Educar con sentido común
Ser un buen educador no es una tarea nada fácil. Educar no es algo que te enseñen en la escuela ni que aprendas en la vida, sino que tienes que enfrentarte a ello cuando te toca el turno de ser padre o madre.
Tampoco los niños vienen con un manual de instrucciones en el que se exponga qué hay que hacer en ciertas situaciones o cómo podemos actuar cuando están ansiosos, airados o tristes. Lo que normalmente sucede es que tendemos a repetir lo que hemos visto en nuestras casas toda la vida y pensamos que como nuestros padres nos educaron así, eso es lo correcto.
Desafortunadamente no siempre es correcta la forma de educar que nuestros padres tuvieron, más a sabiendas de que los tiempos van cambiando y, como padres, hemos de ir adaptándonos.
Maneras de educar
Existen muchas formas de educar, pero con el objetivo de proporcionaros una visión general de las mismas, podríamos más o menos categorizarlas en tres grupos:
Educación autoritaria o controladora
Suelen utilizar la educación autoritaria aquellos padres cuyo pensamiento es “la letra con sangre entra”, es decir, que usando el miedo y la intimidación, los niños serán obedientes. Es cierto que la educación autoritaria puede hacer que los niños obedezcan, pero siempre desde el miedo, lo que hará que el niño no comprenda el porqué de los límites y las normas. Además, les enseñaremos que con agresividad se solucionan los problemas.
Serán niños con una autoestima muy baja, que se sentirán poco aceptados por sus padres. En muchos casos, acaban convirtiéndose en personas agresivas y ansiosas que acaban siendo rechazadas por su comportamiento.
Educación permisiva
Todo los contrario a la anterior. Educar de manera permisiva significa que los padres proveen mucho amor y cariño a sus hijos, pero no son capaces de marcar límites claros, si no que confunden al niño con normas difusas que al final no son cumplidas porque ellos mismos acaban cediendo.
Sobreprotegen al niño por su propio miedo a que al niño le pueda ocurrir algo, por lo que no le ayudan a desarrollar sus capacidades, a ser responsables y a madurar.
De la misma forma que en el caso anterior, los niños educados de manera permisiva tienen muy baja autoestima porque no se sienten capaces de solucionar sus propios problemas sin ayuda de nadie.
Educación democrática
La educación democrática es la que usa el sentido común. Tiene en cuenta el hecho de que los niños no vienen al mundo sabiendo como este funciona, si no que hay que explicárselo. Las normas y los límites no están ahí “por que lo digo yo que para eso soy tu padre”, sino que tienen una lógica y un porqué que el niño tienen que interiorizar.
En la educación democrática no se grita ni se le agrede al niño porque eso no educa ni enseña absolutamente nada, si no que se dialoga con él hasta que lo entiende todo. Se le da la oportunidad de fallar y de reparar su error, se le acepta incondicionalmente como ser humano y se le brinda un profundo amor, pero sin sobreprotegerlo.
Algunas técnicas para ser educadores democráticos
Como hemos dicho, ser padres democráticos implica que el diálogo, la aceptación incondicional y el respeto al niño están por encima de todo y que nosotros, como adultos, somos lo que tenemos que autocontrolarnos, aunque sea difícil en muchos casos. Algunas técnicas que puedes empezar a usar con tu hijo pueden ser:
El castigo negativo
El castigo negativo consiste en retirarle al niño una fuente de placer o felicidad si incumple alguna norma o rebasa un límite que hemos marcado. Por ejemplo, si nuestro hijo tenía que recoger su habitación y no lo ha hecho, hemos de quitarle algo que sea muy apetitivo para él (un juguete, su programa de televisión favorito, salir al parque, etc…).
Lo más importante de esta técnica no es la técnica en sí, sino cómo la llevamos a cabo. De nada sirve hacer un castigo negativo si le gritamos al niño y le amenazamos, porque se pondrá más nervioso y no lo entenderá. Hay que hacerlo de forma serena, sin alterarnos, como algo normal que tiene que aprender: en la vida hay consecuencias cuando incumples ciertas normas.
El refuerzo positivo
Al igual que usamos el castigo negativo cuando hay una mala conducta, hemos de premiar las conductas correctas. Nunca debe haber castigo sin refuerzo y al revés. Si el niño ha cumplido una norma o ha hecho algo apropiado, siempre debemos recompensarlo. Es más importante que nos acordemos antes de premiar que de castigar.
El refuerzo positivo hará que su motivación no decaiga y continúe comportándose correctamente. Podemos hacerlo mediante un sistema de economía de fichas si es pequeño, consiguiendo puntos por cada conducta correcta y luego canjeándolos por premios o bien mediante halagos, abrazos y felicitaciones si es más mayor.
Sobrecorreción
La sobrecorreción se aplica cuando el niño ha llevado a cabo una conducta inapropiada y queremos que repare su error y aprenda algo nuevo. Por ejemplo, si ha tirado toda la comida al suelo, tendrá que recoger esa comida y además ayudar a mamá y a papá a limpiar toda la cocina (platos, mesa, suelo…)
Exposición con asociación para los miedos
Si somos muy sobreprotectores con nuestros hijos, los haremos miedosos y esto no es nada positivo. Para ayudarles a vencer los miedos, tenemos que enseñarles a enfrentarlos. Para que les sea más fácil, podemos asociar esos miedos a cosas divertidas.
Por ejemplo, si nuestro hijo tiene miedo a la oscuridad y no puede dormir solo, jugaremos con el al cuarto oscuro, escondiendo una chocolatina en el cuarto que el debe encontrar mientras mamá y papá le esperan fuera y le dan pistas. El niño asocia la oscuridad a jugar, algo apetitivo para ellos, mientras se va enfrentando y observa que no ocurre nada malo.
Estas son algunas técnicas que puedes comenzar a emplear para educar, pero lo más importante siempre es el cómo se realizan: siempre desde el amor y la aceptación, con mucha paciencia, al ritmo del niño y controlando nuestras emociones.