El dilema de Collingridge o cómo sortear las tecnologías
El dilema de Collingridge tiene más vigencia hoy que nunca, aunque fue propuesto por David Collingridge en 1980. Él era un académico de la Universidad de Aston, en el Reino Unido, y publicó un libro llamado The Social Control of Technology en el que expuso este interesante concepto.
Para comprender lo que plantea el dilema de Collingridge hay que tomar en cuenta el hecho de que cada cambio tecnológico trae consigo un avance, pero en muchos casos también plantea problemas de otro orden. Por ejemplo, los medios audiovisuales trajeron nuevas posibilidades para el aprendizaje y el entretenimiento, pero a la vez redujeron el interés en la lectura.
Lo mismo ocurre con prácticamente todas las innovaciones: aportan algo positivo, pero potencialmente también son capaces de generar problemas. El punto es que la tecnología es irreversible, de modo que, una vez introducido un invento, cada vez resulta más difícil echar para atrás, incluso si sus consecuencias son graves. Eso es precisamente lo que plantea el dilema de Collingridge.
“Cuando el cambio es fácil, su necesidad no puede ser anticipada; cuando la necesidad de cambio es aparente, el cambio ya se ha vuelto caro, difícil y laborioso”.
-David Collingridge-
La innovación y sus consecuencias
Muchos parten de la idea de que cualquier innovación debe ser adoptada de inmediato, si cumple con el cometido de hacer que algo sea más sencillo, más rápido, más barato, más eficiente o de mayor calidad. Aparentemente, no hay mucho que discutir al respecto y, por lo mismo, lo que se ha visto en el mundo es eso: la adopción indiscriminada de las tecnologías.
El dilema de Collingridge es un llamado a pensar este aspecto con más detenimiento, en especial en una época como la nuestra, en la que la innovación es continua y significativa. Hay que ver cómo el simple control remoto de la televisión ha contribuido al sedentarismo y las pequeñas y grandes consecuencias que esto ha traído.
Nadie niega la utilidad de un teléfono móvil, pero tampoco nadie puede negar el potencial adictivo de estos dispositivos y las consecuencias negativas que pueden derivarse de un mal uso. Así mismo, tanta virtualidad está precarizando las relaciones humanas y reduciendo el número de experiencias que tenemos cara a cara, aunque al mismo tiempo nos haya solucionado problemas de distancia, desplazamiento y velocidad.
Innovaciones peligrosas
Todavía no conocemos con precisión las consecuencias que puede tener el uso de computadoras y teléfonos móviles a largo plazo. Son inventos demasiado recientes como para conocer con precisión sus efectos a largo plazo. Sin embargo, los verdaderos peligros de las innovaciones se concentran más en otros terrenos, como la biotecnología y las neurociencias, entre otros.
¿Qué consecuencias ha tenido y tendrá hacia el futuro la clonación humana? ¿La inteligencia artificial llegará a superar a la inteligencia humana? ¿Qué implicaciones puede tener esto? ¿Avanzamos hacia un mundo en el que los robots se convertirán en nuestros “partners” y, de este modo, podremos diseñar amores y amigos a voluntad?
El tema de la privacidad también genera agudas polémicas, ya que poco a poco resulta más claro que vivimos en un mundo en el que lo privado es cada vez más escaso. El dilema de Collingridge llama la atención sobre esto y advierte sobre el hecho de que, una vez insertada una tecnología, será muy difícil dar marcha atrás.
Los dos caminos ante la innovación
Lo que plantea el dilema de Collingridge es que frente a una innovación hay dos caminos. Uno de ellos es analizar cada innovación, tratando de anticiparnos a sus posibles consecuencias negativas. De este modo, podrán evitarse grandes males. La otra alternativa es dejar que el invento siga su curso y luego ir sorteando sus consecuencias a medida que se presenten.
Frente a este dilema, la mayoría de los científicos se han pronunciado esgrimiendo lo que se conoce como el “principio de precaución”. Este señala que si las consecuencias potenciales de un invento pueden ser catastróficas, se debe restringir o incluso detener su avance, hasta que la evidencia científica no constate que ese peligro no existe.
La gran pregunta es si todos los científicos se adhieren a ese principio y es imposible saberlo. En la actualidad, existe la posibilidad objetiva de que se desarrollen medios para controlar la mente de las personas a distancia o construir una raza superior en un laboratorio. ¿Se detendrán quienes tienen bajo su responsabilidad esos avances? Queda la duda.
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- Úriz Pemán, M. J., & Idareta Goldaracena, F. (2018). La ética en las intervenciones sociales: algunos modelos de resolución de dilemas éticos. Aldaba, (42), 39–50. https://doi.org/10.5944/aldaba.42.2017.20807