Edith Eger, la inspiradora historia de una psicóloga superviviente
Edith Eger le debe buena parte de su fama a La bailarina de Auschwitz, obra publicada en 2017. En ella narra la batalla que tuvo que librar, primero para sobrevivir a los campos de concentración nazis y luego para gestionar los recuerdos de una manera que no terminarán con su salud mental.
Fue precisamente esa lucha por dejar de ser una víctima de la tragedia lo que la llevó a convertirse en psicóloga y especializarse en el trastorno de estrés postraumático. Nadie mejor que ella comprende el peso de una experiencia traumática en la vida.
Como parte de su proceso de sanación, Edith Eger escribió el libro por el que es más reconocida. Hoy en día, Edith Eger está convencida de que las experiencias trágicas difícilmente dejan de tener influencia sobre el presente. Para ella lo que sí está en nuestra mano es construir un relato con estos recuerdos que no nos impida seguir viviendo. Lo recomendable es renunciar a portar la herida, bien sea como una vergüenza o como un pretexto.
“Cuando eres una víctima siempre vas a encontrar a tu victimario. Después no tienes responsabilidad, porque obviamente vas a culpar a alguien”.
-Edith Eger-
La vida de Edith Eger
Edith Eger nació en Košice, una población que en la actualidad pertenece a Hungría, pero que cuando nació pertenecía a Checoslovaquia. Sus padres, Lajos e Ilona, eran judíos. Sus dos hermanas mayores, Clara y Magda, eran músicas de talento. De hecho, Edith ha confesado que se sintió inferior a ellas durante mucho tiempo.
Desde muy pequeña se inclinó por la danza y descubrió que solo bailando se sentía ella misma. Al mismo tiempo practicó gimnasia y fue seleccionada para formar parte del equipo olímpico que representaría a su país. Sin embargo, en 1942 se promulgaron varias leyes antijudías y fue sacada del grupo. Comenzó así una fuerte persecución.
Su hermana mayor, Clara, fue escondida por su profesor de música. Mientras tanto, el resto de la familia fue enviada a un gueto. Se cuenta que tuvieron que vivir en una fábrica de ladrillos junto con otras 12 000 personas. Poco tiempo después, ella, su madre y su hermana Magda fueron enviadas al campo de concentración de Auschwitz.
La bailarina de Auschwitz
Cuando llegaron al campo de concentración, las jóvenes fueron separadas de su madre, que moriría poco después en una cámara de gas. Esa misma noche, el famoso doctor Mengele le pidió a Edith Eger que bailara para él.
Llena de dolor, recordó una frase que su madre siempre le repetía: “recuerda que nadie puede quitarte lo que pones en tu mente”. Esas palabras le permitieron bailar El Danubio azul con gracia, en homenaje a su madre. Al final, los nazis le dieron una pieza de pan como compensación al espectáculo. Ella compartió su alimento con las otras jóvenes que estaban en las barracas donde dormían.
Ella y su hermana pasaron por varios campos de concentración. También fue enviada a una de las famosas “marchas de la muerte”. En una de ellas, tan agotada y enferma, se desmayó. Una de las jóvenes que también marchaba, la reconoció. Al hacerlo, encabezó una iniciativa a la que varias de sus compañeras se unieron: la de cargarla entre todas para que pudiera alcanzar el destino final.
Así llegaron al campo de Mauthausen, donde había tanta hambre que Edith Eger y su hermana tuvieron que llegar a comer pasto. En 1945 fueron liberadas. Ella tenía la espalda rota, tifoidea, neumonía, pleuresía y pesaba 32 kg.
Una superviviente
Era tan grave el estado de Edith Eger que apilaron su cuerpo junto a los cadáveres del campo. Sin embargo, un soldado se percató de que movía una mano. La rescató e hizo que recibiera atención médica. Así le salvó la vida. Luego fue a Checoslovaquia, desde donde volaría a Estados Unidos.
En principio, optó por ocultar su historia. Por casualidad, un conocido se le acercó una tarde y le regaló un libro: El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl. Edith Eger se resistió a leerlo porque se resistía a abrir la herida. Sin embargo, la curiosidad venció a su actitud evasiva. Al terminar el libro, buscó al autor, y después de largas conversaciones cimentaron lo que sería una bonita amistad.
Además, su historia fue un estímulo para que terminara estudiando Psicología, llegándose a doctorar. En su afán de conocimiento siempre estuvo la meta última de poder ayudar a los demás; especialmente a aquellos, que como ella, habían pasado por una experiencia traumática.
Su más reciente obra es En Auschwitz no había Prozac, de 2020. Hoy tiene 94 años y siente que ha tenido una vida plena.
Imagen principal de Semper Fi & American´s Fund
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- Eger, E. E. (2017). The choice: Embrace the possible. Simon and Schuster.
- Freire, J. B. (2002). Acerca del hombre en Víktor Frankl. Barcelona: Herder, 2002.
- Morrison, A. P., Iniciativa, P., Orange, S., & Velasco, V. (2005). Sobre la vergüenza. Consideraciones y revisiones. Congreso Internacional sobre la Vergüenza. Febrero, 2005. Aperturas psicoanalíticas, 20.