El sexo del cerebro
La experiencia nos ha demostrado sin duda alguna que podemos ser astronautas ó artistas, aspirar al premio Nobel e incluso liderar un país con mayor ó menor acierto para sus ciudadanos. Y es que en lo referente al coeficiente de inteligencia, el promedio de hombres y mujeres sigue siendo el mismo, no hay diferencias…
Sin embargo, las tenaces y hábiles manos de la biología no sólo nos ha dotado de un aspecto físico diferente que nos conforma como personas, sino que también ha tejido para nosotros ciertas diferencias cerebrales que nos obliga a preguntarnos “Pero, ¿El cerebro tiene sexo?”
1 – Origen femenino
Hagamos un sencillo repaso de genética: Mientras que las mujeres disponen del cromosoma genético XX, los hombres añaden una pequeña variación al código, es decir, XY. Pero esto no siempre ha sido así a lo largo de nuestro desarrollo, desde el momento de la concepción hasta más ó menos las ocho semanas de vida fetal, todos disponemos de circuitos cerebrales del tipo femenino.
Llegado este momento los diminutos testículos del feto masculino inician un revolucionario proceso que habrá de determinar su desarrollo: liberar grandes cantidades de testosterona que impreganarán sus circuitos cerebrales transformando al feto femenino en masculino. Se trata en esencia de un asombroso proceso mediante el cual todos iniciamos nuestra existencia en este mundo del mismo modo y compartiendo una misma naturaleza, una fugaz antesala en los designios de la maravillosa biología humana de la que no guardamos recuerdo alguno.
2 – Cerebro femenino, cerebro masculino
La aventura de la “sexualización cerebral” no termina tras el nacimiento, las hormonas prosiguen en su empeño de impregnarnos en un interesante proceso que los científicos han llamado “pubertad infantil”, de ese modo, los niños, experimentan una aumento del nivel de testosterona desde el día en que llegan al mundo hasta llegados los siete ó nueve meses, para relentizarse de nuevo; mientras que en las niñas la segregación de estrógeno al cerebro se mantiene hasta los los dos años.
Poco a poco los cerebros van perfilándose en esas diferencias estructurales y comportamentales que no siempre pueden observarse mediante una resonancia magnética. Para empezar podríamos decir que hombres y mujeres disponemos de un “hardware” distinto a la hora de procesar la información: el cerebro masculino, por ejemplo, siendo más grande que el de la mujer, resuelve problemas utilizando el sistema de unión temporo-parietal situado en su corteza, lo cual les permite buscar soluciones de un modo más rápido y práctico.
Las mujeres en cambio suelen desarrollar mejor la inteligencia emocional debido a que su hipocampo, estructura donde se registran y se guardan los aspectos emocionales, es ligeramente más grande. A ello se le añade el mayor número de neuronas espejo para la empatía, lo que se traduce en un proceso empático más eficiente y una comunicación más efectiva.
3 ¿Esclavos de las hormonas?
Lo que somos, lo que expresamos, no deriva obligatoriamente de nuestros circuitos neuronales ni de esta caprichosa varita biológica que dicta el otorgarnos un cerebro femenino ó masculino. Es cierto que las hormonas nos marcan y predisponen, pero somos criaturas pensantes y reflexivas que aprendemos cada día desarrollando aún más nuestro sistema límbico, determinados ó no, somos libres para pensar, sentir ó activar unas u otras conductas.