El bullying del que nadie habla: padres que colonizan la escuela
En la actualidad la realidad del acoso escolar o el bullying se está haciendo cada vez más visible gracias a voces valientes, a miradas que se niegan a adoptar una actitud pasiva y a víctimas de este gran problema social que están comprendiendo que las personas que lo sufren no tienen porqué sentirse avergonzadas o estigmatizadas.
Es difícil combatir el bullying en una estructura socioeconómica que fomenta al alza valores disfuncionales y dañinos; unos valores que por otro lado suelen ser la coartada perfecta de la parte que que acosa.
Solo hace falta dar un repaso a la sección de deportes, espectáculos, programas de televisión, videojuegos o series para entender por qué el problema está instalado y cronificado. Pero hay una señal de alivio y es muy poderosa: por fin estamos hablando de ello.
Las “partes” implicadas: un todo que refleja nuestra sociedad
El acosador es justificado por ciertas virtudes que se asemejan con el éxito y el carisma; el acosado es estigmatizado y apartado por su peculiaridad o simplemente porque cumple la función de chivo expiatorio que exime a los demás de recibir agresiones.
La parte espectadora, las filas más ocupadas y densas, se niegan a implicarse en un conflicto que no sienten como suyo ya que la sociedad les inculca que eso es poco “rentable”; “pragmático” e incluso contraproducente.
Si queremos que el bullying sea detectado y tratado, no podemos quedarnos en la superficie, como espectadores ni como receptores de denuncias de este tipo de acoso (ni de ninguno). El acoso y el maltrato va mucho más que los golpes o las burlas.
A veces, el acosador es un fiel reflejo de lo que se fomenta en nuestro medio: el rechazo de la excelencia, la anulación de la diversidad. La exclusión de la originalidad. Se elige un blanco vulnerable, sin privilegios. Además, no solo es el blanco de la ira sino la consecuencia evidente de un fallo de todos para detectarlo a tiempo.
El mercantilismo y el falso concepto de éxito como origen del bullying más actual
El bullying, tal y como lo entendemos ahora, ha sido durante años una cuestión tabú. Ahora es la adhesión a la new-age de la psicología y la pedagogía influenciada por una competitividad salvaje. Se obvia todo lo molesto, se mercantilizan todos los recursos de las escuelas, se echan balones fuera si cierto grupo de niños no se adapta.
Podemos ver como se enseñan a los niños varios idiomas no por la riqueza cultural, sino por la riqueza material que un día obtendrán. Cada vez se profundiza menos en materias como filosofía. Se les enseña y se les prepara para ganar, cuando ni tan siquiera saben convivir.
No se les habla de otras realidades y se trabaja la empatía, lo que podría prevenir muchos de estos casos de acoso. Esto no es pintar una realidad demasiado oscura, es remarcar que el avance de los recursos no está yendo a la par de grandes avances educativos. A veces esto no solo tiene relación con tener un 10 en los deberes, si tienes un 0 en educación.
Si no queremos acoso, si queremos igualdad y si queremos educación podemos conseguirlo. La condición indispensable para llegar a pintar una realidad cálida y confortable es saber cómo abona el campo para evitar el acoso. No hay una varita mágica para ello, hay que trabajarlo día a día, conjuntamente. Crear conciencia y no indiferencia.
Los padres colonizadores del espacio escolar: un bullying actual del que nadie habla
Tenemos que ser capaces de detectar qué puntos en común siempre existirán en el bullying pero como se pueden camuflar entre nuevas conductas, lo que incluye a padres, profesores y alumnado. En los últimos tiempos, la sobreprotección a la par que la delegación absoluta a los centros escolares de una instrucción que compete a los padres está provocando serios problemas de disciplina en las aulas.
Existe una confusión entre roles y deseos en muchos padres actuales. Por un lado, desean que sus hijas e hijos permanezcan más tiempo realizando actividades fuera de casa. Por otro lado, sin implicarse, pretenden tener una autoridad total sobre todos aquellos profesionales que trabajan con sus hijos.
El problema de la educación actual es que no ha habido una transición progresiva y óptima entre los antiguos modelos educativos, obsoletos y autoritarios, a otros modelos cooperativos y democráticos que no arrebaten autoridad a los profesionales educativos.
Esto afecta a la educación en general, pero muy en particular al problema del bullying. ¿Cómo pueden denunciar los profesores o psicólogos escolares una situación de abuso cuando sus competencias son cuestionadas de forma sistemática por los padres y luego por los propios alumnos?
Existe una cierta desnaturalización del desarrollo escolar de muchos niños en la actualidad, lo que provoca mayor dificultad para poder detectar casos de bullying . Cada vez más actividades se realizan en el ámbito del espacio del colegio. Celebraciones y cumpleaños que deberían ser una celebración para todos, pero en las que algunos niños empiezan a verse excluidos por decisión de los progenitores de otros alumnos.
Rencillas entre adultos que se proyectan en un espacio común. Otros padres son espectadores pero se niegan a tomar partido. Los profesores no cuentan con colaboradores y datos fiables para cambiar la dinámica de la situación. Los niños y niñas ven reforzadas conductas de exclusión. El bullying de los niños en las aulas fomentado por los padres con sus actitudes.
Muchos adultos empiezan a comportarse como “niños”. Cuestionan a los profesores sitemáticamente, niegan cualquier comportamiento erróneo de sus hijos. Estigmatizan el comportamiento de otros niños, amplifican y airean cualquier rencilla entre dos niños antes que optar por un diálogo. Ese también es un bullying silencioso, del que nadie habla.
No dejemos que el bullying adopte nuevas formas
Pero existe una alegría: se detectó el “antiguo” bullying y ahora estamos intentando concienciar y erradicar. No dejemos que adopte nuevas formas y se nutra de nuevas raíces.
Detectemos con antelación este nuevo tipo de bullying que no por estar silenciado causa menor malestar. No convirtamos a nuestros hijos en muñecos rotos de nuestras frustraciones, poniéndoles etiquetas que pueden causar en los adultos que tratan con ellos el conocido “Efecto pigmalión“.
Dejemos que cometan errores y aciertos antes de creernos con el derecho de establecer una sentencia sobre su comportamiento y personalidad que condicione a los demás en sus formas de relacionarse entre ellas/os. No nos convirtamos en espectadores nunca, pero sobre todo no fomentemos con nuestro modelo actitudes de acoso en los niños.