos a la adrenalina, que, de alguna manera, disfrutan de sentir que el tiempo se les echa encima.
En ambos casos se trata de una conducta que afecta la vida de las personas, a veces de manera grave. No siempre se logra controlar la situación y las consecuencias podrían ser onerosas. Eso sin contar con que la vida se les vuelve un caos: dejar todo para el último momento contribuye al desorden mental e impide sacar provecho del tiempo.
“Cuando tienes que escalar una montaña, no pienses que esperando se hará más pequeña”.
-Vox Populi-
Dejar todo para el último momento y la adrenalina
Se dice que una persona es adicta al peligro cuando deliberadamente busca situaciones que pongan en riesgo su integridad o su tranquilidad. Cuando hablamos de ellos pensamos en quienes practican deportes extremos o realizan trabajos peligrosos. Sin embargo, quienes acostumbran a dejar todo para el último momento a veces también pertenecen a este grupo.
Aparentemente, ponerse al límite es algo que les genera placer. Caminar por el borde del abismo y no caer, pero sentir en la piel el riesgo del vacío. En algunos de ellos esto es compulsivo. Es decir, que no pueden evitar actuar así reiterativamente. Disfrutan al sentir que pueden mantener el control en situaciones extremas.
Hay que anotar que bajo esos estados de riesgo extremo se produce una importante segregación de adrenalina. A su vez, la producción de adrenalina estimula la secreción de dopamina. Esta última es una sustancia que produce una sensación de gran bienestar anímico. Se experimenta un estado muy agradable. Por lo tanto, ponerse en riesgo deliberadamente, si se termina sorteando, genera una sensación de satisfacción muy grande.
Algunas de las personas que adquieren el hábito de dejar todo para el último momento son adictas a la adrenalina. Sienten que funcionan mejor cuando están al límite, pues terminan con una gran satisfacción por haber vencido el riesgo. También por haber experimentado un aumento de dopamina.
Los que procrastinan
Otras personas adquieren la costumbre de dejar todo para el último momento porque tienen la tendencia a posponer, también deliberadamente, sus compromisos y tareas. Se trata de sujetos que cuentan con más tiempo del necesario para hacer lo que deben hacer, pero deciden que solo lo harán cuando ya no quede más tiempo que el que realmente necesitan. Incluso, asumen el riesgo de no hacerlo jamás, si finalmente calculan mal y no llegan a tiempo.
No se trata de personas perezosas o negligentes. Simplemente incorporan ese estilo de comportamiento a su forma de vida y les resulta básicamente imposible hacerlo de otro modo. Se sienten ansiosos, estresados y avergonzados al posponer sus compromisos. Sin embargo, no pueden evitarlo. Si logran finalmente cumplir, quedan tan agotados que posponen lo que sigue. Y vuelve a comenzar el ciclo.
Los procrastinadores calculan el tiempo. No es distracción ni descuido. Tienen perfectamente identificado cuál es ese momento en el que el tiempo necesario y el tiempo disponible queda ajustado. De hecho, se atormentan pensando en lo que deben hacer. No lo pierden de vista, sino que lo tienen presente. Simplemente esperan a “sentirse mejor” para hacer lo que deben. Al final ese momento nunca llega y es el final del plazo el que hace que se pongan manos a la obra.
Las consecuencias de este tipo de comportamientos
Tanto en el caso de las personas que acostumbran a dejar todo para el último momento por su afición a la adrenalina, como en el caso de los procrastinadores, las consecuencias, tarde o temprano, suelen ser muy negativas. No siempre se logra cumplir con lo pactado y esto genera caos y dificultad para organizar sus vidas.
En el caso de los adictos a la adrenalina, lo que prima es una angustia no expresada. Las conductas de riesgo son una manera de encubrir ese conflicto no resuelto que provoca ansiedad. El peligro solo ayuda a disipar esa sensación interna.
Muchos procrastinadores, por su parte, son personas altamente inseguras. Temen que su desempeño no sea adecuado y por eso posponen el momento de hacer lo que deben. Esto, además, les provee un buen argumento si las cosas salen mal. “Es que lo hice con prisa y bajo mucha presión”, dicen.
En los dos casos se trata de conductas problemáticas porque no solo desorganizan sus vidas, sino que esta forma de proceder hace que los demás no confíen en ellos. También disminuye la posibilidad de obtener los mejores resultados y es más improbable que saquen adelante tareas complejas que exijan continuidad y constancia.